Yoani Sánchez: El culpable tiene la solución
Cientos de cubanos siguen varados en la frontera de Costa Rica mientras Nicaragua les niega la entrada para seguir hacia el norte. (EFE/Álvaro Sánchez)
«Quien tiene hasta 15.000 dólares para darle a un traficante de personas tampoco huye de la pobreza», han sido las palabras de Oliver Zamora, un vocero oficial de la televisión cubana que comentaba este viernes la situación de los más de 2.000 cubanos varados en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua.
Después de días de silenciar la situación, los medios partidistas han querido usar el drama de estos compatriotas como punta de lanza contra la Casa Blanca. Una estrategia que de tan usada apenas produce algún efecto ya. Ahora, quieren convencernos de que las salidas masivas no son responsabilidad del país que dejaron atrás, sino de ese otro que quieren alcanzar.
Basta citar los miles de cubanos que se escapan hacia otras naciones donde no existe una ley de «pies secos» que los beneficie para darse cuenta de que la responsabilidad para el éxodo que hemos vivido por más de medio siglo recae en un sistema que no ha logrado ofrecerles a sus ciudadanos prosperidad material, realización personal ni libertad… Mucho menos un futuro.
Por qué si pueden llegar a disponer de 15.000 dólares, prefieren invertirlo en una escapada peligrosa, en lugar de crear un negocio o prosperar en su propio país. La respuesta es dolorosa y contundente: porque aquí no hay garantías
El señor Zamora aparenta desconocer que esa cantidad de dinero que menciona, equivalente al salario de más de 60 años de un profesional que gane 500 pesos cubanos al mes, proviene de una acción desesperada o de una ayuda que llega desde afuera. La mayoría de los que hoy están en albergues en Centroamérica ha vendido todas sus pertenencias para emprender tan peligrosa ruta, o depende de unos parientes emigrados que financien el pago a los traficantes de personas.
La pregunta sería por qué si pueden llegar a disponer de 15.000 dólares prefieren invertirlo en una escapada peligrosa y sin seguridad de llegar al otro lado, en lugar de crear un negocio o prosperar en su propio país. La respuesta es dolorosa y contundente: porque aquí no hay garantías, ni esperanzas y porque el plazo de tiempo de sus vidas no puede esperar a se cumplan unas promesas de mejoría que son como el horizonte: se alejan cada vez que estamos cerca de tocarlas.
El problema que se ha desatado crece, pues el cierre por parte de Nicaragua de las fronteras al paso de los cubanos no disuade de intentarlo a quienes quedan en la Isla. Los vuelos a Ecuador siguen trasladando cubanos que, en lugar de sentirse desestimulados por la dificultad surgida, perciben que al visibilizarse su causa podrían estar más protegidos y presionar por un corredor que les garantice el paso hacia el Norte.
Parece repetirse el mismo efecto que movió a 10.000 personas a ocupar la embajada del Perú en 1980 y poco después a más de 100.000 a salir por el puerto del Mariel, la misma fiebre migratoria que llevó a 35.000 cubanos a protagonizar la crisis de los balseros de 1994. Una nación en fuga, cuyos hijos cíclicamente encuentran la ruta para dejar atrás la tierra donde nacieron.
Resulta llamativo que esta situación se esté produciendo cuando las reformas de Raúl Castro parecen haber tocado su techo de vuelo y demostrado su ineficacia para proveer resultados
Resulta llamativo que esta situación se esté produciendo cuando las reformas de Raúl Castro parecen haber tocado su techo de vuelo y demostrado su ineficacia para proveer resultados que se perciban en la vida cotidiana. Ni siquiera el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos logra aplacar el desencanto y la desesperanza que se extiende entre los más jóvenes.
La amenaza no declarada, pero latente, de que la Ley de Ajuste sea eliminada solo le ha imprimido velocidad a la decisión individual de cada cual de abandonar el país, pero no es el detonante ni la causa para arriesgar la vida propia y la de niños pequeños en una travesía colmada de peligros.
Bastaría con una breve declaración de Raúl Castro ante las cámaras de la televisión nacional, en la que diga lo que millones de cubanos esperamos hace décadas, para que cese el flujo migratorio e incluso empiece a revertirse. No pronunciar ese discurso de final, de autocrítica que dé paso a otro gobierno, lo hace culpable de todo lo que está ocurriendo.