Yoani Sánchez: Días 62 al 66: Trinidad monetaria
El olfato popular, siempre veloz en darse cuenta de lo que venía, ha ido devaluando la importancia del CUC en la mayoría de las transacciones diarias
Ayer me acosté en un país con dualidad monetaria y hoy me desperté con la noticia de que ya tenemos trinidad. Poco a poco, los verdes han ido ganando espacio en la realidad cubana y este 22 de mayo la Gaceta Oficial publicó una resolución que extiende el uso del dólar a la red de tiendas donde hasta ahora se compraba con pesos cubanos o convertibles.
Hace trece años, cuando inauguré mi blog Generación Y, uno de los primeros textos que escribí fue sobre la esquizofrenia económica que desde los años 90 se había instalado en nuestras vidas. Con cierta ironía conté la necesidad de separar los bolsillos según la moneda con la que iba a pagar. Si acudía al mercado racionado, tocaba meter la mano donde estaban esos billetes con rostro de héroes; si visitaba una shopping, era el turno de la moneda con la imagen de monumentos. Como para volverse loco.
Poco a poco, aquellos billetes coloridos fueron tapando al rostro de Lincoln, pero la gente nunca llegó a confiar en un dinero que recordaba a un juego de Monopoly
El peso convertible o chavito pretendió ser el sustituto del dólar. Llegó poco después de que Fidel Castro -contra las cuerdas por la crisis económica de los 90- autorizó que en el país circulara «la moneda del enemigo». Poco a poco, aquellos billetes coloridos fueron tapando al rostro de Lincoln o de Washington, pero la gente nunca llegó a confiar plenamente en un dinero que recordaba más a un juego de Monopoly que a una divisa seria.
Ahora, el fula ha ganado la partida después de haber sido durante años el protagonista en el mercado informal, sobre todo cuando se trataba de grandes montos como la compra de una casa, la adquisición de un auto o el pago para obtener una cita en algunos de los más demandados consulados extranjeros de La Habana. La cara bonachona de Benjamín Franklin parecía sonreír desde el papel mientras esperaba la caída de su torpe sustituto el CUC.
El olfato popular, siempre veloz en darse cuenta de lo que venía, ha ido devaluando la importancia del CUC en la mayoría de las transacciones diarias. El peso convertible olía a muerto hace un buen rato. «No, no te puedo cambiar porque aquí no se sabe qué es lo que va a pasar», me dijo el viernes pasado una vendedora de frutas del mercado del Ejército Juvenil del Trabajo cercano a mi casa cuando le pedí que me diera moneda nacional a cambio de 5 CUC.
La mujer no trabaja en el Banco Central y probablemente le aburriría leer el complicado lenguaje de la Resolución 73/2020 publicada hace cuatro días, en la que se levanta el banderín para «el uso de dólares estadounidenses en las operaciones de ventas minoristas en divisas», pero su experiencia le decía que era cuestión de tiempo que ocurriera. «Desde que el año pasado empezaron las tiendas en divisas para comprar electrodomésticos y motos, lo que falta es que hasta la comida también se ponga en dólares«, me avisó.
Hoy, recordé sus palabras nada más terminar de leer el documento con el anuncio oficial. Si hasta ahora, la sociedad cubana estaba atravesada por una línea que separaba a quienes recibían su salario solo en pesos cubanos y aquellos que a través del turismo, las remesas y los negocios -legales o ilegales- podían contar con pesos convertibles, ahora se crea otra división más profunda y determinante. El que no tenga dólares tendrá que empezar a buscarlos.
Todo eso, además, acompañado de un discurso de soberanía y de independencia que los medios nacionales seguirán repitiendo
Todo eso, además, acompañado de un discurso de soberanía y de independencia que los medios nacionales seguirán repitiendo aunque el dinero que más se use en el país lleve las señas de la Reserva Federal de Estados Unidos. «No pasarán», repetirá algún que otro líder juvenil, mientras en su cartera la cara ceñuda de Grant será la avanzadilla que apunta a la rotunda capitulación de sus bríos nacionalistas.
No descarto que en breve, los vendedores informales de pan, cebolla o bocadito de helado que pasan por mi barrio pregonen sus productos en fulas. Hasta el perdido arroz, un producto que ya solo se ve en el mercado racionado o en el informal a más de 25 CUP la libra, quizás vuelva atraído por la frase In God We Trust que se lee en el reverso de los dólares. En fin de cuenta, el lema de «Revolución energética» de los billetes de 10 CUC solo recuerda una colosal mentira.
¿Y ahora qué hacemos con los chavitos? ¿Los guardamos para el museo del absurdo que algún día se levantará en esta Isla? ¿O los colocamos en un tercer bolsillo, ese donde se pone todo aquello que no sirve para convertirse en bienes ni servicios?