Yoani Sánchez: La crisis económica y los arbovirus se ceban en los cubanos
Un fumigador contra mosquitos en La Habana, Cuba, en una imagen de archivo. Desmond Boylan (AP)
Con una camisa de manga larga, las ventanas cerradas y el sudor corriendo por su frente, una jubilada del municipio de Diez de Octubre, en La Habana, pasa sus días tratando de protegerse de las picadas de mosquitos. Cualquier precaución es poca si de evitar contagiarse con los arbovirus que se extienden por toda Cuba se trata. Sin embargo, mantenerse sano es extremadamente difícil en una realidad marcada por la crisis y la insalubridad.
Los testimonios señalan a la provincia de Matanzas como el epicentro del dengue, oropouche y chikungunya que mantienen en jaque a toda la Isla. En comunidades como Colón, Jovellanos y Cárdenas es rara la vivienda donde no haya más de un enfermo. Durante semanas las autoridades sanitarias silenciaron la situación y solo hace pocos días comenzaron a hablar del aumento de casos febriles y redoblaron los llamados a recoger las montañas de basura que se amontonaban en las esquinas. Pero a estas alturas, el panorama es muy alarmante y la preocupación popular se expresa en duras críticas a la gestión oficial.
Los datos del Ministerio de Salud Pública solo reconocen tres fallecidos por dengue en lo que va de año, en contraste con los numerosos reportes que, en las redes sociales, ponen rostro y nombre a quienes han sucumbido ante el virus transmitido por el mosquito Aedes aegypti. En los reportes oficiales también se minimiza el impacto del chikungunya, subrayando que rara vez lleva a la muerte, pero para los pacientes con enfermedades subyacentes la enfermedad resulta demoledora. Inflamación y dolor fuerte en las articulaciones, dificultades para tragar, fiebre alta y un período de convalecencia que puede durar más de un mes, agravan el panorama para los pacientes crónicos y ancianos.
En un país donde el éxodo masivo se ha llevado a una buena parte de los jóvenes, los hogares donde solo viven personas de la tercera edad son cada vez más frecuentes. Para estos cubanos de la tercera edad, ver limitados sus movimientos y reducida su capacidad de cocinar, salir a buscar alimentos, almacenar agua o cargar las baterías de los dispositivos electrónicos en las pocas horas que tienen electricidad pone en peligro su vida. En los pueblos más afectados por los arbovirus, los vecinos tratan de apoyarse entre ellos hasta que ya quedan pocos brazos sanos para seguir ayudándose unos a otros.
Los hospitales tampoco sirven de mucho en la actual situación. El déficit de personal especializado, algunos emigrados y otros en misiones oficiales en el extranjero, hace compleja la atención de los pacientes que llegan a raudales. La falta de medicamentos y las limitaciones en los insumos, sumados a la falta de energía y de suministro de agua son argumentos que esgrimen muchos enfermos para ni siquiera acercarse a un Cuerpo de Guardia. Esta desconfianza en el sistema sanitario pone en peligro sus vidas y provoca un subregistro en los datos de contagiados.
No han resultado tampoco suficientes las convocatorias gubernamentales de los últimos días a recoger los desperdicios acumulados en las calles y que son el criadero ideal para los insectos. Poco después de evacuar toneladas de residuos, la basura vuelve a adueñarse de las ciudades donde los servicios comunales carecen de suficiente personal, medios de transporte y combustible. La única solución que muchos ven ante este escenario es encerrarse en sus casas, reforzar las medidas de protección y comprar medicamentos en el mercado informal por si algún virus termina colándose finalmente en sus hogares.
Las enfermedades que circulan en Cuba han hecho mella en la percepción que la gente tiene sobre la Salud Pública. Es evidente que ese entramado de hospitales y policlínicos queda ya muy lejos de la imagen de una “potencia médica” que tanto enarbola la propaganda oficial.