New York Times/Editorial: Un paseo por el vacío del 11/9
Dibujo: Naftali Beder
Si uno camina hacia la plaza en el Bajo Manhattan, se oye el monumento antes de verlo -un silbido a través de una arboleda de robles-. Pronto notamos que no es el viento, sino el agua. En la huella de cada torre, norte y sur, un inmenso vacío cuadrado está rodeado por cuatro paredes de agua que cae, y la piscina que está debajo se vierte en un vacío central más pequeño, que fluye y se aleja de nuestra visión. El monumento es negro sobre negro, pero el agua emite reflejos. La luz del sol y la niebla producen varios arco iris fragmentarios, que parpadean al paso de las nubes.
Los turistas se arremolinan alrededor y compran recuerdos, los guías explican, trabajadores de la construcción en el perímetro se relajan. Aunque se trata de una escena de crimen, el memorial no es un lugar mórbido. Los árboles lo suavizan, al igual que la presencia de niños que no poseen recuerdos de aquella mañana, hace 15 años este domingo 11.
Hay un museo subterráneo cercano, si usted desea sumergirse en ese día. Pero el evento es difícil de comprender en su totalidad si uno no llegó a ver las torres intactas, si nunca miró hacia arriba entre las dos columnas rayadas y se mareó ante su tamaño. Y si ese día usted no estaba en la zona y no tuvo que huir hacia el norte de la ciudad, o cruzar un puente, si su memoria no fue cauterizada por el humo, el polvo, el olor, la incomprensión.
El monumento tiene el poder de llevarle suavemente al pasado – no hacia el horror, pero tal vez a las lágrimas-. Este es el efecto de ver los miles de nombres, grabados en filas de bronce, cinco nombres por fila, que rodean las fuentes. Cada fila es como un collar de flores de cinco hilos, vidas unidas por trabajo o alguna otra circunstancia relacionada, o por el azar, y con un único y terrible destino.
Camine lentamente, y deje que sus ojos absorban la pérdida. Jeremy «Caz» Carrington, de Cantor Fitzgerald. Deepa Pakkala, Marsh & McLennan. Uhuru Houston, policía de la Autoridad Portuaria. Tal vez algún día la tecnología nos permitirá colocar el cursor sobre un nombre y escuchar una historia, convocar una vida, ver la trenza de seres queridos formados durante toda una vida y que, de repente, es rota. ¿Quiénes eran estos muertos, y adónde podría haberlos llevado la vida? William Mahoney, cuerpo de bomberos de rescate 4. Michael Quilty, Escalera 11. Heather Malia Ho, chef de repostería en Windows on the World.
Muchos de ellos no tenían idea de lo que estaba ocurriendo, y ninguno supo las consecuencias de los ataques. Los años de guerra sin fin, los desastres en el extranjero, la nueva forma de vida: ver algo, decir algo, temerlo todo.
El monumento, afortunadamente, no demanda una secuela desgraciada. Se convocan, en cambio, la dignidad y el honor -de las víctimas que llamaron a casa dejando mensajes de amor, de los primeros en responder que se precipitaron hacia el humo y las llamas-. Hubo gran valor ese día, y liderazgo ejemplar en los días y meses posteriores. Rudy Giuliani, generando calma y unidad; George Bush, honrando a los trabajadores y a los caídos en medio de los escombros.
Quince años después, el mal del 11/9 aún puede repercutir, pero la bondad sigue siendo una cosa ante la cual maravillarse. Y el monumento al 11/9 – tenue, profundo – es casi milagroso, dado su tormentoso nacimiento por un comité. Hace años, dos alcaldes, Michael Bloomberg y Giuliani, participaron en un equipo que discutió lo que el monumento debía ser. Giuliani quería algo grande en esa «tierra sagrada«. El Sr. Bloomberg argumentó a favor de una escuela, no un monumento. «Siempre pensé que el mejor monumento es construir un mundo mejor en su memoria», dijo. «Soy un creyente en el futuro, no en el pasado. No puedo hacer nada respecto al pasado «.
Bloomberg tenía razón sobre lo que no podemos hacer. Pero muchos de nosotros podemos hacer esto en un día brillante de septiembre: Tomar el metro hasta el Bajo Manhattan. Caminar una manzana o dos, encontrar la ruta a través de una zona de construcción y por un pasillo de eslabones de cadena. Tómese el tiempo para caminar alrededor de cada vacío, viendo fluir los nombres. Hay demasiados, pero lea aquellos que pueda y reflexione sobre el conjunto. Dé varias vueltas, pensando, como un peregrino podría hacerlo, sobre la magnitud de la pérdida, el paso de los años. Y lo que nosotros, los seres vivos, podemos hacer para construir un mundo mejor, digno de su sacrificio.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
New York Times
A Walk Around the Void of 9/11
Walk onto the plaza in Lower Manhattan and you hear the memorial before you see it — a whooshing through the oak trees. You soon realize it’s not the wind, but water. At the footprint of each tower, north and south, a vast square emptiness is bound by four walls of falling water, the pool below pouring into a smaller central void that flows out of sight. The memorial is black upon black, but the water casts reflections. Sunlight and mist make fragmentary rainbows that flicker as clouds go by.
Tourists are milling about and buying souvenirs, guides are explaining, construction workers on the perimeter are relaxing. Though it is a murder scene, the memorial is not a morbid place. The trees soften it, as does the presence of children who have no memory of that morning, 15 years ago on Sunday.
There is an underground museum nearby, if you want to immerse yourself in that day. But the event is hard to grasp in full if you never saw the towers intact, if you never gazed straight up between the two pinstriped columns and got dizzy at the scale. And if you were not downtown that day, and did not have to flee uptown or across a bridge, did not have your memory seared by the smoke, the dust, the smell, the incomprehension.
The memorial has the power to gently push you back — not to horror, but maybe to tears. This is the effect of seeing the thousands of names, incised in bronze rows, five deep, encircling the fountains. Each row is like a lei of five strands, lives linked by work or some other related or random circumstance, and one awful fate.
Walk slowly, and let your eyes absorb the loss. Jeremy “Caz” Carrington, of Cantor Fitzgerald. Deepa Pakkala, Marsh & McLennan.Uhuru Houston, Port Authority police. Maybe technology someday will allow us to hover over a name and hear a story, summon a life, see the braid of loved ones formed over a lifetime and then, suddenly, snapped. Who were these dead, and where might life have taken them? WilliamMahoney, Fire Department Rescue 4. Michael Quilty, Ladder 11. Heather Malia Ho, pastry chef at Windows on the World.
Many of them had no idea what was happening, and none knew what the attacks would lead to. The years of unending warfare, the disasters overseas, the new way of living: see something, say something, fear everything.
The memorial, blessedly, does not summon any wretched aftermath. It summons, instead, dignity and honor — of the victims who called home, leaving messages of love, of the first responders who rushed toward the smoke and flames. There was great bravery that day, and exemplary leadership in the days and months after. Rudy Giuliani, creating calm and unity; George Bush, honoring the workers and the fallen amid the wreckage.
Fifteen years on, the evil of 9/11 may still reverberate, but the goodness remains a thing to marvel at. And the 9/11 memorial — subdued, profound — is almost miraculous, given its tortured birth by committee. Years ago two mayors, Michael Bloomberg and Mr. Giuliani, were in a group discussing what the memorial should be. Mr. Giuliani wanted something big on that “sacred ground.” Mr. Bloomberg argued for a school, not a monument. “I always thought the best memorial for anybody is to build a better world in their memory,” he said. “I’m a believer in the future, not the past. I can’t do anything about the past.”
He was right about what we can’t do. But many of us can do this on a bright September day: Take the subway to Lower Manhattan. Walk a block or two, find the way through a construction zone and down a chain-link corridor. Take the time to walk around each void, watching the names flow by. There are too many to linger over, but read those you can and reflect on the whole. Take several turns, pondering, as a pilgrim might do, the enormity of the loss, the passage of years. And what we, the living, can do to build a better world, worthy of their sacrifice.