A 100 años de su nacimiento: Rafael Caldera en el Astrodome de Houston
El funcionario de Protocolo ha venido a indicarles algo que está ocurriendo en la arena. Es un evento divertido al cual los lugareños deben estar acostumbrados, pues a ellos les causa gracia y no esa mezcla de leve estupor y tentación a la risa que experimentan los visitantes. Es posible que el del flux oscuro haya venido a invitarlos a pasar a otro lado, algo que se deduce de la alerta que la propuesta ha causado en el uniformado de la derecha, quien da la impresión de estar concernido por algo que no estaba previsto. Quizá las autoridades locales hayan tenido la ocurrencia de hacer pasar a sus huéspedes al centro del coso para rendirles un homenaje improvisado. Quizá para brindarle un presente insólito al Presidente…
Es el jueves 4 de junio de 1970, el tercer día de la gira emprendida por el presidente Rafael Caldera y su esposa, Alicia Pietri de Caldera, por los Estados Unidos. Los días 2 y 3 habían estado en Washington, donde fueron recibidos por el presidente Richard Nixon y su esposa Pat en la Casa Blanca, cuyos salones se abrieron a las ocho en punto de la noche del martes para ofrecer una cena de gala en honor de los visitantes. Doña Alicia, acostumbrada a tomar sólo una frugal colación de frutas, esa noche tuvo que dar cuenta de una coquilla de frutos del mar con hojuelas crujientes, una suprema de pato al oporto con arroz salvaje y vegetales, acompañada con ensalada de lechuga y queso brie, además de una torta de arándanos con salsa de frambuesas. Todo regado con Johannisberger Klaus del 67 para la entrada, Château Ausone del 62 con el ave y Dom Pérignon del 62 para los postres.
Es posible que, contra su hábito de irse a la cama con el estómago casi vacío, la esbelta Alicia haya comido con apetito tras el viaje de Maiquetía al aeropuerto de Washington y de ahí en helicóptero hasta la Elipse, en el Parque del Presidente, al sur de la Casa Blanca, donde ha arribado la delegación a las 10:25 de la mañana. El jefe del Estado va con traje oscuro (a diferencia de Nixon quien lo recibe de gris pizarra), camisa blanca y corbata vino tinto. La primera dama lleva un conjunto claro de chaqueta y falda sobre las rodillas, abotonada al frente. Los zapatos son de tacón ancho y bajo. No sólo es indumentaria de viaje, también la llevan en la Ceremonia de Llegada que inicia cuando la Guardia de Honor presenta armas, la banda toca los himnos de Venezuela y de Estados Unidos, y el presidente Caldera pasa revista a las tropas, que esa mañana se ven flamantes al sol del verano. Luego los dos mandatarios suben a una tarima de un metro de alto, alfombrada de rojo y dotada de micrófono, donde pronunciarán palabras breves.
“En la bienvenida, pensamos en muchas cosas”, dijo Nixon. “Recordamos el hecho de que tenemos una de las relaciones más largas de paz y amistad con su país que con cualquier país del mundo. Hace apenas dos días conmemoramos el 134to. año de la entrada en vigor del tratado de paz, amistad, comercio y navegación entre su país y el nuestro”.
Caldera fue el segundo jefe de Estado latinoamericano en visitar Estados Unidos durante la administración Nixon. Era el tercer encuentro de ambos hombres. Cuando Nixon era Vicepresidente se reunió con Caldera en dos ocasiones: en 1958 en Caracas y en Washington en 1959. Para Nixon y el Departamento de Estado, uno de los objetivos más importantes de la visita de Caldera era fortalecer lazos bilaterales con lo que ellos consideraban en aquel momento “una de las pocas democracias importantes en América Latina”.
Todo menos un autógrafo de La Pequeña Coronela
Para la noche los hombres se cambiarán a frac y las señoras a traje largo (con chaqueta el de la señora Caldera). En el brindis de sobremesa, el venezolano hará gala de su buen humor. La ya entonces veterana periodista Dorothy Cardle escribió una crónica para el Washington Post donde contaba que, al tomar la palabra para levantar la copa, el presidente Caldera había dicho que él “pensaba que Estados Unidos no había sacado el suficiente provecho a sus grandes tesoros: Abraham Lincoln y el béisbol. Incluso en el pueblo más pequeño de Venezuela se conocen los nombres de los equipos estadounidenses y de sus jugadores”. Y que había anunciado que en la noche del día siguiente iría a un juego entre los Senadores de Washington y los Medias Blancas de Chicago, cuyo shortstop era el venezolano Luis Aparicio.
A su turno en el brindis, según escribió Dorothy Cardle, Nixon agradeció a su huésped “por el más inusual regalo” que había recibido jamás de un jefe de Estado: “Junto con documentos históricos que demostraban los lazos entre Venezuela y los Estados Unidos en la época de la Guerra de Independencia de este país, el Presidente Caldera le dio al Presidente Nixon una réplica de un medallón de bronce que muestra a George Washington como lo pintó Gilbert Stuart. El original fue usado por Simón Bolívar”.
Concluidas las cortesías, todos los presentes pasaron al East Room, donde disfrutarían un concierto de Vikki Carr. Y Caldera, siempre según Dorothy McCardle, tuvo oportunidad de solicitar un autógrafo largamente codiciado. Resulta que entre la concurrencia se encontraba la otrora estrella de cine infantil, y para entonces representante de Naciones Unidas, Shirley Temple (Shirley Black, por su apellido de casada), a quien el de Miraflores le solicitó que le diera una firma. “Pero desafortunadamente no llegué a dársela”, cita la reportera a la señora Black. Aquella cena de Estado en la Casa Blanca era la primera a la que asistía la antigua niña prodigio y, como suelen hacer los novatos en tales acontecimientos, ella guardó el menú impreso en cartulina con letras en relieve para llevárselo como souvenir.
Otra vez en Washington
En junio de 1970, Alicia Pietri de Caldera tenía 46 años y seis hijos, pero lucía la silueta de una muchacha. Había sido criada en la férrea disciplina impuesta por su madre, Luisa Teresa de Montemayor Núñez, quien la sometió a constantes sesiones de ejercicio físico, así como clases de ballet, piano, violín, dibujo e idiomas.
Cuando tenía quince años era tan flaquita y proclive a los resfriados que la mandaron a temperar a Los Teques. Allí conocería a quien habría de ser su único novio y marido. Se casaron en 1941, cuando ella aún no cumplía los 18, en la Iglesia Santa Teresa, en el centro de Caracas, y de seguidas emprendieron el viaje de bodas a Washington con la correspondiente escapada a las Cataratas del Niágara. Por eso una de las notas aparecidas en la prensa norteamericana en esos días de junio de 1970 llevó el título de “Segunda luna de miel”, pues era la primera vez que la pareja Caldera-Pietri regresaba a aquella ciudad después de haber estado allí en su viaje inaugural de casados.
El marido, ya se sabe, era Rafael Antonio Caldera Rodríguez, nacido en San Felipe, estado Yaracuy, el 24 de enero de 1916. El pasado domingo se cumple, pues, el centenario de su nacimiento.
El primer domingo de diciembre de 1968 había sido electo Presidente Constitucional de Venezuela. Era la primera vez en la historia de este país que un partido de oposición llegaba al poder por la vía pacífica. Pero no llegaban a un jardín de rosas. A la conflictividad política debía sumarse el hecho de que, al empezar el año 1969, el valor de exportación promedio del barril no llegaba a 2 dólares y el país enfrentaba un tremendo déficit de viviendas. De allí que en la campaña electoral de 1968 el candidato de Copei ofreciera construir cien mil casas por año.
Para junio de 1970, Rafael Caldera tenía 54 años de edad y uno y medio en el poder. Pero, sobre todo, tenía retos formidables. Uno de ellos lo había llevado a esa gira por los Estados Unidos: estaba convencido de que la postración de los precios de los hidrocarburos no se remediaba con una extracción más voluminosa sino con el logro de una mayor retribución en el comercio internacional.
En el Astrodome de Houston
El segundo día de la visita de Estado, el miércoles 3, la jornada empezó antes de las nueve con una caminata por el Cementerio Nacional de Arlington. Poco después subieron las escaleras que conducen al Lincoln Memorial. Las instantáneas de ese día muestran a la señora Pietri de Caldera con un impecable traje de taller blanco con bies negro. De allí se fueron en limusina a la Calle 18 con Av. Virginia, donde está la estatua de Simón Bolívar. Luego Caldera sostendría una reunión de una hora con Nixon, antes de salir corriendo al National Press Club para hacer una exposición “en un inglés con mucho acento”, como escribió un periodista. Con ese mismo inglés atenderá una invitación para dar un discurso en una sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos de América.
Su comparecencia en el Parlamento estadounidense fue un éxito rotundo. No sólo porque lo convirtió en el único Presidente de Venezuela que ha hecho una alocución en inglés, sin notas ni cuartillas de apoyo, en ese recinto (una marca que conserva hasta la fecha), sino porque su oratoria despertó tal entusiasmo que fue objeto de varias ovaciones de pie, como cuando afirmó en el podio: “Fracasaron los nazis, como tarde o temprano fracasará también cualquier régimen o sistema que atente contra la libertad del ser humano”.
En la mañana del jueves 4 habló ante el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, en Washington. Y de ahí se fue a Houston, Texas, segundo y último tramo de su gira.
La fotografía que acompaña esta nota, parte de la colección del Archivo Fotografía Urbana, fue tomada ese día en el Astrodome de Houston, el estadio multiusos de esa inmensa ciudad. No tenía mucho tiempo de inaugurado. Se había terminado de construir en 1965 y era, entre otros usos, la sede de los Astros de Houston. Célebre por ser el primer estadio techado del mundo, su cúpula era entonces la más grande del planeta.
En el extremo izquierdo de la imagen está Enrique Aranguren Guillén, Jefe de la Escolta Civil del Presidente de la República. El siguiente, quien apunta hacia la cámara, es un funcionario de Protocolo que le habla a la Primera Dama, Alicia Pietri de Caldera, quien viste un conjunto de blusa con pantalón y lleva una gabardina sobre los hombros. Peinada con sencillez y corrección, luce unos zarcillos de perlas a los cuales era muy aficionada. Junto a ella está el presidente Caldera, cuyo traje es de un material liviano con finas líneas clara. En el extremo de la primera líneas del grupo está el entonces capitán de navío Manuel Díaz Ugueto, subjefe de la Casa Militar (el jefe era el general Juan Manuel Sucre Figarella). En el siguiente Gobierno, Díaz Ugueto, ya contraalmirante, sería Jefe de la Casa Militar de 1973 a 1974.
Manuel Díaz Ugueto nació en Los Teques el 6 de junio de 1928 y murió el 13 de diciembre de 2001. Sus padres eran Nicomedes Díaz González y Carmen Hercilia Ugueto Moreau. Y por esta vía, la materna, le viene su parentesco con el vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, presidente de la Junta de Gobierno en 1958. En julio de 1975, Manuel Díaz Ugueto va a ser subjefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Luego se encargará de la Jefatura del Estado Mayor Conjunto y en tal rol formará parte del Alto Mando Militar. Igual que el presidente Caldera, es dado a la lectura de la Historia de Venezuela y, lo que es más notable, a escribir sobre ella. Desde 1982 publicó varios trabajos sobre el Almirante Brion, con cuya peripecia se familiarizó cuando, ya colgado el uniforme, fue responsable de recopilar y editar los documentos de este prócer. En los años noventa, la editorial Los Libros de El Nacional publicó su texto Luis Brion, Almirante de la Libertad, dedicado “A la Armada de Venezuela / A mi esposa y a mis hijos”. Valga apuntar que el libro está impecablemente bien escrito.
En la segunda línea, de izquierda a derecha, el hombre sonriente es el embajador Emil Misbacher, Jr., Jefe de Protocolo de Estados Unidos entre 1969 y 1972. Ha acompañado a la pareja presidencial venezolana desde su llegada a Washington. Era el hijo de un corredor de bolsa de Wall Street que se retiró del mercado justo antes de la crisis de 1929. Tras servir en el Pacífico, en la Segunda Guerra Mundial, estuvo dirigiendo los negocios de la familia, que incluían petróleo, gas natural y bienes raíces. Era, pues, un veterano de guerra, millonario y hombre de confianza del Presidente de los Estados Unidos.
Junto a Misbacher está un escolta cuya nacionalidad ignoramos. En esa época los presidentes de Venezuela viajaban con comitivas muy pequeñas. Este hombre, que no mira lo que está ocurriendo en la arena sino a los periodistas y a quienes se han acercado a los Caldera (una actitud muy propia de los funcionarios de Seguridad), podría ser venezolano.
La mujer que está detrás de Caldera es Billye Aaron, quien en ese momento todavía se llama Billye Suber Williams. Va a casarse 18 meses después, en noviembre de 1973, con Henry Louis Aaron, el hombre que está a su lado. Es mejor conocido como Hank Aaron: el novio de Billye tiene en la actualidad 81 años. Nació el 5 de febrero de 1934 en Mobile, Alabama. No por nada lo apodaron El Martillo. Legendario jugador de las Grandes Ligas, entrará al Salón de la Fama doce años después de este día.
La gira concluiría el viernes 5 de junio de 1970, no sin antes ser recibidos en la NASA donde los Caldera, así como el capitán de navío Díaz Ugueto, escucharon embelesados el relato de aventura espacial y los pormenores de los trajes de los astronautas y sus naves. La familia de Díaz Ugueto conserva un precioso álbum de fotos de aquellos días. Allí puede verse a la primera dama con una minifalda que destaca su cuidada figura. Y, como al sentarse se pone aún más corta, ella se cubre graciosamente las piernas con un guante blanco. Tanto ella como su marido escuchan las explicaciones sin intérpretes.
Tampoco los necesitaron para comprender lo que viene a decirles el encargado de Protocolo, ahí en el Astrodome. Es probable que les está diciendo que el alcalde de Houston, Loui Welch, los invita a pasar al coso, donde le entregará un regalo al presidente Caldera. Esto se deduce de algo cierto: en Caracas va a circular una fotografía donde aparece un sonriente Caldera con un sombrero de cowboy.