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Zoé Valdés – Ni original ni enamorado: Pedro Sánchez al estilo Napoleón y Fidel Castro

El presidente español busca perpetuarse en el poder, y tanto su mujer como su entorno le han propiciado la ocasión de oro

Pedro Sánchez durante el Consejo Europeo en Bruselas

Pedro Sánchez durante el Consejo Europeo en Bruselas – EFE

 

Pedro Sánchez ha escrito una de las cartas más extraordinariamente cursis que se haya leído jamás de un presidente de la democracia, sólo comparable (y esto le encantará) a la que escribía Napoleón cuando se hallaba en alguna contienda y suplicaba a Josefina que no se lavara allí abajo que estaba a punto de ganar y llegaría en breve para olerla, saborearla, y el resto… «Llegaré a París mañana por la noche: No te laves».

¿Estaba Napoleón tan enamorado de Josefina como él mismo creía en su delirio de grandeza? No. En esa quimera de creerse más de lo que era como hombre, macho varón masculino, de virilidad inigualable, Napoleón poseía la certeza de que Josefina constituía su mayor fetiche para alcanzar sus triunfos, y que el sexo con ella le aportaba buena suerte con relación a sus conquistas futuras como emperador.

Napoleón, a mi juicio, es uno de los personajes más camp de la historia universal. En una nota muchísimo menor, Fidel Castro se le quiso equiparar y de un plumazo borrar al racista Simón Bolívar.

De modo que es muy probable que Pedro Sánchez se crea muy enamorado de su mujer, y no sea el caso, lo que tampoco importaría mucho a la ciudadanía a la que va dirigida su carta, porque él goza de su cargo con la intención de gobernar España y de ninguna manera para que nos importen y nos imponga sus cuitas amorosas.

Lo que sí nos interesa e incumbe es si su esposa lo usó a él para sus negocios aprovechándose de ser la mujer del presidente de España y si él lo aprobó más por egotismo y egoísmo personal que por enamoramiento, y en buena medida debido a su chulería y estupidez.

O si, como en el caso de Fidel Castro frente a Manuel Urrutia en 1959, en lo que fue un autogolpe de Estado televisado e histórico, lo que es también muy probable que suceda en España, acontezca que Sánchez se ha ido de puente para a partir del lunes perpetrar el definitivo golpe de Estado que pretende desde hace rato y que no lo sacaría del poder ni dándole candela como al macao.

Si eso aconteciera todo se jugaría a partir de su regreso y según la explicación que quiera dar. ¿Modificación de la Constitución, desaparición de asociaciones e instituciones jurídicas y medios de prensa, persecución y condena contra la oposición y periodistas, encarcelamientos, y si se terciara, fusilamientos?

Quien me diga que España no anda preparada para todo lo anterior, todavía no ha estudiado bien los pasos que ha dado Pedro Sánchez en ese sentido.

Aunque, todo sea dicho, nadie podrá ignorar que con mucho dependiese de la información que se haya obtenido de esos móviles comprometidos bajo Pegasus, y si Israel de verdad se propusiera hundirlo, porque en la actualidad y tras su actuación después del 7 de octubre tendría todo para hacerlo.

De modo que Pedro Sánchez no sólo no ha sido original con esa carta de amaño de una posible dimisión, sino que con ella ha podido demostrar que tan enamorado no está de su esposa, porque si de verdad lo estuviese hubiera debido usar la oportunidad y dedicar tanto papel húmedo a aportar las pruebas de la inocencia de Begoña Gómez, en lugar de semejante lloradera baratucha y de tan absurdo chantaje sentimentalón.

En cualquier de los casos, seguramente la oposición estará preparada, porque la que se avecina es una dictadura pura y dura de corte castrista, con los jalalevas en las calles rasgándose las vestiduras como mismo hizo el pueblo cubano.

El Popolo siempre es el Popolo, no lo olviden, y mucho más cuando lo dirige la ideología del embudo: lo estrecho para nosotros y lo ancho para ellos.

Pedro Sánchez busca perpetuarse en el poder, y tanto su mujer como su entorno, le han propiciado la ocasión de oro.

No desaprovechará su otro momento de estrellato. Pues ha sido a golpe de instantes de estrellato que ha gobernado. Por encima de su mujer y de quien se le cruce en el camino, con un ego sobredimensionado como el de Napoleón y Castro juntos, sin las batallas del primero y la estrategia revolucionaria del segundo, pero con una idéntica y tremenda megalomanía.

 

 

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