Zapatero, ese traidor
La sangre se lava mal y Otegui tiene una boca muy grande. Él mismo se está encargando de destapar las vergüenzas
Han coincidido estos días en el escaparate informativo José Luis Rodríguez Zapatero y Arnaldo Otegui, uno sacando pecho por haber «derrotado a ETA» y el otro reconociendo ser parte integrante de la banda al hablar de «nuestros presos» en referencia a los doscientos terroristas que aún permanecen en prisión. Digo ‘aún’ porque no será por mucho tiempo. En el cambalache suscrito entre el presidente traidor y el jefe del brazo político de la banda se incluía un apartado referido a la liberación de los encarcelados, cuyo cumplimiento requiere pasos que ya está dando Pedro Sánchez: acercamiento a cárceles próximas al País Vasco, traslado paulatino a estos centros y cesión de las competencias penitenciarias al Gobierno autonómico, en aras de garantizar que, vía progresión de grado, esa gentuza esté lo antes posible en la calle. Todo dentro de la ley, todo ajeno a la justicia, la dignidad y la decencia.
Con ser repugnante, esta parte del acuerdo no fue la peor. Infinitamente más grave fue la contrapartida de grueso calado político, explícita o tácita, contenida en ese pacto merced al cual el entonces líder socialista se puso la medalla de la ‘paz’ escenificando un cese de la violencia que se habría producido en cualquier caso, sin cesiones, dada la situación de extrema debilidad en que se hallaba ETA. Infiltrada hasta los tuétanos, acorralada policial y judicialmente, oscurecida su capacidad de causar terror por la abrumadora superioridad del yihadismo en esa sanguinaria pugna, cortados sus canales de financiación, aislada internacionalmente y sin representación institucional tras la ilegalización de Batasuna, la serpiente estaba derrotada. O lo habría estado, de no haber acudido Zapatero a rescatarla con el beneplácito de Rajoy, según se ha publicado sin que nadie lo desmienta. Entonces apareció ZP, cargado de revanchismo sectario, y unió sus intereses a los del independentismo comunista que nunca había hecho ascos al tiro en la nuca. Ambos coincidían en su voluntad de liquidar la Constitución de 1978 e instaurar otro modelo de Estado y de Nación. El jefe del Gobierno conseguía su propósito de escorar el PSOE a la izquierda y sumar puntos para un premio Nobel. El del tentáculo político etarra lograba la legalización de su formación, el regreso a las instituciones desde donde se «tumba definitivamente el régimen», tal como reconoció en el Parlamento vasco uno de sus portavoces en 2020 y, por añadidura, sacar a «sus presos», los suyos, sus compañeros de andanzas.
ETA llevó a Sánchez hasta La Moncloa previa mano de pintura blanca por parte de Zapatero, con la ayuda inestimable de Podemos y ERC, que hoy se suman a la manifestación en apoyo a los asesinos. Nada es casual. Pero la sangre se lava mal y Otegui tiene una boca muy grande. Él mismo se está encargando de destapar estas vergüenzas. Antes o después saldrá a la luz la verdad.