Yoani Sánchez: Polarización y sociedad civil
La familia de Yamila, de 41 años, es una muestra de la sociedad cubana. El padre es del partido comunista, la madre católica que nunca abrazó el proceso revolucionario, un hermano en Miami y ella misma trabajadora en una empresa mixta donde gana algunos pesos convertibles. Cuando se sientan a comer, discuten sobre el alto precio de los alimentos, los bajos salarios, lo aburrida que está la telenovela o lo que han tardado este mes las remesas del emigrado en llegar.
El fuego ideológico hace décadas que no atiza las pasiones en el comedor de la casa de Yamila. El padre cada vez está más atemperado en sus posturas políticas; la madre reza, mientras compra en el mercado ilegal; el vástago que vive en la otra orilla viene cada cierto tiempo a pasar las vacaciones y la voluntariosa cuarentona ahorra peso a peso para comprarse un televisor pantalla plana. Son las dificultades cotidianas las que les preocupan y los mantienen unidos. La lucha por sobrevivir los hace dejar a un lado cualquier diferencia.
Ese microcosmos de una familia en la Cuba de hoy tiene mucho que enseñarle a quienes desde posiciones polarizadas intentan decir qué es sociedad civil y que no, pretendiendo poner límites y etiquetas maniqueas a la diversidad de fenómenos que componen nuestra realidad. Sin embargo, cualquier definición del entramado de ese complejo tapiz que conforma una sociedad debe hacerse con la objetividad de reconocer todas sus partes y el derecho a existir de cada una.
Tachar de oficialistas a unos y de vende patrias a otros solo ahonda las distancias sociales y demora la necesaria transformación que debe vivir nuestro país
Tachar de oficialistas a unos y de vende patrias a otros solo ahonda las distancias sociales y demora la necesaria transformación que debe vivir nuestro país. En el tejido social actual hay hebras identificables que deben ser tenidas en cuenta y que ningún tijeretazo de la intolerancia debe excluir. Si somos conscientes de la responsabilidad que tenemos en ese proceso de inclusión, entonces trataremos de no cortar arbitrariamente ninguna parte del tejido.
El tema se vuelve candente a medida que nos acercamos a la Cumbre de las Américas en Panamá, donde tanto el Gobierno como la oposición se alistan para presentar su propia versión de la sociedad civil cubana. Todo apunta a que, a pesar de las ansias conciliadoras de parte de los organizadores panameños, en esa tribuna solo se va a escuchar una versión sesgada de cada lado, no el tan necesario discurso de respeto al otro y de pluralidad que necesita la nación cubana en este momento.
Si bien es cierto que las llamadas organizaciones de masas como la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) y los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) se comportan en lo ideológico como poleas de transmisión desde el poder, debe tenerse presente que cada una de ellas engloba a un elevado número de cubanos –ya sea por automatismo, incapacidad de elegir otras opciones, miedo o verdadera complacencia– y cada una de nuestras familias está compuesta en su mayoría por miembros de esas entidades. Desconocerlas es amputar una parte de nuestra realidad.
Descalificar per se a una persona porque forme parte de la FMC, los CDR o la ANAP, por ejemplo, se vuelve un acto de sectarismo y elimina del debate nacional a una zona imprescindible de la ciudadanía. Entre ellos, algunos muy capacitados desde el punto de vista profesional que formarán parte de quienes ayudarán a reconstruir económica, social y jurídicamente a Cuba. A la Cumbre de Panamá –subvencionados por el Gobierno cubano y elegidos por considerandos ideológicos– irán muchos de ellos, con propuestas que deben ser escuchadas.
Panamá puede ser el momento en que la sociedad civil se encuentre y comprenda que no hay hijo de esta tierra que deba ser excluido del debate nacional
Sociólogos, economistas, intelectuales y académicos cubanos llevarán estudios muy sólidamente sustentados que aborden el tema medular del encuentro Prosperidad con equidad: El desafío de la cooperación en las Américas. En lugar de rechazarlos porque llegan con la orientación de convertir el evento en una trinchera, resultaría muy saludable interactuar con ellos desde el respeto y la propuesta. Panamá puede ser el momento en que la sociedad civil cubana se encuentre y comprenda que no hay hijo de esta tierra que deba ser excluido del debate nacional.
Por otro lado, la campaña oficial cubana ya ha comenzado a deslizar su veneno sobre figuras y grupos de la disidencia, la oposición y el periodismo independiente que asistirán también a la cita de abril. Esos ataques no van dirigidos a dañar la autoestima de los activistas, ya acostumbrados a la violencia verbal que les dedican constantemente, sino a alejar el posible diálogo de esa parte de nuestra sociedad civil con aquella que se reconoce más cercana al Gobierno o que defiende el actual orden de cosas en la Isla.
Viajan, la mayoría, con boletos y estancias sufragados por instituciones y entidades extranjeras, dada la indigencia material que viven desde su situación de ilegalidad. Sin embargo, al proceso de selección de quiénes estarán allí encarnando a esa porción de Cuba le ha faltado democracia interna y la debida transparencia. Empujados por la improvisación y la precariedad material, esos representantes deben saber que se les evaluará también por las ideas y propuestas que aporten, no solo por las anécdotas del dolor y la represión que han vivido.
Si la disidencia quiere mostrar su adultez, debe enseñar que tiene un plan de futuro y que no solo sabe vivir bajo la heroica situación de ser un grupo perseguido
Si la disidencia quiere mostrar su adultez, debe enseñar en Panamá que tiene un plan de futuro y que no solo sabe vivir bajo la heroica situación de ser un grupo perseguido, sino que sabe hacer política de manera inteligente, mesurada y pensando en el bienestar de todos los cubanos. Su agenda no solo debe incluir llamados a que se respeten los derechos humanos y a que exista un marco de libertades individuales y colectivas, sino que tiene que acercarse a los problemas cotidianos más acuciantes de la ciudadanía que quiere representar.
Es muy importante también que esa otra porción de la sociedad civil cubana que no se siente reconocida en las organizaciones de masas, ni en los partidos de oposición comprenda que le corresponde jugar el papel de puente, no de isla. Señalar hacia ambos lados y erigirse desde la estatura moral de que ellos sí que no son ni «subvencionados por el Gobierno cubano» ni «asalariados del imperialismo«, solo hace agregarle más leña al fuego de las desconfianza.
El pequeño sector privado que trata de abrirse paso en la Isla, los sectores vinculados a la Iglesia católica y otras denominaciones, los académicos que han tratado a toda costa de mantener una mirada independiente en sus análisis y aquellos grupos que defienden los derechos de las minorías, buscan la emancipación femenina, la independencia de artistas y cineastas o el fin de la discriminación racial, todos deben saber que no ayuda que se coloquen a mirar el enfrentamiento entre los dos polos desde la valla. Tienen la responsabilidad de atemperar y formar parte del tapiz, no de agregarle tijeretazos ni permanecer ajenos al conflicto.
Como en la mesa de Yamila, cada uno quiere vivir su vida, tener su autonomía. Ellos ya lo han logrado, en el abrigo del hogar y la comprensión que dan los lazos familiares. ¿Podremos alcanzarlo nosotros como nación?