Yoani Sánchez: Ya no quiero encontrarte, Camilo
Flores a Camilo Cienfuegos en una escuela primaria en el municipio Plaza. (14ymedio)
El muro del Malecón sabe a sal y es áspero al tocarlo. Sobre él, con el uniforme escolar salpicado por las olas, lanzaba cada octubre de mi infancia un ramo de flores hacia el mar. El homenaje iba dirigido a un hombre que había muerto quince años antes de mi nacimiento. Su rostro estaba en los murales y en los libros escolares, con una enorme sonrisa bajo un sombrero alón. Eran los tiempos en que aún soñábamos con encontrar a Camilo Cienfuegos.
La historia repetida hasta el cansancio, en los matutinos y la propaganda oficial, hablaba de una avioneta desaparecida mientras el Comandante volaba entre las ciudades de Camagüey y La Habana. Para los niños de mi generación se trataba de un enigma casi mágico. Creíamos que un día lo hallarían, jaranero y barbudo, en algún lugar de la geografía cubana. Era cuestión de tiempo, pensábamos.
Sin embargo, pasaron los años y en esta isla larga y estrecha nunca se ha detectado ni un trozo de aquel Cessna de dos motores. Las nuevas tecnologías irrumpieron en la vida de todos, los satélites revisaron cada centímetro del planeta y míticas ciudades sumergidas o enterradas, fueron encontradas a lo largo del orbe. Pero de Camilo, ni una pista.
Aquella ilusión de que retornaría para unirse a la «alta dirección del país» fue dando paso a un deseo distinto. A mediados de los ochenta escuché hablar de Camilo Cienfuegos como la esperanza de un cambio. «Si él estuviera aquí, nada de esto habría pasado«, repetían los mayores. «Él sí que no era comunista», sentenciaba mi abuelo.
El misterio se ha desmoronado. No porque halláramos respuestas, sino porque nos cansamos de esperarlas
Volvimos a querer que localizaran vivo al héroe de Yaguajay, pero esta vez para que liderara nuestra inconformidad y nos ayudara a superar el miedo.
En el Período Especial regresó con fuerza el ansia de descubrir al menos un vestigio de aquel sastre devenido guerrillero. Especulábamos con que al desvelarse las circunstancias de su muerte, el Gobierno de Fidel Castro caería como un castillo de naipes. El secreto mejor guardado de la era revolucionaria sería también su final. Pero tampoco en esos años se resolvió el misterio.
Hace unos días, una niña le recordaba a su madre que tendría que llevar un ramo de flores a la escuela para lanzarlo al mar en la jornada de la desaparición de este habanero que no superó los 30 años de vida. Un segundo después, la chica preguntó: «¿pero él está muerto o no está muerto?«. La mujer explicó con voz aburrida toda la versión oficial para terminar con un categórico: «sí, está muerto… ya no respira«.
El misterio se ha desmoronado. No porque halláramos respuestas, sino porque nos cansamos de esperarlas. Ahora mismo, nada cambiaría porque supiéramos que Camilo Cienfuegos está vivo en algún lugar –con la barba encanecida– o si se probara científicamente que la versión oficial es real. Tampoco habría una gran conmoción al comprobar que su muerte fue un asesinato ordenado por sus propios compañeros de la Sierra Maestra.
El tiempo, el implacable, ha terminado por enterrar a Camilo.