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Yulimar Rojas: el oro en los Juegos Olímpicos y la consagración de un ícono

«La que se alza con la victoria es una cierta idea del hombre y del mundo,
del hombre en el mundo. Esta idea es que el hombre se define plenamente por su acción,
y la acción del hombre no consiste en dominar a los demás hombres,
sino en dominar las cosas».

Roland Barthes, en Del deporte y los hombres

 

 

 

A Yulimar Rojas le bastó sólo un salto para clasificar a la final de salto triple y ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio. En ambas etapas, la clasificación y la final, ese salto fue el primero. Ninguna de sus competidoras, en los posteriores intentos, quedó cerca de sus marcas. Yulimar Rojas llegó a su templo particular, uno exclusivo para muy pocos atletas en la historia de cualquier deporte, dentro del cual sólo persigue sus propios récords.

Pasó durante la final. El primer salto fue récord olímpico: 15,41 metros. Esa marca ya le bastaba para ganar la medalla de oro. Sin mayor tensión, suspenso ni incertidumbre: ¡Pum! Un solo salto para tocar el metal. Se confirmaba eso que los periodistas especializados daban por hecho: Yulimar Rojas iba a ganar el oro. Entonces, hizo un gesto pidiendo calma. Desde ese momento, la atleta comenzó a caminar en solitario buscando la eternidad.

En las disciplinas marcadas por los registros, por los números, los momentos se diluyen con facilidad. Dentro de tres años, en París 2024, se hablará sobre ese récord olímpico, los 15,41 metros, como el más destacado. Si nadie lo supera, habrá que esperar otros cuatro años para ver si alguien puede hacerlo. Así. Como un recuerdo inalterable. Pero ese número no hace justicia a la acción.

Cuando se observa competir a Yulimar Rojas, la naturalidad de sus acciones impresiona tanto como el resultado. Desde el performance inicial, ese orientado a estimularse y levantar gradas vacías, hasta que comienza a correr hacia sus metas. El tiempo se suspende entre cada salto; aunque esa frase parezca cursi, no lo es: son tan prolongadas sus zancadas que parece levitar. Un salto, otro, y a la tierra, a donde todo vuelve, incluso la gloria.

En el caso del récord mundial, la incertidumbre en relación con cuánto durará es aún más compleja de dimensionar. El anterior récord se sostuvo durante 26 años. Yulimar no había nacido y esa marca ya estaba ahí. Eso dice suficiente sobre el logro de la venezolana. Pero, cuando se revisa su marca, la sorpresa es aún mayor: saltó 15,67 metros, 17 centímetros más que el anterior récord. Durante la final, el registro más cercano de sus rivales ganó plata y llegó hasta los 15,01 metros, 66 centímetros menos que el tope de la venezolana.

En este momento, nadie salta más lejos que Yulimar.

 

Reacción de familiares de Yulimar Rojas en Barcelona, Anzoátegui, después de su triunfo en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Fotografía de Federico Parra | AFP

 

 

Aunque el salto triple tiene distintos torneos a través de los años, su mayor auge se produce en cada edición de los Juegos Olímpicos. No es un aspecto exclusivo de esa disciplina. Pasa con todo el atletismo. Dentro de esa categoría se incluyen múltiples deportes que, por lo general, suelen ser seguidos por los periodistas especializados y la televisión no suele darles tanto espacio. Eso fomenta que los seguidores casuales, esporádicos, se fijen en deportistas específicos. Una de ellos es Yulimar.

¿Qué nos dice esto en relación con su figura? Durante estos años, hemos visto su evolución hasta convertirse en un ícono cultural, que escapa a la pista para convertirse en una referencia social. Da igual si se entiende o no el deporte. Bastará mencionar su nombre para imaginar su rostro. Como Usain Bolt, Michael Phelps o Katie Ledecky, otras figuras históricas del deporte olímpico contemporáneo, quienes hicieron lo que ahora Yulimar consiguió: ser su propia competencia.

Llega a ese estatus luego de un año de suspenso marcado por la pandemia de la covid-19. A finales de febrero de 2020, Yulimar Rojas había conseguido  saltar 15,43 en Madrid. Estaba en forma y la meta era clara: superar a Caterine Ibargüen, la colombiana que reinó en la disciplina y que Río 2016 ganó en la medalla de oro. ¿Por qué es conveniente tener en cuenta que ha pasado un año entre ese récord y estas olimpíadas? Porque las rutinas de todos los atletas se vieron afectadas por la enfermedad.

 

 

 

Los deportistas de élite son ecosistemas frágiles. Se estudian desde las horas de descanso hasta los hábitos alimenticios, pasando por uno de los factores más importante, su salud mental. Durante ese año de aislamiento y temores, todo eso sufrió alteraciones. Durante estos Juegos Olímpicos varios favoritos no pudieron cumplir con las expectativas e, incluso, Simone Biles, quien ya brillara en las anteriores olimpíadas, ha abierto el debate en relación con el bienestar emocional y las expectativas que la sociedad entrega a estas personas. La actuación de Yulimar también consistió en saltar esos obstáculos, además de aquellos que la infraestructura deportiva de su país, precaria, le impuso unos años antes de que comenzara a prepararse en el exterior.

Yulimar llegó a Tokio siendo la principal esperanza de medalla de oro del país, una sensación que quizá ningún otro atleta venezolano había generado antes. La confirmación de los pronósticos, además de los récords, también la convierte en la primera mujer venezolana en ganar un oro olímpico.

 

 

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