Ya volvimos a salir
Cada vez más personas están dispuestas a marchar por ese concepto abstracto y tan vilipendiado por el presidente: la autonomía de las instituciones. Y es una muy buena noticia.
Las concentraciones masivas en el Zócalo de la Ciudad de México y en otras muchas ciudades del país y el mundo nos demostraron este domingo que el panorama político nacional es mucho más complejo de lo que nos dicen la mañanera, la conversación en Twitter e incluso las encuestas.
Nos hemos acostumbrado a pensar en un México polarizado, en donde el presidente tiene aún un apoyo significativo, la oposición no ha podido capitalizar la decepción con este gobierno y no hay un liderazgo carismático que emocione a muchos.
Sin embargo, las manifestaciones a favor del INE –la de noviembre pasado y la de este domingo– sugieren otra cosa: que hay un espacio para convocar en torno a conceptos, abstractos, pero compartidos. Hay una mexicanidad que está ignorada: la que fue capaz de construir una institución ciudadana que es de todos; la que se aburre con algunos discursos, pero canta entusiasmada el himno nacional en el Zócalo a reventar. Hay espacio, nos dicen estas marchas, para convocatorias que no apuesten por liderazgos, y tal vez es momento de explorar a qué responden.
Esta marcha fue distinta de la pasada. La organización, a mi parecer, fue mucho menos visible. En mi celular no aparecieron decenas de preguntas sobre si iría y dónde podíamos encontrarnos. No fue realmente una “marcha”. Quedamos de vernos en la Alameda y caminamos un par de cuadras. Llegamos temprano. Nos perdimos el sentimiento que se va cocinando conforme caminas junto a otros ciudadanos. Prácticamente no hubo consignas. Había mucho sol, pero ningún movimiento. Extrañé eso. En las marchas debes marchar.
A lo largo de una hora dudamos que se fuera a llenar la plancha del Zócalo. Conforme fue llegando la gente, la falta de perspectiva aérea hacía difícil sentir el lleno total. A las 10:30 las pantallas ya mostraban un Zócalo prácticamente lleno, pero no teníamos señal de celular. No teníamos forma de saber si éramos suficientes. (¿Suficientes para qué? ¿Para que nos tomaran en cuenta?)
Es cierto que fue, otra vez, una marcha mayoritariamente de clases medias y medias altas. Pero yo no vi consignas clasistas, hasta que en redes sociales vi la gorra que pedía “Make Mexico fifi again”. Sería injusto decir que eso fue la marcha. Había poca pero clara variedad en el ingreso de los marchantes, así como en el grupo de edad al que pertenecían: desde niños hasta personas muy mayores en sillas de ruedas. No nos enteramos de la manta de García Luna hasta que la vimos en redes sociales más tarde y nadie, por supuesto, habló de él ni fue a mostrarle apoyo.
No creo que haya habido ningún lopezobradorista en la marcha, pero tampoco fue el rechazo a su figura un elemento que la cohesionara. Había, sí, una especie de orgullo en decirle al presidente que el Zócalo se había llenado. Fuimos en una tarea colectiva, haciendo equipo con gente con la que probablemente no podríamos ni tomar un café. Eso es difícil de entender para muchos, que haya convicciones en torno a temas y no en torno a personas. Una cohesión muy rara y, por eso digo, digna de explorarse.
Es cierto también que la convocatoria de los oradores fue peculiar, por decirlo de algún modo. Antes de Beatriz Pagés hablaron personas que nadie conocía y cuyo manejo de voz tiene amplias áreas de oportunidad. El tono de sus intervenciones era de revancha y muchos a pie de plaza manifestaban que no se trataba de eso. Luego pidieron la porra para la UNAM y el Poli. La gente replicaba. Me imagino que eso habla de muchos universitarios presentes. Qué extraña esta época en la que la comunidad académica es identificada como élite.
Los discursos centrales fueron una oportunidad perdida. El primero, a cargo de Beatriz Pagés, fue una alocución inconexa que no generó ninguna emoción, por lo menos entre la gente que me rodeaba. El exministro José Ramón Cossío llamó a la Corte a ser la mejor versión de sí misma, a estar a la altura de las circunstancias. Era como un artículo leído, pero un buen artículo. Fueron discursos muy largos para una audiencia que ya está convencida.
Hay mucho que trabajar en términos de oratoria, de emoción, de uso de la voz; los ciudadanos tenemos que buscar nuevas formas de ocupar el espacio público: intervenciones creativas, música, colores. Crecí viendo noticieros que en cada elección hablaban de “la fiesta de la democracia”. Este domingo pudo haberlo sido, pero realmente fue una toma de lista: una defensa muy institucional de las instituciones. Para mi sorpresa, el momento más emotivo fue cuando entonamos el himno nacional. Había gente llorando, conmovida. Es claro por qué los populismos convocan emociones: hay algo muy profundo en el orgullo de la identidad.
Extraigo de la concentración dos lecciones contrapuestas. Primero, es comprensible por qué, a pesar de todo, Morena sigue ganando elecciones. Las oposiciones –partidistas o ciudadanas– tienen mucho que aprender en el manejo de las emociones. No hay victoria política sin ello. A la vez, en segundo lugar, me quedó claro por qué, a pesar de todo, Morena puede perder las elecciones: hay un grupo cada vez más nutrido de personas que están dispuestas a defender el legado de la transición democrática. Hay campo fértil.
En cuanto a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tengo la convicción de que esta manifestación no debería influir en su voto, porque eso es lo que espero de la Corte: que revise la constitucionalidad de la reforma, sin presiones, pero con respaldo. Porque sí, parece que cada vez más personas están dispuestas a marchar por ese concepto abstracto, desconocido y tan vilipendiado por López Obrador: la autonomía de las instituciones. Y eso es una muy buena noticia. ~