Yoani Sánchez: ‘Es oportuno hablar del oportunismo’ y de otras máscaras cotidianas
Máscaras, caretas, dobleces… en una sociedad donde muchos temen hablar y comportarse con libertad, el oportunismo se ha convertido en una técnica de conservación, en una verdadera estrategia de sobrevivencia social, profesional y política. Hace 32 años, el periodista Reinaldo Escobar, entonces columnista del periódico Juventud Rebelde, escribió un texto que sigue dolorosamente vigente. Su artículo, bajo el título Es oportuno hablar del oportunismo, detalló lo nocivo de esta práctica y cuán extendida está en la sociedad cubana.
Escobar definía tres etapas por las que transitaba el oportunista. Una primera de gestación, en la que tiene que ganarse la confianza de sus superiores y, para lograrlo, tendrá que realizar numerosos actos que lo muestren como un individuo fiel a la causa, un militante disciplinado y un dócil defensor de la línea oficial. A esos, bien que los conocemos. Están en nuestro barrios delatando a un vecino porque compró un saco de cemento en el mercado negro, vigilando lo que otros llevan dentro de la bolsa después de ir al mercado y aplaudiendo con énfasis en las reuniones y actos oficiales; o gritando hasta parecer que se le revientan las venas del cuello en un mitin de repudio contra un disidente.
La segunda etapa del oportunista ocurre cuando comienza a recoger frutos de su conducta servil, cuando le dan un cargo o una responsabilidad desde la que mostrará una adulación absoluta a sus jefes
La segunda etapa del oportunista ocurre cuando comienza a recoger frutos de su conducta servil, cuando le dan un cargo o una responsabilidad desde la que mostrará una adulación absoluta a sus jefes, pasará a ser eso que el habla popular cubana conoce, simple y llanamente, como un «guatacón» o un «chicharrón» de sus superiores. En ese momento el oportunista se vuelve más peligroso, porque para ganar puntos y obtener el reconocimiento de algún jerarca será capaz de las mayores muestras de intolerancia, de los más elevados excesos de amordazamiento de la crítica y de las más bajas acciones de soplos, denuncias o chivatazos.
Una vez pasado ese escalón, el oportunista empieza a cosechar los resultados y los premios de tantas genuflexiones, de tanto decir «sí» y de tanto aplauso. Cuando lo nombran para un puesto con poder, en el que tenga subordinados a los que mandar y prerrogativas de las que disfrutar, llega a una posición que tratará de preservar a toda costa. No importa cuánto de doble moral o sinsentido haya en sus palabras, que pregonan por un lado el sacrificio, mientras que él vive con sobradas comodidades. Se le reconoce fácilmente porque llama a sus empleados a la austeridad mientras su casa está llena de mercancías y electrodomésticos importados en sus numerosos viajes.
El problema es que después de tantos años fingiendo, callando y haciendo callar a otros, la máscara del oportunista termina por reemplazar su propio rostro. Si alguna vez hubo algo de reformista, crítico o cuestionador dentro de él, demasiadas décadas simulando habrán apagado ese espíritu. Pero, ¿es el oportunismo un mal que solo está entre los funcionarios, los administrativos, los ministros, los líderes partidistas o los altos cargos en Cuba? Para nada, se trata de un flagelo que se extiende más allá.
Muchos de nosotros, de una manera u otra, hemos sido en algún momento de nuestras vidas oportunistas, porque hemos echado mano de la máscara o del silencio para evitar la estigmatización social
Muchos de nosotros, de una manera u otra, hemos sido en algún momento de nuestras vidas oportunistas, porque hemos echado mano de la máscara o el silencio para evitar la estigmatización social, la penalización laboral, el castigo profesional y hasta la cárcel. Comprender que todos somos responsables de alguna que otra simulación y de alguna que otra mordaza nos puede ayudar a desenmascarar esas actitudes. No nos pongamos por encima ni lancemos la primera piedra, porque desde esa posición será muy difícil desarmar este mal social.
Oportunismo es también el joven que dice «yo no hablo de política» y se encierra en su casa a dedicar su tiempo a videojuegos y a consumir el contenido del paquete de audiovisuales, mientras la Cuba al otro lado de la puerta se cae a pedazos y él disfruta de unas migajas de subsidios. Oportunista es la cuentapropista que va a marchar a la Plaza de la Revolución un 1 de mayo con un cartel que da vivas al régimen para evitar tener problemas con los inspectores que controlan y supervisan su negocio de pizzas o helados.
Oportunistas son los pacientes y sus familiares que callan y aceptan las malas condiciones en un hospital y prefieren pagar por debajo de la mesa un servicio o una mejor atención antes que reclamar en voz alta lo que se merecen en un servicio de Salud Pública que pagamos todos de nuestros bolsillos. Oportunista es el jubilado y todavía militante del Partido Comunista que en las reuniones de su organización no se queja de que su pensión lo tiene condenado a la mendicidad.
Oportunista es aquel que, con un pasaporte ya visado para salir del país, decide «no meterse en problemas», ni siquiera quejarse del mal estado de las calles y carreteras del país, para que su viaje no sea tronchado
Oportunista es aquel que, con un pasaporte ya visado para salir del país, decide «no meterse en problemas», ni siquiera quejarse del mal estado de las calles y carreteras, para que su viaje no sea tronchado y lo dejen salir sin contratiempos. Pero también es oportunismo el del emigrado que regresa y, mientras pasa unos días con su familia, «se porta bien», calla y acepta todo… no vaya a ser que no lo dejen regresar al país donde estableció su nueva residencia.
Oportunista es la madre que dice al hijo que no comente en la escuela que en la casa se ve la televisión prohibida de Miami a través de una ilegal antena parabólica a la par que ella rellena el mural político de su centro de trabajo y, también, el sobrino del comandante, del general o del ministro que recorre el mundo en cruceros o yates mientras lleva en la cabeza una boina a lo Ernesto Guevara. Como ven, el oportunismo está más extendido de lo que queremos reconocer y nos toca a casi todos.
Mientras exista el temor a la represalia o a la cárcel por ejercer la libertad de expresión, habrá oportunistas. Mientras el sistema premie al que finja y penalice al que critique, Cuba seguirá siendo una enorme granja donde cada día se incuban miles, millones de oportunistas.