Yoani Sánchez: Cuba, un país en estática milagrosa
Como una bandera, pintada en un muro de una barriada habanera, que no puede sostenerse sin unos toscos apuntalamientos, Cuba es hoy un país que ni siquiera logra autoabastecerse de huevos, azúcar o café
Bandera cubana «apuntalada», la calle D’Strampes, en el barrio habanero de La Víbora. (14ymedio)
Los estanquillos estaban repletos de revistas coloridas. Para mi mente infantil, la Unión Soviética era aquel lugar de tonos intensos, platos de sopa humeante y campesinos sonrientes que se veían en las fotos de las muchas publicaciones que llegaban a Cuba en los años 80. Pero más allá de la propaganda, Moscú era, en realidad, como un enorme oso que sostenía la Isla. Nos abrazaba con rudeza: controlaba y apuntalaba todo el país.
La soberanía cubana siempre ha sido el tema preferido de los discursos patrióticos y la justificación para rechazar ayudas, acercamientos y diálogos, pero hay pocas naciones en el planeta tan necesitadas como esta del apoyo externo y del soporte extranjero. Incluso la «época dorada» de nuestro socialismo insular no fue otra cosa que un período en que el subsidio ruso permitía abastecer los mercados, construir escuelas y financiar todos los dislates que se le ocurrían a Fidel Castro. El Kremlin sufragó en nuestro territorio una vitrina para atraer a los incautos que creían que aquella falsa bonanza era fruto del desarrollo logrado a partir del sistema político elegido.
La fuerza de la gravedad atrae la pared hacia el suelo con la misma fuerza que la realidad empuja al sistema político cubano hacia su extinción
Nada más implosionar la URSS nuestra burbuja también estalló. Curiosamente, las medidas que Castro tomó para evitar las protestas sociales y la caída del régimen implicaban entregar nuevas porciones de soberanía, pero, en esa ocasión, no a los camaradas soviéticos sino a los inversionistas extranjeros que quisieran poner sus dólares en la Isla. El ciclo de la dependencia continuó y, a finales del siglo pasado, con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela, La Habana encontró un mecenas petrolero dispuesto a financiar su fallido modelo económico. Regresamos a la diplomacia de la garrapata, la más practicada en las últimas seis décadas.
Ahora, Miguel Díaz-Canel le hace guiños a Vladímir Putin para que el oso ruso vuelva a cargarnos en peso y a mantenernos. Los jerarcas del Partido Comunista cubano tienen la ilusión de que el dinero comenzará a fluir a manos llenas, los buques petroleros traerán desde el gigante euroasiático enormes cantidades de hidrocarburos, gratis o a precios irrisorios, y Moscú asumirá los costos de sacar a flote esta Isla quebrada. La palabra «soberanía» seguirá reservada para las rabietas oficiales ante los organismos internacionales, mientras la injerencia de Putin en nuestros asuntos irá creciendo cada día.
Como una bandera, pintada en un muro de la barriada de La Víbora en La Habana, que no puede sostenerse sin unos toscos apuntalamientos, Cuba es hoy un país que ni siquiera logra autoabastecerse de huevos, azúcar o café. La fuerza de la gravedad atrae la pared hacia el suelo con la misma fuerza que la realidad empuja al sistema político cubano hacia su extinción. La estrella soberana está despintada y una grieta amenaza con partirla en dos. Terminará derrumbándose y quizás cobrándose algunas vidas en la caída. No hay viga que aguante tal peso ni aliado que pueda sujetar tanto fracaso.