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300 años de Casanova, la pluma más indócil

Giacomo Casanova, de cuyo nacimiento se cumplen 300 años, cobró fama por sus conquistas amorosas, pero merece ser celebrado por su legado literario, vital y aventurero.

 

 

El 2 de abril se cumplieron 300 años de la aparición en el mundo, en el corazón de Venecia, de Giacomo Girolamo Casanova. Nació probablemente en la calle Malipiero, vecina a la iglesia de San Samuele y antes llamada “della Commedia”, en el seno de una familia de artistas de teatro. Su madre era actriz y su padre, actor y bailarín, pero Casanova mismo y distintos académicos indican que su real progenitor fue el noble veneciano Michele Grimani. Lo crio su abuela y desde su muy temprana adolescencia estudió derecho en la Universidad de Padua y, luego, religión, con el objetivo de convertirse en abad.

Que su nombre sirva hasta el día de hoy para nombrar a alguien solo interesado en conquistar mujeres constituye, si es que el lenguaje se puede equivocar, un gran error, o al menos un malentendido; en cualquier caso, la palabra en cuestión es sin dudas el legado más trivial de nuestro hombre. No solo fue Casanova alguien complejo, único y polifacético, de múltiples vocaciones, saberes y habilidades, sino que las memorias en que dio cuenta de esa vida tan peculiar y al mismo tiempo tan universal, en contacto permanente con todo y con todos,  hicieron de él el mejor cronista del siglo XVIII.

Historiador, abogado, dramaturgo, eclesiástico, consejero de príncipes, reyes y papas, espía, poeta, inventor, empresario, matemático, jugador, médico vocacional, químico o alquímico, economista, cabalista, esotérico, gourmet todoterreno y violinista, Casanova fue uno de los hombres más libres, curiosos y alegres de la historia occidental. Nunca dejó de viajar por decenas de ciudades europeas grandes y pequeñas, reinos, castillos, puertos, salones, palacios, postas, albergues y posadas, en todo tipo de transportes, guiado por su intuición, por el ansia de conocer y por el ánimo febril de pasar de una novedad a la siguiente.

Sus memorias, tituladas Historia de mi vida, “valen menos por el relato de sus conquistas femeninas (son de hecho partes que terminan aburriendo por la repetición) que por el cuadro macro y micro histórico de la Europa que vive y nos cuenta, por los miles de observaciones sobre los modos y las instituciones de los diversos países que recorre el infatigable viajero. Todo le interesa, todo le divierte, y no solamente la anatomía secreta de las damas”, según el escritor francés Dominique Fernandez. O en las palabras de Leonardo Sciascia: “Casanova era primero un escritor, luego un aventurero y finalmente un seductor” (vale decir, de todas maneras, que Giacomo quiere y respeta a las mujeres, de toda edad y condición social, y sigue siendo amigo fraterno de ellas por años después de las rupturas amorosas; es el anti Don Juan, aquel oscuro burlador español, su más perfecto contrario: luminoso, encantador e itálico).

Es imposible condensar sus innumerables aventuras y solo una larga lectura de las 4,000 páginas de su Historia dará el panorama completo. El libro comienza con un gran prólogo, que incluye un racconto de ancestros probablemente inventados, y el relato de su infancia y adolescencia en Venecia y Padua. Luego la aventura comienza: Nápoles y Roma, la Corfú veneciana, Constantinopla: “No hay en ninguna parte del mundo espectáculo tan bello”.

Todo es movimiento. En 1746 es adoptado por tres nobles venecianos que ayudarán a solventar sus andanzas por muchos años, luego de que salve de la muerte a uno de ellos, el senador Matteo Bragadin, artilugios cabalísticos mediante. La vida de Casanova, entre encuentros galantes, fiestas, carnavales y ocultismos, deviene sulfurosa y comienza a ser observado por los inquisidores de Venecia, una ciudad regida por conservadores políticos y religiosos que permiten los vicios y excesos privados mientras no se salgan de control. Tras recorrer varias ciudades italianas, llega por primera vez a París, donde permanece dos años. Es incorporado a la francmasonería en Lyon y luego visita Praga, Viena y Dresde.

De regreso en Venecia, mantiene egregios amoríos con monjas del convento de Murano, en complicidad con el Abbé de Bernis, embajador de Francia, en el ridotto de este último (los ridotti eran pequeños espacios que a menudo fungían de club o casino, donde los venecianos se reunían, especialmente durante la noche, y donde las máscaras y los encuentros amorosos eran comunes). En julio de 1755 acaece el desastre: es tomado prisionero, sin duda por posesión de obras prohibidas y libertinaje, y tras meses de suplicio en las peores condiciones, en noviembre de 1756 concreta su obra magna: el fabuloso y funambulesco escape por los techos de la Prisión de los Plomos, que creará su leyenda en toda Europa.

Llega a San Petersburgo y aconseja a Catalina de Rusia adoptar el calendario gregoriano. De regreso en París funda la Lotería Nacional, instala una fábrica de telas y tejidos, y seduce a la riquísima Madame d’Urfé, peculiar dama aficionada como él al ocultismo y a la cual le promete la inmortalidad con la transmigración en un niño. Allí conoce también a otro colega alquimista, el Conde de Saint Germain. Se incorpora a la corte de Luis XV; encuentra entre otros a D’Alembert, Rousseau y Benjamin Franklin, primer embajador de los nacientes Estados Unidos y que fascina a Casanova por su conocimiento sobre globos aerostáticos. Pasa tres días entre el amor y la controversia con Voltaire en Ferney discutiendo de política y literatura. Recorre Inglaterra, y en Londres se introduce en la corte del Rey Jorge III; sufre allí un gran amor contrariado, la Charpillon, que casi lo lleva al suicidio. En Berlín se reúne con Federico II, el Grande; en Polonia bate a duelo a un noble y debe huir; en los Países Bajos se dedica al espionaje, la masonería, la bolsa y el patinaje sobre hielo. Madrid y Barcelona rebosan de peripecias y más encuentros galantes, incluido nuevamente calabozo en la ciudad catalana; en Provenza conoce a un par aventurero, Giuseppe Balsamo, conde de Cagliostro. Recala en la corte imperial de Viena y se vuelve secretario del embajador veneciano, Foscarini; en Suiza, cerca de Zúrich, casi se nos hace monje. El catálogo no tiene fin.

Siempre, en este trajín interminable, lo acompañaron sus libros (“sin la alimentación de los buenos libros, la mala comida me habría matado”) y sus notas de viaje, que nunca dejará de llevar y que sustentarán luego la Historia de mi vida: “Mi vida es mi materia. Mi materia es mi vida. […] Miembro del universo, hablo al aire e imagino que doy cuentas de mi gestión, como un mayordomo las da a su señor antes de marcharse”. Amante fervoroso de Horacio, Ariosto, el Aretino y Petrarca, escribe relatos, polémicas y diálogos, obras sobre geometría, historia, filosofía, moral, teología y literatura, sobre la historia de Venecia y de Polonia y sobre la Revolución francesa; traduce la Ilíada al italiano; en Praga colabora con Mozart y Da Ponte antes del estreno de Don Giovanni: es posible que hasta en la ópera más grandiosa de la historia haya metido la mano. Publica además con poco éxito una compleja, larga y lisérgica novela que preanuncia la ciencia ficción moderna, el Icosameron, un viaje al centro de la Tierra, donde habita una civilización utópica de pequeños seres hermafroditas, perfecta y paralela a la humana, seguro material de lectura de Julio Verne. La editorial Laffont acaba de presentar un enorme conjunto de obras de Casanova ajenas a sus memorias en el magnífico volumen Casanova, d’une plume indocile.

Tras centenares o miles de negocios y empresas con más fracasos que éxitos, planes y utopías de corta vida, amores y desamores, peligros, cercos, celadas, engaños, fortunas que llegan y se evaporan, las memorias finalizan en Trieste en 1774-1776. Es ahí donde obtiene el ansiado perdón del gobierno veneciano que le permitirá volver a su ciudad a cambio de devenir espía a su servicio, custodiar las buenas costumbres y vigilar las maniobras austríacas en el Véneto y Dalmacia. Si Casanova empezó a escribir sus memorias en 1791, ¿por qué el relato se detiene unos 15 años antes? Dos hipótesis: la primera es que considerara que para 1776 el fuego sagrado de su juventud ya se había apagado y no valiera la pena contar mucho más; la otra, más prosaica, es que no quisiera revelar haber actuado como informante en sucesos posteriores a esos años.

Luego de un breve tiempo en la Serenísima y otro romance que casi lo hace esposo (una buena chica, Francesca Buschini, con quien vive en Barbaria de le Tole), deviene, sin éxito, en editor y empresario teatral. Vuelve a partir, prosigue sus peripecias buscando una salvación económica y cada vez más consciente de la vejez que se acerca. En septiembre de 1783 –¡qué poco falta para la Revolución!– conoce en la casa del embajador veneciano en París, Daniele Andrea Dolfin, al joven conde Josef Karl von Waldstein, miembro de la nobleza checo-alemana y amante de las “ciencias de la magia”, en palabras del propio Casanova. Fascinado y también motivado por la fraternidad masónica, el conde contrata a Giacomo como bibliotecario de su castillo en Duchcov, Bohemia. Casanova acepta y será allí, acosado y burlado por el personal del castillo, donde comenzará a escribir sus memorias, recreando con felicidad su vida: “Nada podrá evitar el hecho de que me haya divertido”.

Estamos en eterna deuda con el conde Waldstein por su providencial hospitalidad y por la seguridad económica y la tranquilidad que le proveyó a nuestro héroe. “La tranquilidad es el más precioso de los tesoros”, razona un Giacomo ya visiblemente cansado. El castillo se puede visitar, a 100 kilómetros al norte de Praga. Si bien es un museo tan hermoso como glacial y uno puede imaginarse, pese a la valorada tranquilidad, el aburrimiento que habrá constituido para el viejo Giacomo contrastar su pasado con el mausoleo donde pasaba las horas, fue finalmente allí, en medio de ese aburrimiento, que pudo recrear su vida, con su propia pluma, en un francés italianizado que lo hará literariamente universal, alcanzar su redención por un sinnúmero de pecados (se sospecha de algunos muy serios, como el incesto, y otros no tanto, como la sodomía) y experimentar un último y prolongado goce: “Al recordar los placeres que he vivido, los renuevo y me río de las penas que sufrí, y que ya no siento”.

La historia de sus memorias originales es en sí misma material para una novela. El manuscrito lo recibe un sobrino de Giacomo que lo había acompañado en su agonía. Se publican primero en alemán, censuradas, a cargo del editor Brockhaus en 1822, y se conoce luego en francés una versión aún más pudorosa, y horriblemente creativa, a manos del traductor Laforgue. En 1834 quedan incluidas en el index de libros prohibidos. Cientos de ediciones de todo tipo se suceden en Europa, y recién en 1960 aparecerá, en francés, la versión completa, en un proyecto conjunto de Brockhaus, que conservaba el manuscrito (se salvó de los bombardeos de Leipzig en la Segunda Guerra Mundial), y la editorial francesa Plon. En 2010 la Biblioteca Nacional de Francia, tras discretas y complejas negociaciones, compra el manuscrito en siete millones de euros, con la colaboración de un donante anónimo. Las ediciones de Laffont (1993) y La Pléiade (2013) son muy recomendables. En 2013, Atalanta las publica completas por primera vez en español con un magnífico prólogo de Félix de Azúa. Sea en el idioma que sea, recomiendo su lectura con fervor: les aseguro que se sentirán coprotagonistas de aventuras y desventuras y tendrán diversión por largo tiempo.

Venecia ha celebrado a su hijo pródigo en el reciente carnaval con fiestas y magníficos espectáculos de agua, luz y música. En junio se realizará allí un gran simposio (“Casanova in time: 1725-2025”) organizado por la Universidad Ca’ Foscari –que además edita el excelente Journal Casanoviana– y la Fondazione Carlo Cini. Los estudiosos devotos de Giacomo son legión, una antigua comunidad de investigación que nunca podrá saber qué de lo que cuenta Casanova sucedió realmente y se entrega con pasión a imaginar lo que pudo haber sucedido. En efecto, la pregunta se repite una y otra vez: ¿es verdad todo lo que este hombre nos ha contado en sus memorias? Si así fuera, habría palidecido todo interés literario: “Bien podría haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asombroso es que, en su estado real, Histoire de ma vie es, además de un documento de singular importancia sobre la vida europea en el siglo XVIII, también una obra maestra literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la locura como el raciocinio”, nos dice de Azúa.

Casanova es inagotable, infinito y contradictorio. Aunque fue espléndidamente moderno, una personificación cabal de la época de la razón y de las Luces, encarnó al mismo tiempo la dulzura de vivir del Antiguo Régimen y siempre fue contrario a la Revolución francesa, que vivió con enorme disgusto. Hizo del humor, los placeres y la libertad un modo de vida que, en estos tiempos reaccionarios y autoritarios, de extremismos simétricos de izquierda y derecha, de intolerancia y Dark Enlightenment, se vuelven más relevantes que nunca.

Masón, librepensador, esotérico, libertino, jugador, sinvergüenza, fabulador, también fue un romántico avant la lettre, sentimental y creyente, con una confianza persistente en Dios: “Considero que mi vida ha sido más feliz que infeliz, y después de haber dado gracias a Dios, causa de todas las causas, y director soberano, no sabemos cómo, de todas las combinaciones, me felicito”.

¡Nosotros también! ¡Feliz tricentenario, caro Giacomo! ¡A tu salud! ~

 

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