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1936-2018: McCain, El hombre que debería haber sido presidente

Los héroes son una especie en peligro en la política estadounidense.  Los perfiles valerosos son escasos. Y honor parece una palabra que sólo se encuentra en el diccionario.

Pero John McCain fue un héroe estadounidense que ejemplificó el valor y el honor de innumerables maneras a lo largo de décadas de servicio público como piloto de la Marina, prisionero de guerra, congresista, senador y candidato presidencial.

No era perfecto y nunca fingió serlo. Tenía principios pero no era pretencioso: era ácido, honesto y a menudo muy gracioso.  Hacía bromas cuando las cosas se ponían difíciles, porque John McCain siempre fue más duro que los tiempos. Detestaba la estupidez y los estafadores que tan a menudo rodean nuestra política, y que alientan la epidemia actual de ética situacional. Pero amaba a su país sin condiciones previas, aun cuando reconocía su deber de decir la verdad al poder como ciudadano y como senador. Y es por eso que se ganó la entrada en el panteón de los senadores más grandes de los Estados Unidos, con una autoridad moral que superó a muchos presidentes, incluyendo al actual ocupante de la Oficina Oval. Su ejemplo inspirará cuando hombres más poderosos desaparezcan de la memoria.

El hijo rebelde de un almirante, McCain a menudo bromeaba acerca de haberse graduado cerca de los últimos de su clase en Annapolis.  Pero después de haber sido derribado en Vietnam, sus cinco años y medio de cautiverio y tortura hablan verdades eternas que parecen estar fuera de lugar en gran parte de nuestra conversación contemporánea.  Se negó a inclinarse ante sus captores y en repetidas ocasiones rechazó la oferta de libertad anticipada que se le había presentado mientras estaba enfermo de muerte -después de años de palizas y privaciones- con el argumento de que la libertad anticipada habría sido un signo de favoritismo que habría sido devastador para la moral de sus hermanos tras las rejas del Hanoi Hilton.  Es un nivel de disciplina bajo coacción que excede la definición de Hemingway de coraje como «gracia bajo presión». Superó el interés propio en la búsqueda de algo más grande: honor y hermandad.

Regresó a casa destrozado en muchas formas -nunca más pudo levantar los brazos por encima de su cabeza-, pero se propuso encaminarse hacia el servicio público, aceptando sus fallas y debilidades en lugar de esconderse detrás de los elogios de los tiempos de guerra que podrían haberle permitido proyectar un falso aura de perfección.  Había aprendido muy pronto en su vida que nuestros héroes no necesitan ser perfectos, y eso los hace aún más convincentes.

Se postuló para el Congreso en Arizona después de conocer y casarse con su segunda esposa, Cindy. Finalmente ganó el escaño en el Senado desocupado por su héroe político, Barry Goldwater.  Era un conservador del oeste a quien algunos liberales nunca perdonarían por posiciones que no se alineaban con sus respectivas pruebas fundamentales. Pero no tenía miedo de trabajar con sus adversarios y siempre tenía en mente el bien común.  Muchos conservadores nunca perdonaron al desafiante «campeón del compromiso» por trabajar con el demócrata Russ Feingold en la reforma de la financiación de las campañas electorales. Y eso tuvo un efecto devastador en su campaña presidencial de 2000.

La quijotesca campaña llamada «Straight Talk Express»  («El Expreso de la Palabra Directa»), fue heroica por su honestidad sin disculpas y por abrazar una tradición republicana reformista casi olvidada, de Teddy Roosevelt, en contra del «Triángulo de Hierro de Washington del gran capital, los cabilderos y la legislación que durante demasiado tiempo ha puesto los intereses especiales por encima de los intereses nacionales». En New Hampshire se anotó una gran victoria sobre el favorito George W. Bush, mientras las encuestas mostraban que derrotaba a Al Gore en la general por 20 puntos.

Luego vino Carolina del Sur.  Fue quizás la primaria más sucia de nuestra historia reciente, con la derecha religiosa uniéndose en torno a Bush y en contra de McCain. Mientras Bush reunía a sus fieles en la Universidad evangélica Bob Jones, que acababa de revocar su prohibición de citas interraciales, una avalancha de anuncios negativos contaminó las ondas de radio, mientras que mensajes telefónicos automáticos acusaban a McCain de todos los pecados imaginables (e imaginarios), incluida la colaboración con los norvietnamitas y la paternidad de un bebé negro ilegítimo (una calumnia dirigida a la hija adoptada de McCain nacida en Bangladesh). Durante un debate, George W. Bush extendió una mano y dijo apologéticamente: «John, es política».  A lo que McCain respondió tersamente: «George, no todo es política».

Después de perder Carolina del Sur, McCain dio un poderoso discurso en Virginia Beach, en el que señaló: «Las tácticas divisorias mediante el uso de calumnias no son nuestros valores.  Son influencias corruptoras sobre la religión y la política, y quienes las practican en nombre de la religión o en nombre del Partido Republicano o en nombre de los Estados Unidos avergüenzan nuestra fe, nuestro partido y nuestro país.  Ninguno de los dos partidos debería definirse por ser complaciente con los extremos en la política estadounidense y los agentes de la intolerancia, ya sean Louis Farrakhan o Al Sharpton a la izquierda o Pat Robertson y Jerry Falwell a la derecha… Somos el partido de Abraham Lincoln, no de Bob Jones».

Vale la pena reflexionar sobre cuán diferente habría sido la trayectoria de la América moderna si McCain hubiera vencido en el año 2000.  Las encuestas mostraban que las elecciones generales no habrían sido muy reñidas, ya que el profundo atractivo de McCain para los votantes independientes probablemente hubiera evitado que una decisión del Tribunal Supremo tuviera que resolver la división que se dio entre el voto popular y el electoral.  McCain habría continuado el centrismo que Bill Clinton introdujo en el poder mientras acorralaría a la extrema derecha. Después del 11 de septiembre, habría sido una figura paterna nacional perfecta por su sacrificio personal y su servicio militar. Dada su comprensión de las locuras que nos llevaron a Vietnam, es posible que no hubiera sido persuadido por los ideólogos que fomentaban la invasión imprudente de Irak. Y dada su oposición a los recortes de impuestos de Bush en tiempos de guerra, es probable que nuestros superávit presupuestarios de la era Clinton, ganados con tanto esfuerzo, hubieran permanecido intactos, en lugar de generarse una mayor deriva hacia la deuda. Es el hombre que debería haber sido presidente.

Cuando llegó la campaña presidencial de 2008, McCain no parecía estar en sincronía con un partido cada vez más derechista que incluso consideraba a George W. Bush un «Republicano Sólo de Nombre».  Inicialmente se hundió en las encuestas  y agotó las arcas de la campaña, pero siguió adelante y se repuso, para convertirse en el candidato de su partido bajo el lema «Primero el país».

Siempre habrá quienes critiquen profundamente su decisión de nombrar a Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia, abriendo la puerta al populismo conservador e ignorante que McCain había denunciado la mayor parte de su vida política. Pero la eligió a ella después de hacer flotar la posibilidad de un boleto de unidad nacional bipartidista con su buen amigo Joe Lieberman, el senador demócrata de Connecticut que sirvió como compañero de fórmula de Al Gore en 2000. Los conservadores amenazaron con abandonar la convención si daba ese paso audaz.

Pero se enfrentó a los extremistas en su propio partido e incluso en sus propios mítines de campaña. Cuando una mujer se levantó durante una sesión de preguntas y respuestas y explicó que no confiaba en el entonces senador Obama porque era «un árabe», McCain respondió instintivamente: «No señora». «Es un hombre decente, de familia, un ciudadano con el que no estoy de acuerdo en cuestiones fundamentales, y de eso se trata esta campaña. Es una persona decente y una persona de la que no hay que tener miedo como presidente… Admiro al senador Obama y sus logros, lo respetaré. Quiero que todos sean respetuosos, y asegurémonos de serlo. Porque así es como se debe hacer política en Estados Unidos».

Esa es la manera en que debería conducirse la política estadounidense, pero rara vez lo es. McCain era un luchador y nunca  disfrutó la presencia del presidente Obama.  Le irritaba la brecha de décadas en su historial de servicio público. Pero encontró maneras de trabajar juntos en ocasiones, y finalmente resultó ser un voto decisivo bajo la era Trump al negarse a apoyar la destrucción del plan de salud Obamacare mientras luchaba contra su cáncer terminal.

En sus últimos meses, enfrentando un diagnóstico mortal rodeado del amor de su familia, colegas y compatriotas, continuó mostrando verdadero valor y aprecio por una vida bien vivida, alabando «la satisfacción de servir a algo más importante que yo mismo, de ser un poco protagonista en la extraordinaria historia de América«.

En el verano de 2017, después de recibir la Medalla de la Libertad de la sociedad de la Constitución Nacional en Filadelfia, McCain ofreció una clara reprimenda al Trumpismo: «Temer al mundo que hemos organizado y conducido durante tres cuartos de siglo, abandonar los ideales que hemos promovido en todo el mundo, rechazar las obligaciones de dirigentes internacionales y nuestro deber de seguir siendo «la última y mejor esperanza de la Tierra» en aras de un nacionalismo espurio y mal concebido ideado por personas que prefieren encontrar chivos expiatorios a resolver problemas, es tan antipatriótico como el apego a cualquier otro dogma trillado del pasado que los estadounidenses enviaron al basurero de la historia. Vivimos en una tierra hecha de ideales, no de sangre y tierra. Somos los custodios de esos ideales en casa, y sus campeones en el extranjero».

Por su compromiso continuo de hablar claro, las encuestas en el otoño de 2017 encontraron que el halcón militar pro-vida y conservador fiscal era más popular entre los demócratas que entre los republicanos. Sin embargo, los votantes independientes siempre fueron su principal electorado y eso reflejaba su independencia basada en principios.

En su último libro, «The Restless Wave» (La Ola Inquieta), McCain reflexionó por última vez sobre una vida de lucha bien vivida, con advertencias implacables a sus conciudadanos sobre los peligros del hiperpartidismo y la polarización.  «Somos ciudadanos de una república hecha de ideales compartidos forjados en un nuevo mundo para reemplazar las enemistades tribales que atormentaban al viejo», escribió McCain. «Compartimos esa increíble herencia y la responsabilidad de abrazarla.»

Este es el caso moral y casi espiritual del centro vital visto con perspectiva y arraigado en la pura practicidad de la vida en una democracia. «Tienen toda la razón, soy un campeón del acuerdo y el consenso en el gobierno de un país de 325 millones de almas obstinadas, pendencieras y vociferantes. No hay otra manera de gobernar una sociedad abierta, o más precisamente, de gobernarla efectivamente«, truena. «Si quieren que la política sea más civilizada, si quieren que el Congreso discuta menos y haga más, entonces hagan acto de presencia. Representen. Jueguen un papel tan importante en las actividades mundanas de la política como el de los fanáticos». No hay sustituto para «We the People» (Nosotros el Pueblo).

Ahora John McCain ha fallecido, pero su ejemplo perdurará.  Él estableció un estándar más alto de lo que la mayoría de nosotros podemos esperar alcanzar con un sacrificio personal que pocos de nosotros podemos imaginar. Durante toda su vida, John McCain mantuvo la fe.  Amplió las mejores tradiciones de nuestro país luchando contra los fuertes vientos contrarios, cruzando el pasillo hacia sus adversarios para resolver problemas comunes sin sacrificar las verdaderas convicciones.

Cuando se supo que McCain había decidido interrumpir el tratamiento a finales de agosto, fue recibido con homenajes al otro lado del pasillo político, con la patéticamente predecible excepción del presidente Trump. De lejos el mejor tributo sería que los pocos republicanos que quedan con un sentido de principios más alto que el arrodillarse ante el partidismo se levantaran y hablaran en contra de las palabras y acciones deshonrosas de El Don. Lo que está claro es que los republicanos al final se arrepentirán de haber descendido por el camino de Trump, de la misma manera que elogiarán la fuerza de carácter de John McCain sólo cuando sea demasiado tarde. El contraste habla por sí mismo: independencia, honor y sacrificio frente a un pensamiento grupal carente de hechos,  pleno de estafa y avaricia.

Que Dios te acompañe, John McCain.  Los héroes nunca mueren realmente. Pero para mantener la fe, necesitamos más gente como tú en el servicio público, con honestidad, humor y coraje, poniendo siempre el país por encima del partido. Debido a tu ejemplo, es posible que encontremos algunos más en un país por el que siempre vale la pena luchar.  

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

THE DAILY BEAST

1936-2018: McCain, The Man Who Should Have Been President

John Avlon

Heroes are an endangered species in American politics.  Profiles in courage are in short supply. And honor seems like a word found only in the dictionary.  

But John McCain was an American hero who exemplified courage and honor in countless ways across decades of public service as a Navy pilot, prisoner of war, congressman, senator, and presidential nominee.  

He wasn’t perfect and never pretended to be. He was principled but unpretentious—acerbic, honest, and often very funny.  He cracked jokes when the going got tough, because John McCain was always tougher than the times. He detested bullshit and the grifters who so often surround our politics, encouraging the current epidemic of situational ethics. But he loved his country without preconditions, even as he recognized his duty to speak truth to power as a citizen, as well as a senator. And that’s why he earned entry into the pantheon of America’s greatest senators, possessing a moral authority that exceeded many presidents, including the current occupant of the Oval Office. His example will inspire when more powerful men fade from memory.

The rebellious son of an admiral, McCain often joked about graduating near the bottom of his class at Annapolis.  But after being shot down in Vietnam, his five-and-a-half years of captivity and torture spoke to eternal truths that seem out of step with much of our contemporary conversation.  He refused to bow down to his captors and he repeatedly refused the offer of early release presented to him while deathly ill—after years of beatings and deprivation—on the grounds that early release would have been a sign of favoritism that would have been devastating to the morale of his brothers behind the bars of the Hanoi Hilton.  That’s a level of discipline under duress that exceeds Hemingway’s definition of courage as “grace under pressure.” He overcame self-interest in pursuit of something greater: honor and brotherhood.

He came home in some ways broken—he could never again raise his arms above his head—but he willed himself on a path toward public service, accepting his failings and foibles rather than hiding behind the war-time accolades that could have allowed him to project a false aura of perfection.  He had learned early in his life that our heroes do not need to be perfect, and that makes them all the more compelling.

He ran for Congress in Arizona after meeting and marrying his second wife, Cindy. He ultimately won the Senate seat vacated by his political hero, Barry Goldwater.  He was a western conservative whom some liberals would never forgive for positions that did not line up with their respective litmus tests. But he was not afraid to work across the aisle and always kept in mind the common good.  Many conservatives never forgave the defiant “champion of compromise” for working with Democrat Russ Feingold on campaign finance reform. And that had a devastating effect on his 2000 presidential campaign.

“He had learned early in his life that our heroes do not need to be perfect, and that makes them all the more compelling.”

The quixotic “Straight Talk Express” campaign was heroic for its unapologetic honesty and embrace of an almost forgotten Reform Republican tradition of Teddy Roosevelt, railing against “Washington’s Iron Triangle of big money, lobbyists and legislation that for too long has put special interests ahead of the national interests.” He scored a massive win over front-runner George W. Bush in New Hampshire as polls showed him beating Al Gore in the general by 20 points.

Then came South Carolina.  It was perhaps the dirtiest primary in our recent history, with the religious right rallying around Bush and against McCain. While Bush rallied the faithful at evangelical Bob Jones University, which had only recently reversed its ban on interracial dating, a flood of negative ads polluted the airwaves, while robo-calls and loosely coordinated radio call-ins accused McCain of every imaginable (and imaginary) sin, including collaborating with the North Vietnamese and fathering an illegitimate black baby (a slur directed at the McCain’s adopted Bangladesh-born daughter). During one debate, George W. Bush held out a hand and said apologetically, “John, it’s politics.”  To which McCain tersely replied, “George, everything isn’t politics.”

After losing South Carolina, McCain gave a powerful speech in Virginia Beach saying, «The tactics of division of slander are not our values.  They are corrupting influences on religion and politics, and those who practice them in the name of religion or in the name of the Republican Party or in the name of America shame our faith, our party, and our country.  Neither party should be defined by pandering to the outer reaches of American politics and the agents of intolerance, whether they be Louis Farrakhan or Al Sharpton on the left or Pat Robertson and Jerry Falwell on the right…We are the party of Abraham Lincoln, not Bob Jones.»  

It’s worth reflecting on how different the trajectory of modern America would have been if McCain had prevailed in 2000.  Polls showed that the general election would not have been close, with McCain’s deep appeal to independent voters likely sparing the nation from a Supreme Court decision resolving a popular and electoral vote split. Despite positioning himself as the anti-Slick Willie, McCain would have continued the centrism that Bill Clinton ushered into office while corralling the far right. After 9/11, he would have been a pitch-perfect national father figure because of his personal sacrifice and military service. Given his understanding of the follies that led us into Vietnam, it’s possible that he would not have been persuaded by the ideologues encouraging the unwise invasion of Iraq. And given his opposition to the war-time Bush tax-cuts, it’s likely that our hard-won Clinton-era budget surpluses would have remained intact, instead of the deeper drift into debt. He’s the man who should have been president.

By the time the 2008 race came around, McCain seemed out of step with an increasingly rightward drifting party that was already calling George W. Bush a Republican In Name Only.  He initially sank in the polls despite that and blew through campaign coffers, but he soldiered on and rallied to become his party’s nominee on a slogan of “Country First.” 

There will always be those who deeply fault his decision to name Sarah Palin to the ticket, opening the door to the kind of know-nothing conservative populism that McCain had decried most of his political life. But he chose her after floating the possibility of a bipartisan national unity ticket with his good friend Joe Lieberman, the Democratic Senator from Connecticut who served as Al Gore’s running mate in 2000. Conservatives threatened to walk out of the convention if he took that bold step.

“It’s worth reflecting on how different the trajectory of modern America would have been if McCain had prevailed in 2000.”

But he stood up to the extremists in his own party and even at his own campaign rallies. When one woman stood up during a Q&A and explained that she didn’t trust then-Senator Obama because he was “an Arab,” McCain instinctively replied, “No ma’am. He’s a decent family man, a citizen that I just happen to have disagreements with on fundamental issues, and that’s what this campaign is all about. He is a decent person and a person that you do not have to be scared of as president…I admire Senator Obama and his accomplishments, I will respect him. I want everyone to be respectful, and let’s make sure we are. Because that’s the way politics should be conducted in America.”

That is the way American politics should be conducted, but rarely is. McCain was a fighter and he never entirely warmed to the presence of President Obama.  The decades-long gap in their record of public service irritated him. But he found ways to work together on occasion, and ultimately proved to be a decisive vote under the Trump era in refusing to support the gutting of Obamacare while he was fighting his terminal cancer.

In his final months, confronting a deadly diagnosis surrounded by the love of his family, colleagues, and countrymen, he continued to show true grit and appreciation for a life well lived, praising “the satisfaction of serving something more important than myself, of being a bit player in the extraordinary story of America.”  

In the summer of 2017, after receiving the Liberty Medal from the National Constitution society in Philadelphia, McCain offered a clear rebuke to Trumpism: “To fear the world we have organized and led for three-quarters of a century, to abandon the ideals we have advanced around the globe, to refuse the obligations of international leadership and our duty to remain ‘the last best hope of Earth’ for the sake of some half-baked, spurious nationalism cooked up by people who would rather find scapegoats than solve problems is as unpatriotic as an attachment to any other tired dogma of the past that Americans consigned to the ash heap of history. We live in a land made of ideals, not blood and soil. We are the custodians of those ideals at home, and their champion abroad.”

For his continued commitment to straight talk, polls in the fall of 2017 found that the pro-life, fiscal conservative, military hawk was more popular with Democrats than Republicans. But independent voters were always his core constituency and that reflected his principled independence.

In his final book, The Restless Wave, McCain reflected one last time on a fighting life well-lived, with unsparing warnings to his fellow citizens about the perils of hyper-partisanship and polarization.  “We are citizens of a republic made of shared ideals forged in a new world to replace the tribal enmities that tormented the old one,” McCain wrote. “We share that awesome heritage and the responsibility to embrace it.”

“We live in a land made of ideals, not blood and soil.”

— McCain

This is the moral and almost spiritual case for the vital center seen with perspective and rooted in the pure practicality of life in a democracy. “You’re damn right, I’m a champion of compromise in the governance of a country of 325 million opinionated, quarrelsome, vociferous souls. There is no other way to govern an open society, or more precisely, to govern it effectively,” he thunders. “If you want politics to be more civil, if you want Congress to argue less and get more done, then show up. Represent. Play as big a role in the mundane activities of politics as the zealots do.” There is no substitute for We The People.

Now John McCain is gone, but his example will live on.  He set a higher standard than most of us can ever hope to achieve with personal sacrifice that few of us can imagine. Throughout his life, John McCain kept the faith.  He extended our country’s best traditions against strong headwinds, reaching across the aisle to solve common problems without sacrificing true convictions.

When news hit that McCain decided to discontinue treatment in late August, it was greeted with tributes across the political aisle, with the pathetically predictable exception of President Trump. By far the best tribute would be for the few remaining Republicans with a sense of principle higher than knee-jerk partisanship to stand up and speak out against the dishonorable words and actions from The Don. What is clear is that Republicans will ultimately regret descending down the path of Trump, just as they will fully lionize John McCain’s strength of character only when it is too late. The contrast speaks for itself: independence, honor, and sacrifice versus fact-free group-think, grift, and greed. 

God speed, John McCain.  Heroes never really die. But to keep faith, we need more people like you in public service—aiming for honesty, humor, and courage while always putting country over party. Because of your example, we may still find a few more in a country always worth the fighting for.  

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