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Yoani Sánchez: La crisis cubana y el ciclo de la sobrevivencia

Desde un balcón la mujer ve llegar el camión refrigerado que abastece a la tienda de la esquina. No pierde un segundo y grita: «¡Maricusa, llegó el pollo!». En pocos minutos todo el barrio es un hervidero de gente que corre con la bolsa en la mano hacia el pequeño mercado estatal donde, desde hace tres semanas, no han suministrado ningún tipo de producto cárnico. Todavía tendrán que esperar tres horas para que descarguen la mercancía y comiencen a vender solo dos paquetes por persona.

La escena puede ocurrir en La Habana, Santiago de Cuba, la ciudad de Camagüey o cualquier pequeño pueblo de esta Isla. La carestía de alimentos que se ha agudizado en los últimos meses ha vuelto más complicada la dura cotidianidad de 11 millones de personas. Si antes apenas se podía escapar del ciclo de la sobrevivencia de buscar el dinero -muchas veces por vías ilegales- para poder comprar comida, esperar por horas en una parada de ómnibus y sumergirse en el mercado negro para adquirir ciertos productos; ahora el tiempo necesario para colocar algo sobre el plato se ha multiplicado por tres y las dificultades para hallarlo, por diez.

Todavía tendrán que esperar tres horas para que descarguen la mercancía y comiencen a vender solo dos paquetes por persona

Al principio faltó la harina, así que a finales de 2018 la mayor dificultad era comprar pan o galletas. Cerca de las fiestas navideñas comenzaron a saltar las alarmas de que el desabastecimiento seguía avanzando. La carne de cerdo, un simbólico Dow Jones de la economía doméstica, se disparó y alcanzó, el pasado abril, los 70 CUP por libra, el equivalente al salario de dos días de un profesional cubano. Le siguieron el pollo, el picadillo, las hamburguesas y los hot dogs. Estos últimos, la comida que por años había apuntalado el día a día de cientos de miles de familias, por ser el producto con una mayor proporción de cantidad de unidades (10 salchichas por paquete) en comparación con su precio.

El oficialismo ha justificado tales ausencias con una mezcla de retórica triunfalista y evasiva. Achaca el déficit a problemas con los proveedores internacionales, al mal estado de la industria molinera para procesar el trigo importado y culpa a quienes acaparan mercancía como los causantes de que los alimentos no alcancen para todos. Paralelamente, la Plaza de la Revolución evitar usar la palabra crisis y también ha censurado el uso en los medios nacionales del concepto Período Especial, el eufemismo con el que se conoció al descalabro económico que sufrió la Isla en la década de los 90 tras la desintegración del campo socialista.

En la misma medida en que las neveras de las tiendas se quedan vacías, el discurso ideológico sube de tono. Esa retórica más incendiaria busca responsabilizar de la carestía al embargo estadounidense, aunque economistas y analistas coinciden en que la verdadera causa de esta caída proviene de Venezuela, que ha recortado significativamente el envío de petróleo a la Isla. La Habana revendía en el mercado internacional una parte de ese crudo y conseguía divisas frescas, una inyección de vida para una economía con una escasa productividad y un excesivo aparato estatal, ineficiente y costoso de mantener.

Cuando muchos esperaban que las duras circunstancias llevaran a la administración de Miguel Díaz-Canel a impulsar una apertura en el sector privado, relajar controles, bajar impuestos para fomentar el emprendimiento y flexibilizar las draconianas normas aduaneras, las autoridades se han movido en la dirección contraria y han procedido a racionar muchos alimentos que hasta hace poco podían comprarse de manera liberada. Esas medidas han despertado los peores fantasmas de una población traumatizada con las experiencias vividas hace menos de dos décadas.

La inconformidad no se ha hecho esperar, esta vez potenciada por las nuevas tecnologías que están permitiendo a los cubanos reportar y dejar testimonio del empeoramiento en la calidad de vida

La inconformidad no se ha hecho esperar, esta vez potenciada por las nuevas tecnologías que están permitiendo a los cubanos reportar y dejar testimonio del empeoramiento en la calidad de vida. Así, ha surgido recientemente un reto en las redes sociales, cien por ciento cubano. Con la etiqueta #LaColaChallenge las fotos de filas, molotes para comprar comida y molestos clientes que aguardan por horas a las afueras de una tienda han inundado Facebook y Twitter.

A diferencia de aquellos años duros tras la caída de la URSS, los cubanos no parecen dispuestos ahora a soportar la crisis en silencio. Los teléfonos móviles y el recién abierto servicio de conexión web desde los celulares ha cambiado significativamente la manera en que se narra la Isla. Mientras los alimentos son escasos y caros, la inconformidad ciudadana se encuentra por todos lados en cantidades suficientes para convertirse en un mecanismo de presión.

 

 

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