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Yoani Sánchez: Superados por la realidad

No es el exceso de solicitudes lo que colapsa los servicios, sino la distancia que separa a los planificadores de los clientes

El fracaso de las pruebas para la llegada de internet a los móviles se debió a un «exceso de demanda», según contó entonces el monopolio de telecomunicaciones Etecsa. La plataforma de comercio electrónico TuEnvío colapsó poco después de declararse la pandemia por un incremento de las compras y, ahora, Fincimex paraliza la entrega de tarjetas magnéticas para comprar en las tiendas en divisas porque un aluvión de solicitudes agotó sus insumos.

Cuando se suman las ocasiones en que las empresas estatales justifican su inoperancia a partir de una sorpresiva demanda, habrá que concluir que las autoridades desconocen el mercado nacional, sus necesidades y aspiraciones. Algo difícil de creer en una economía centralizada y planificada, donde –en teoría– sería más fácil calcular el volumen y la intensidad con que se solicitará un producto o una prestación.

Tanta ceguera empresarial es hija de múltiples factores que siguen campeando a sus anchas en la economía de esta Isla. Uno de ellos es el exceso de triunfalismo, que hace creerse a funcionarios y ministros la pseudorealidad fabricada por el discurso y los medios oficiales. De tanto repetir que «sí se puede» y de propalar las infladas cifras de producción o desarrollo, muchos de estos jerarcas trazan planes más ajustados a lo que debería ser que a lo que realmente es.

 

La diferencia entre lo soñado y lo posible termina rompiendo la cuerda por el eslabón más débil, el usuario de esas empresas estatales

 

La diferencia entre lo soñado y lo posible termina rompiendo la cuerda por el eslabón más débil, el usuario de esas empresas estatales que han calculado mal su potencial, a la par que subestiman el derecho del cliente a recibir un buen trato. Entonces llegan las reclamaciones, los teléfonos que suenan por horas sin ser respondidos en las dependencias de estas entidades, los intentos de culpar a los ciudadanos por su indisciplina o ansiedad y la repetida justificación de que «no imaginábamos que iba a haber tantos pedidos».

La causa principal para estas chapuzas radica en el desconocimiento que tiene la clase gobernante sobre el pueblo que recorre las calles de este país. Para ellos, desde su atalaya de privilegios y comodidades, los cubanos deberíamos comportarnos como seres humildes, que acepten lo que venga sin exigencias ni reclamos. Un individuo sin ansias de prosperidad, sin gustos particulares, que no emita críticas a la gestión estatal y espere disciplinadamente por lo que le toca a través de la distribución racionada.

Para los ministros, militares, altos funcionarios y demás sujetos que reciben prebendas, es muy difícil imaginar la agitación que genera en las familias cualquier oportunidad para mejorar mínimamente su día a día. Aquellos a quienes les llevan hasta sus casas un surtido de alimentos y productos de aseo libre de costo no pueden comprender a la madre que espera por semanas por una tarjeta magnética para que el hijo le mande una remesa y, tras largas horas de cola, comprar salsa de tomate y detergente en una tienda en divisas.

El problema es que quienes diseñan las políticas económicas y los planes empresariales del país son justamente esos que reciben privilegios y comodidades gratuitamente. De ahí que, una y otra vez, cometan el mismo error de infravalorar las necesidades de la gente y calcular la demanda que generará cualquier nuevo servicio. Con el plato lleno, el auto con el tanque de gasolina repleto y un servicio telefónico gratis, están a años luz de esa galaxia que es «la Cuba real».

No, no es el exceso de solicitudes lo que colapsa los servicios, sino la distancia que separa a los planificadores de los clientes.

 

 

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