Yoani Sánchez: Maduro y el país que se deshace entre sus manos
Una mujer protesta frente a miembros de la Guardia Nacional Bolivariana en la marcha del miércoles en Caracas. (EFE/Miguel Gutiérrez)
Todas las señales apuntan al colapso de Venezuela. Cada minuto que pasa el país se deshace en manos de un Nicolás Maduro que insiste en mantener con la violencia revolucionaria un poder que no ha sabido conservar a partir de la eficiencia ni de los resultados. Su tozudez ha llevado a una nación rica en recursos a la miseria y su incendiaria oratoria la empuja ahora hacia un estallido violento.
Frente a los micrófonos, Maduro dice defender un quimérico socialismo del siglo XXI que solo ha funcionado en la cabeza de sus progenitores. Sin embargo, su accionar político y represivo va dirigido a preservar los privilegios de un clan que despotrica contra los burgueses mientras vive en medio de la opulencia y del saqueo de las arcas públicas. Se cree el Robin Hood de las historias infantiles, pero esta vez ha vuelto invivible el bosque de Sherwood, hasta para los pobres.
Cortes de luz, inseguridad en las calles, desabastecimiento de alimentos, una emigración que se ha llevado a los más jóvenes y profesionales, junto a la más alta inflación del mundo, son algunas de las señales del deterioro que ha vivido una nación atrapada desde hace casi dos décadas en un populismo que la ha desangrado en lo económico y ha polarizado su sociedad.
La corrupción, los malos manejos y una recua de países vecinos que se han comportado más como sanguijuelas que como aliados, han hundido a Venezuela en menos de veinte años. Pocos tienen aún la desvergüenza de apoyar públicamente al régimen delirante que se ha instalado en Miraflores y que ha puesto a la nación a punto del quiebre. Hasta los antiguos compañeros de ruta, al estilo del partido español Podemos o el expresidente Pepe Mujica, se han distanciado de Maduro.
Pocos tienen aún la desvergüenza de apoyar públicamente al régimen delirante que se ha instalado en Miraflores y que ha puesto a la nación a punto del quiebre
Un miembro de la formación que lidera Pablo Iglesias ha criticado los ataques del mandatario venezolano contra España, mientras que el político uruguayo catalogó de «loco como una cabra» al heredero de Hugo Chávez. Otros, como Raúl Castro, guardan silencio cómplice mientras entretejen en las sombras los hilos del apoyo a las fuerzas bolivarianas. No en balde Evo Morales ha viajado con prisa a La Habana, para recibir las instrucciones de cómo proceder ante el camarada que se tambalea.
Sin embargo, el chavismo y su mala copia, «el madurismo«, han entrado en una dinámica de final. Sus fieles motorizados pueden infundir miedo a la población y el Consejo Nacional Electoral retrasar ad infinitum la revisión de las firmas para un referéndum revocatorio, pero eso no logrará devolverle la popularidad de la que gozó en aquellos tiempos en que un militar golpista hipnotizaba a millones con su retórica revolucionaria intercalada de anécdotas y canciones.
Nicolás Maduro se hunde y consigo arrastra a una nación. En esa caída hacia los abismos del estallido violento, del golpe militar u otros demonios, no ha mostrado una sola vez la grandeza de poner por delante los intereses de Venezuela, en lugar de su filiación partidista e ideológica. La historia lo recordará en los peores términos y se lo merece. Ha gobernado desde el capricho y la exclusión, para terminar insertando su nombre en esa deplorable lista de caudillos, sátrapas y autoritarios que han pisoteado nuestro continente.