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Zair Mundaray: El oficio de robar

“Mientras estos pillos desaparecen lo que podría exceder los 20 mil millones de dólares los maestros siguen lidiando con un sueldo de 7 dólares, el hambre avanza, la destrucción del proyecto de vida y la desesperanza de los venezolanos sigue en el tapete”.

 

La gran especialidad de la revolución bolivariana, es su voraz capacidad de apropiarse de lo ajeno, la indolencia frente a las consecuencias de su modelo rapaz, y tal vez uno de los temas que más rechazo genera, su impúdico placer por exhibir lo robado. Cómo llegamos hasta acá, tiene mucho que ver con nuestro relativamente exitoso pasado petrolero, en el que el ascenso social se relaciona con tener dinero, lo cual es percibido como algo positivo, sin reparar mucho en los orígenes de esas fortunas. Pero lo que ha ocurrido en días recientes en Venezuela difícilmente pueda ser cotejado con otras situaciones en el mundo; el descaro y la descomposición de todo lo que es loable en el ser humano tiene en el chavismo su grafía más excelsa.

Debo decir, que estoy convencido de que esta razzia contra un pequeño grupo de corruptos nunca se hubiese producido si no estuviésemos a las puertas de un evento con ribetes electorales. Para la casta gobernante, la “política” no pasa de ser una excusa para su sostén, no está revestida de ningún objetivo altruista ni de servicio. Pero, la cercanía a cualquier “consulta popular” viene de la mano de un enorme incremento en el gasto público, en el que se impone la ya manoseada fórmula revolucionaria, de salir a la calle a regalar neveras, lavadoras, bolsas de comida, y a prometer todo lo que han incumplido durante los últimos 25 años.

Maduro necesita plata, y contaba mayoritariamente con lo escondido en criptoactivos para poner en marcha su maquinaria de propaganda. Sin embargo, al pedir cuentas, bajo la premisa, claro está, de que ha colocado a cuidar los activos a consagrados ladrones, se percata que la plata no está, y no solo eso, sino que no hay forma alguna de que pueda recuperarla. En resumen, Maduro sabe que son pillos, como él, sabe que roban, como él, los pone donde hay, pero bajo la creencia de que lo que tiene que ver con la campaña es sagrado, porque se relaciona con la continuidad de la fiesta de corrupción que implica mantenerse ilegítimamente en el poder. Esa es su “arrecehera”, tal como ha confesado en alocuciones públicas.

“Estoy convencido de que esta razzia contra un pequeño grupo de corruptos nunca se hubiese producido si no estuviésemos a las puertas de un evento con ribetes electorales”

Hay gente que no tiene otro talento, ni conoce profesión distinta a la de robar. Hace años, Isaac De León Beltrán, escribió un libro que me hizo repensar todo lo que había estudiado sobre criminalidad. Se trata de “El Crimen como Oficio”, un ensayo sobre la eficiencia delictiva, donde a partir de diversos análisis, arriba a la conclusión de que el crimen es una verdadera profesión que algunos han asumido de forma seria y metódica, que no es casual o una situación momentánea, sino una elección de vida. Esta elección tiene como objetivo la eficiencia, que se expresa en la obtención de las mayores ventajas frente a la mínima brecha u oportunidad posible, calculando el riesgo en todo momento. No podemos negar, que Tareck El Aissami ha tenido la virtud de crear una maniobra de latrocinio a largo plazo, no es un arrebatador de carteras, sino un calculador estratega que además ha conseguido un importante staff de ladrones, que han sabido colocar en lugares claves, es decir “donde hay”.

Hay gente que olvida, que Venezuela gracias a la obra revolucionaria, se ha convertido en un Estado cuidadosamente diseñado para el crimen, especialmente para robarse lo público. Por eso, estos hechos que hoy causan escándalo y que no son más que la sustitución de un grupo criminal por otro, se gestaron hace mucho, cuando algunos impusieron la idea de que había que “blindar” la posibilidad de que el Estado pudiera cobrar acreencias vía criptoactivos y además que podía ejecutar partidas públicas por la misma vía. La Sunacrip (Superintendencia Nacional de Criptoactivos) fue un invento de la írrita constituyente de 2017, y por arte de magia fue adscrita desde su creación a la Vicepresidencia de la República, que para la fecha estaba en manos de Tareck El Aissami, quien puso en esa instancia bajo su control, no en balde, a uno de sus conocidos aliados Joselit Ramírez. Este fue designado como Superintendente desde junio de 2018 hasta su estrepitosa caída ahora en 2023. Si revisamos las competencias de la Sunacrip, y lo concatenamos con los parámetros de la Ley Antibloqueo impulsada por Diosdado Cabello, Tania Díaz y Gladys Requena, como miembros de la junta directiva de la constituyente, es fácil percatarse que hay una asociación para delinquir que permite usar la tecnología de las cripto para desaparecer el dinero.

El uso de las criptomonedas impide que las transacciones sean reversibles, además son anónimas, y con solo un clic pasan de manos, compran bienes, se intercambian por otras, se invierten en distintos valores, sin que se pueda rastrear eficientemente. Maduro lo sabe, de hecho, conocía que todo esto se estaba llevando a cabo, pero confiaba que el dinero de la campaña estaba aún a su disposición, obviamente se equivocó. De ahí en adelante era muy fácil para los grupos de poder que desean ocupar los espacios de los caídos en desgracia, armar la narrativa de la conspiración; era tanto como decir: podemos robar y ser eficientes agarrándonos todo, pero la plata de echar a la calle para elecciones es sagrada, es nuestra garantía para seguir robando.

Lo cierto es que Maduro envía un mensaje claro: yo soy quien decide cuándo y cuánto se roba, y el que no lo acate que se atenga a las consecuencias. Mientras estos pillos desaparecen lo que podría exceder los 20 mil millones de dólares los maestros siguen lidiando con un sueldo de 7 dólares, el hambre avanza, la destrucción del proyecto de vida y la desesperanza de los venezolanos sigue en el tapete. A diario vemos los videos de los lujos en los que viven los jerarcas revolucionarios, las mansiones, los viajes, los carros, el oro, las operaciones estéticas que convirtieron en irreconocibles ante el espejo, a quienes antes eran humildes jóvenes de barrios populares. Frente a esto la sociedad está dividida ente quienes los repudian y quienes lamentan no ser parte de la banda; porque sí, el modelaje es importante a las sociedades. Qué falta hace además una dirigencia política que asuma la denuncia, la investigación y que, con los escasos recursos existentes, ponga el foco en la corrupción como uno de los males que más gravamen ha causado a la población en nuestra historia reciente. Tenemos que ser capaces de hacer las cosas de forma diferente, ese debería ser el mansaje.

Mientras tanto, la sociedad reacciona, señala, denuncia, pero toda esta puesta en escena queda en manos de operadores de justicia que han sido parte del mismo festín de corrupción, desde el Ministerio Público hasta el Tribunal Supremo de Justicia. Quién revisará a los que juzgan, pero eso es materia de otra reflexión.

 

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