Yoani Sánchez: ¿Somos los cubanos más indisciplinados que otros pueblos?
Un teléfono con el auricular arrancado. (14ymedio)
«Aquí nadie cuida nada«, bramaba la señora en la cola frente a la caja contadora de una carnicería estatal. Se refería a quienes dejaban las neveras abiertas o colocaban la cesta de compras sobre el cristal de las tarimas. Sin embargo, no parecía reparar en la falta de aire acondicionado del local, el hedor que salía de algunos congeladores donde la mercancía se había echado a perder, ni en la única empleada que se ocupaba de cobrar, mientras otras miraban con los brazos cruzados. La culpa la teníamos los clientes, según la aguerrida mujer.
La indisciplina social se ha vuelto un tema recurrente de los reportajes y las entrevistas en los medios nacionales. Al vandalismo se le achacan desde los problemas con los ómnibus del transporte público, hasta el mal estado de las áreas verdes. Apenas se percatan los periodistas oficiales que mientras más levantan el dedo acusador contra el pillaje, más en entredicho queda el sistema educativo y político que ha moldeado a esos ciudadanos tan tendientes al saqueo y la destrucción.
El comportamiento social se moldea con el entorno. En un piso impoluto, en una acera limpia y en una ciudad cuidada, muchos imitarán al medio y evitarán ensuciarlo, destruirlo o depredarlo. El contexto influye sobremanera en la actitud que se tenga en los espacios públicos y con los bienes comunes. Pero cuando el entorno está sucio, agrede por su descuido y resulta hostil, no provocará respeto ni cuidado en quienes lo habitan.
Los cubanos no somos más indisciplinados que otros seres humanos y, sin embargo, ahora mismo, un parque de aparatos destinados a niños debe ser tan custodiado como un banco, para que no se roben las tablas de los columpios, los hierros de los carruseles ni las sogas de las redes para trepar. En las zonas poco iluminadas de la ciudad, la gente defeca u orina, los microvertederos surgen en miles de esquinas y un chorro de agua sucia puede caer desde cualquier balcón, directo hacia los peatones.
Cuando el entorno está sucio, agrede por su descuido y resulta hostil, no provocará respeto ni cuidado en quienes lo habitan
La situación se ha mantenido así por tanto tiempo, que muchos han llegado a creer que en el ADN de nuestra identidad no cabe el cuidado por lo que nos rodea. «Esta ciudad no puede tener un metro subterráneo, porque imagínese como olerían esos túneles con la gente haciendo sus necesidades allá abajo», aseguraba categóricamente un señor con pinta de funcionario venido a menos, mientras aguardaba la guagua en una parada.
Por sus palabras, el hombre sugería que los cubanos no podremos disfrutar de los privilegios de la modernidad y la comodidad, pues estamos incapacitados para mantenerlos. Sin embargo, ese mismo «exterminador irremediable» en el que nos hemos convertido, toma un avión, se va a Nueva York o a Berlín y en dos semanas por esos lares ya echa la basura en los cestos, no enciende un cigarro en un local público y se limpia los zapatos de barro antes de entrar a una oficina.
El vandalismo es un mal que está presente en todas las sociedades. La ley y el control lo regulan y mantienen a raya, pero ahí está. Forma parte de nuestra naturaleza humana ese minuto de rabia que nos hace tomar la cuchilla e inscribir nuestro nombre en la pared recién pintada o desgarrar la tela de la butaca del cine. Las multas y otras penalizaciones deben ocuparse de que ese rapaz que todos albergamos no se desboque.
Sin embargo, el contexto tiene que provocar que la gente lo cuide. No basta con hacer llamados a la disciplina y la educación formal, el individuo debe sentir que vale la pena preservar lo que lo rodea. Una calle llena de huecos, un ómnibus que pasa tarde y repleto y una acera sumida en la oscuridad por la rotura hace años de su única lámpara, son el componente ideal para la depredación y la rapiña.
Muchos, como la señora que se quejaba en la carnicería, ya no perciben el escenario de constantes agresiones a los derechos del consumidor y del ciudadano que presenta nuestra sociedad. De tan acostumbrados al maltrato, las ineficiencias, roturas y altísimos precios, arrojan toda la culpa sobre estos «cubanos indisciplinados» que no pueden «vivir en ningún lugar, sin destruirlo».