Yoani Sánchez: Aborto, un tema que incendia América Latina
Mientras en naciones como Chile y Argentina el debate enciende las calles, en Cuba la discusión sobre el tema apenas si tiene lugar
Tiene 20 años y se ha practicado cuatro abortos. Esta joven cubana, que llamo Aimara para evitar revelar su identidad, no es un caso aislado. La interrupción del embarazo es algo tan frecuente entre las mujeres de la Isla que lo difícil es encontrar alguna que no haya pasado por ese proceso.
Nuestro contexto nacional resulta diferente a lo que ocurre en otros países de la región. En algunos de ellos las féminas pueden pasar largos años tras las rejas por recurrir a tal procedimiento o por solo sospecharse que así lo hicieron.
Mientras en naciones como Chile y Argentina el debate enciende las calles y los foros públicos, en Cuba la discusión sobre el tema apenas si tiene lugar en las redes sociales y en los sitios digitales de la prensa independiente.
Para la propaganda oficial se trata de un «problema resuelto», pero en el interior de los templos religiosos los pastores afilan la retórica contra las mujeres que deciden abortar. Mientras, en los hospitales cubanos la práctica se ha vuelto casi tan rutinaria como extraerse una muela. El aborto es considerado como un método anticonceptivo más.
Para la propaganda oficial se trata de un «problema resuelto», pero en el interior de los templos religiosos los pastores afilan la retórica contra las mujeres que deciden abortar
El acceso masivo a los servicios médicos y la legalización de la interrupción del embarazo, a pesar del deterioro material que atraviesa desde hace décadas la Salud Pública, contribuyen a salvar vidas maternas porque las mujeres no se ven obligadas a recurrir a curanderos ni clínicas improvisadas.
En 2016 se produjeron 85.445 de estas intervenciones en centros hospitalarios cubanos, lo cual representa 41,9 interrupciones por cada 100 embarazadas, según cifras oficiales.
Una buena parte de esas pacientes llegó a la camilla de un hospital movida por la precariedad económica, pero también por la indefensión en que las dejó el poco apoyo familiar o la indiferencia de su pareja. Los estrictos roles de género y el machismo imperante siguen colocando sobre los hombros de las mujeres lo que debiera ser una responsabilidad compartida.
Ese es el caso de Aimara, que viviendo «en una casa donde sobra gente y falta espacio», al decir de ella misma, subraya que no quiere «parirle a un marido abusador y mucho menos en Cuba como está la cosa«. Ahora mismo, ha recorrido una decena de farmacias en La Habana y «no hay condones», le responden con cara de resignación los empleados.
Mantener un suministro de píldoras anticonceptiva también es difícil y el último dispositivo intrauterino que la joven se colocó «hizo más daño que beneficio», asegura.
La vida de Aimara y la de sus futuros hijos se encuentran a merced de fuerzas mayores, especialmente a expensas de lo que decidan un grupo de señores sin ovarios en una climatizada oficina rodeada de comodidades
Si, por un lado, las mujeres cubanas hacen valer la decisión sobre lo que ocurre en el interior de sus vientres, por otro, encuentran en las interrupciones de embarazo, los llamados «legrados» (el raspado de cavidad) y las «regulaciones menstruales» (cuando se practica antes de las 6 semanas y sin anestesia), una salida ante el desabastecimiento de métodos anticonceptivos, la crónica crisis económica y los deseos de emigrar que se complican si hay un niño incluido en el plan de escapada.
«Conseguir una visa es difícil para una persona, imagínate para dos», asegura Aimara, con una lógica que aplasta. Su manera de pensar está muy extendida. Las dificultades habitacionales, en un país con un déficit de más de 800.000 viviendas, y las ansias de radicarse en cualquier otra geografía, son algunas de las más importantes motivaciones que han llevado a una caída de la natalidad que ha hecho saltar las alarmas.
Además, el aborto reiterado, que es tan frecuente en Cuba, multiplica los peligros para la salud y en no pocos casos provoca problemas cervicales e infertilidad. Aimara transita ahora por esa peligrosa cuerda floja. Tiene el derecho legal y sanitario a lo que ocurre en el pequeño perímetro de su útero, pero su vida y la de sus futuros hijos se encuentran a merced de fuerzas mayores, especialmente a expensas de lo que decidan un grupo de señores sin ovarios en una climatizada oficina rodeada de comodidades.