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Zapata, in Memoriam

La noticia me llegó en pleno programa. Afortunadamente transmitíamos un segmento grabado (un Soundtrack especial con Nina Novak). La llamada era de Miguel Delgado Estevez: “César, hermanito, murió Zapata. Me lo acaba de decir Mara, llorando.” La revelación fue un golpe seco, duro, en lo más hondo. Perder a Zapata es perder mucho, perderlo en estos tiempos es perder demasiado. Hubo un largo silencio en el estudio. Nos miramos las caras sin decir nada, mientras la grabación de Nina Novak corría al fondo. Un pesado suspiro y ni modo: a dar la terrible noticia al terminar el programa. De inmediato el twitter se llenó de condolencias, un gran pésame coral de todos los venezolanos. Hoy, lamentablemente, nos quedamos un poco más solos.

En las primeras semanas del año estuve muy cercano a él y a Mara. Me habían pedido que redactara un texto para el catálogo de la próxima exposición de Pedro León. Una exposición inspirada en la ópera y el bolero. Con la generosidad que siempre le caracterizó celebró mi texto que ahora queda como en el aire, inútil. Pero igual, a manera de homenaje póstumo, quiero compartirlo con ustedes. Lo acompaño con uno de los cuadros de la exposición; el que, precisamente, inspiró los párrafos que escribí.

A Zapata lo conocí en Radio Aeropuerto, en 1977. Hacía un programa indescriptible con Marianella Salazar y Augusto Hernández llamado “Kun Fu de Noticias”. Desde ese entonces y hasta el primer sol de esta mañana, fue un buen amigo, siempre leal, siempre solidario. Tenerlo al lado era un honor y un privilegio. Lo mejor de los mejores venezolanos le cabía íntegro en el pecho. Pero ya hoy no lo tenemos. Queda, sin embargo, una obra inmensa e inagotable. La mejor crónica de lo vivido en estos últimos cincuenta años está en sus insuperables Zapatazos. Aquí queda su mural de la UCV para recordarnos todos los días que, aunque lentos y atascados en el tráfico y otras colas varias, debemos seguir hacia adelante, a pesar de las trampas del rumbo y el destino. Aquí quedan sus charlas y sus conferencias, sus programas de radio, sus irrepetibles Cátedras del Humor y demás irreverencias. Aquí queda todo Zapata, pleno.

Gracias por todo, Maestro. Gracias.

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(Texto para el catálogo de la exposición La ópera y el bolero de Pedro León Zapata)

Zapata y el bolero

Un hombre elegantemente vestido de flux y corbata. Diría que seguro se adorna con un bigote muy fino y coqueto. Pero no lo puedo decir porque no tiene cabeza. Permanece erguido y altivo, pero descabezado. ¿En qué mundo cabe que se pueda perder la cabeza y seguir así, aparentemente firme y digno? Que la humanidad sepa eso sólo es posible en ese territorio exagerado que es el bolero, donde la cabeza se pierde (y se recupera) con pasmosa frecuencia. Y se pierde, invariablemente, por culpa de ella. Véanla allí, en primer plano, cruel e indiferente, fría, mirando para otro lado como si con ella no fuera la cosa, como si en efecto fuera inocente. Por eso Agustín Lara les decía todas esas palabrotas tan adornadas que le brotaban de su rabia y su despecho. Por eso Daniel Santos se emborrachaba hasta bien entrado el sol buscando con su canto a la Linda que no apareció jamás. Todos descabezados, todos roncos y empapados de bolero.

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Apenas unos trazos, un par de figuras, y allí está resumido todo un universo de miles de letras y melodías, innumerables discos y películas, serenatas infinitas, añoranzas, suspiros, servilletas inútiles, cantores de fama y riqueza, y anónimos desafinados de botiquín. Apenas un cuadro y allí está, pleno, el espíritu de esa inmensa institución sentimental de los latinoamericanos. Tal capacidad de síntesis y elocuencia es una de las características fundamentales del genio creador de Pedro León Zapata.

Ya sabemos de su extraordinaria habilidad para contarnos el desconcierto cotidiano de este país encandilado. Sus Zapatazos recién han cumplido cincuenta años. Medio siglo en el que varias generaciones han aprendido a ver el país desde su mirada perspicaz, pícara, afilada y siempre sabia. Pero ahora vamos a una obra de mayor ambición y envergadura.

Los cuadros que componen esta colección fueron todos trabajados en el 2007. Pedro León decidió concentrarse en un tema que le apasiona desde sus años de aprendizaje en México. (Los personajes de esta colección parecen extraídos del cine mejicano de los 40 y 50; las mujeres, por ejemplo, me evocan a la misteriosa Marga López, con su mirada lánguida y sus aretes –los mismos que le faltaron a la luna).Tema sobre el que después volvió en varios momentos de su vida. Me viene a la memoria, por ejemplo, aquella extraordinaria Cátedra del Humor dedicada al bolero, en el Aula Magna de la UCV, donde, con insuperable libreto de Salvador Garmendia, Morella Muñoz, Miguel Delgado Estévez, Pedro León y otros más, nos reventaron de asombro y felicidad a comienzos de los 80. Años más tarde, la experiencia se repitió parcialmente en otros escenarios del país.

¿Pero por qué a Zapata le interesa el bolero? Por lo que sus cuadros nos dicen, quizá por esa suerte de desafío extremo, falsamente final, que supone el bolero. Porque éste planta un drama de dimensiones colosales y operáticas (la otra parte de esta exposición, detalle nada gratuito, obviamente) en esa pequeña parcela de nuestra anónima cotidianidad. Es el drama hondo, desgarrado, aparentemente irreversible e insuperable, del oficinista y la bioanalista, del estudiante y del abogado modesto y ojeroso en tribunales, del policía y la arepera, del doctor en su pedestal y su resignado paciente también; de todos, pues, que caemos en la trampa de pensar que, en la pena de amor, el mundo se nos puede acabar mañana. Ese hombre, pues, pintado allí, que por corazón sólo tiene una mancha negra y le abre los brazos a una mujer -la misma, otra vez-, siempre indiferente. Semejante exageración, obviamente, abre las puertas al humor. Y allí el genio de Zapata hace de las suyas. Una sonrisa siempre es preferible ante el desgarro del desaliento. Una herramienta fácil y rápida para evitar que la pena nos aplaste.

El bolero es un universo extraño y maravilloso, tan nuestro como nuestras contradicciones y desconciertos. Zapata nos lo presenta con una mirada tranquila, apacible y sarcástica. Buena. Cómplice, por encima de todo. A lo mejor no le gusta que lo diga, pero es una rendición enamorada y risueña, como la de todos nosotros.

César Miguel Rondón

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