Yoani Sánchez: Cuba – La hemiplejía de la prensa oficial
La televisión se mantiene bajo un estricto monopolio del Partido Comunista para sostener una línea editorial sesgada que no representa la complejidad nacional.
A veces quisiera habitar ese país que muestran en la televisión. Esa nación de esperanzas que difunde la prensa oficial y que tiene los tonos rosas del ensueño. Un lugar de atrezo y consignas, donde las fábricas sobrecumplen su producción y los empleados son declarados «héroes del trabajo». En esa Cuba que rebota en las antenas y llega hasta nuestra pantalla chica, no hay espacio para la enfermedad, el dolor, la frustración o la impaciencia.
La prensa oficial cubana ha tratado de acercarse a la realidad del país en los últimos años. Varios rostros jóvenes han llegado a la programación televisiva para reportar sobre las negligencias administrativas, el mal funcionamiento de un servicio o las quejas de los consumidores sobre un trámite burocrático. Pero aún así, el periodismo estatal sigue estando muy lejos de la objetividad y del respeto a la verdad.
La prensa oficial ha tratado de acercarse a la realidad del país en los últimos años, pero sigue estando muy lejos de la objetividad y del respeto a la verdad
La televisión, la radio y los periódicos se mantienen bajo un estricto monopolio del Partido Comunista y no sólo por su subordinación ideológica, sino también porque se financian con las arcas estatales –un dinero que es de todos los cubanos– y que se usa para sostener una línea editorial sesgada que no representa la complejidad nacional.
Los temas tratados por los periodistas de esa prensa partidista representan los intereses de una ideología y de un grupo en el poder, no de la totalidad del país. Nunca se atreven, por ejemplo, a cuestionar en sus reportajes a las autoridades, al sistema político en vigor, a los órganos de la Seguridad del Estado o a la actuación de la policía, entre otros temas tabú.
Sin embargo, donde la prensa oficial traiciona más los preceptos de una información balanceada e imparcial es en los testimonios que transmite, en las voces a las que da cabida y en los criterios que difunde. Por obra y gracia de la censura periodística, sólo tienen acceso al micrófono quienes están de acuerdo con el Gobierno y aplauden la actuación de los dirigentes.
Jamás entrevistan a alguien que difiera, esté en contra o considere que el país debería transitar por otros derroteros políticos y económicos. La unanimidad sigue llenando las primeras planas y los noticiarios, aunque hace mucho tiempo que el disenso se escucha en voz alta en los ómnibus, los comercios, los pasillos de las instituciones y hasta en las aulas docentes.
Al comenzar este año, una avalancha de reportajes ha llenado el espacio televisivo. Los protagonistas eran jóvenes que aseguraban vivir en el «mejor de los países posibles», sonreían seguros del futuro y no soñaban con emigrar. No se incluyó entre las opiniones a nadie que esté en trámites de marcharse de Cuba, se sienta frustrado por sus perspectivas profesionales o tenga que sumergirse en la ilegalidad para sobrevivir.
La unanimidad sigue llenando las primeras planas y los noticiarios, aunque hace mucho tiempo que el disenso se escucha en voz alta en los ómnibus o los comercios
Ni un solo cuentapropista se queja de los altos impuestos en las casi 70.000 horas anuales de transmisiones televisivas. Los padres que temen por la creciente violencia en las calles cubanas tampoco encuentran un espacio en los medios, y las mujeres golpeadas por sus maridos no aparecen reclamando una legalidad que las proteja del abuso. La discriminación racial sólo aparece en boca de estudiosos que abordan el asunto entre titubeos, mientras ningún ciudadano cuestiona los altísimos precios en las tiendas estatales.
Los maestros a los que no les alcanza el sueldo para tener un vida digna no encuentran eco a sus demandas en los medios, y tampoco el disidente apaleado que reclama respeto para sus opiniones. El recluso que denuncia las malas condiciones de las cárceles no tiene una oportunidad frente a las cámaras, ni tampoco los pacientes que han sido víctimas de violaciones de la ética médica o de malos tratos en el sistema de Salud Pública.
Toda esa zona de Cuba, la zona más amplia, queda fuera de los medios autorizados. Porque la prensa oficial cubana no ejerce el periodismo, sino el proselitismo. Aunque tenga muchos profesionales graduados en universidades y postgrados, estos no cuentan con la libertad para ejercer la labor informativa. En lugar de buscar la verdad, intentan imponer un criterio. Lo que hacen no puede llamarse siquiera «prensa».