Yoani Sánchez: Mujeres, siempre postergadas
A nosotras se nos mide con las escalas más exigentes y se nos piden las cuotas de paciencia más altas. (Silvia Corbelle)
A pocos días del asesinato de dos jóvenes turistas argentinas en Ecuador, un hombre en la ciudad de Santa Clara prendía fuego a la casa con sus dos hijos dentro, como venganza hacia su exesposa. La violencia contra las mujeres sigue campeando a sus anchas en América Latina y en la mayor parte de este planeta. Una jornada como este 8 de marzo, de homenajes, flores y discursos llenos de halagos, no borra ese horror, ni lo empequeñece.
La agresión constante que sufrimos las féminas cobra forma en el golpe de un marido abusador, pero también está presente en cada minuto de nuestras vidas, tanto en el orden profesional como social. Caminar sola de noche por una calle, sentarse sin compañía en un parque o tomar el sol en una playa sin estar «escoltada» por la pareja, son momentos que muchas mujeres cubanas viven con más inquietud que disfrute.
Los límites en los que podemos movernos quedan claro desde muy temprano: ¿Decente o puta? ¿Buena esposa o cuestionable solterona? ¿Madre dedicada o mala madre? ¿Sumisa o peleona? ¿Maquillada o desaliñada? ¿Buena cocinera o inútil frente a la hornilla? Cada intento de salirnos de esos estrechos marcos implica el doble de esfuerzo que para un varón y una cantidad proporcional de improperios ajenos.
La violencia comienza desde que somos pequeñas, cuando nos preparan para ser «hermosas y delicadas», forzando nuestros gustos, afinidades y vocaciones. Nos imponen ser condescendientes y dulces, recatadas y silenciosas; subordinadas a la iniciativa masculina y «aguantonas». La formación familiar y el sistema educativo, imperante aún en nuestro país, nos encierran en estrechos y decimonónicos roles de género.
Al feminismo cubano le ha ocurrido lo que a una mujer profesional que termina encerrada en la casa con un marido celoso y de pocas luces
A nosotras se nos mide con las escalas más exigentes y se nos piden las cuotas de paciencia más altas. Si una mujer es víctima de un abuso lascivo en la calle, la primera reflexión de la mayoría será señalar que llevaba una «ropa muy provocativa» o se contoneaba en exceso. El agresor es presentado como alguien que «hizo su papel de hombre» y la fémina recibe los peores adjetivos.
Las presentadoras televisivas deben verse lozanas y atractivas, mientras a sus colegas masculinos les cuelgan las canas, las papadas y las barrigas, sin que nadie se moleste por ello. En el Gobierno pasa otro tanto. A este poder «macho y machista», bajo el que vivimos hace casi 60 años, le gusta retratarse con caras bonitas y hacer melosas ceremonias en el Día Internacional de la Mujer. Regala flores y nos llama «compañeras», mientras el resto del año frena las reivindicaciones femeninas y la independencia de cualquier iniciativa por la igualdad de género.
Al feminismo cubano le ha ocurrido lo que a una mujer profesional que termina encerrada en la casa con un marido celoso y de pocas luces. Le quitaron sus mejores años, le impidieron experimentar la vivencia de tomar las calles para reclamar sus derechos y ahora le exigen que se quede tranquila, mansa, apoyando a esos que mezclan la testosterona y el poder, la subestimación a las féminas y un empalagoso cortejo, que es otra forma de violencia enmascarada en supuestos elogios y piropos.
Si apropiarse de nuestros cuerpos a la fuerza es un delito execrable, lo es también adueñarse de nuestra libertad, imponernos un modelo de lo que debemos ser y prolongar esos esquemas discriminatorios, ese falso mercado de valores, donde los ovarios siguen cotizando por debajo de los testículos.