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Armando Durán / Laberintos: El desenlace de la crisis venezolana

VENEZUELA REVOCATORIO

   Diversos hechos ocurridos durante estos días de septiembre han agudizado la crisis política de Venezuela, hasta el extremo que en la conciencia del país se ha instalado la convicción de que haga lo que haga el régimen para impedirlo, sus días están contados. El primero de estos significativos hechos fue, por supuesto, la imponente manifestación de protesta protagonizada por centenares de miles de ciudadanos indignados que recorrieron las principales autopistas, avenidas y calles de Caracas para expresar el pasado jueves su rechazo a la permanencia de Nicolás Maduro en la Presidencia de la República. El último ha sido el golpe de estado judicial, auténtico y brutal “fujimorazo” contra el soberano, ejecutado la tarde del lunes 5 de septiembre por una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, que de ese solo plumazo le arrebata a la Asamblea Nacional su legalidad constitucional, sancionada por el muy mayoritario mandato electoral del pasado 6 de diciembre.

 

   La asombrosa y pacífica “toma de Caracas” el primero de septiembre, más allá de su especificidad y del efecto mediático que produjo en todo el mundo, representó la consolidación de la oposición en un único camino estratégico, la celebración de un referéndum revocatorio antes del 10 de enero próximo, para cambiar de presidente, de gobierno y hasta de régimen inmediatamente. Hace meses, ante esta eventualidad, en torno a Maduro surgió la idea de poner en manos de cuatro leales amigos, los ex presidentes Ernesto Samper (Colombia), José Luis Rodríguez Zapatero (España), Lionel Hernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá), la articulación de un supuesto diálogo entre el gobierno y la oposición, no para encontrar de buena fe el entendimiento de los dos antagonistas, sino con la perversa finalidad de crear la ilusión de una supuesta negociación salvadora del futuro nacional y desmantelar el peligro mortal que representa para Maduro y sus aliados someterse al imperio electoral del dichoso referéndum revocatorio, como hizo Hugo Chávez en agosto de 2004.

 

   Por fortuna, esta maniobra del régimen fracasó estruendosamente nada más nacer, gracias a la filtración de la noticia a los medios de comunicación, pero la simple posibilidad de que esa opción fuera posible planteó un dilema, ¿diálogo o revocatorio?, términos no excluyentes, por cierto, pero que en este caso y de acuerdo con su circunstancia, no tenían la menor razón de ser. Ni en el palacio de Miraflores caraqueño ni en el palacio de la Revolución habanero se ha contemplado jamás diálogo alguno con la oposición. Se trataba, todavía se intenta con un Rodríguez Zapatero que no para de ir y venir entre Madrid y Caracas, de crear un espejismo capaz de deslumbrar a ciertos sectores de la oposición con algunas prebendas canallas, incluso con la tentación de ofrecerle casa por cárcel a algunos presos políticos, incluyendo a Leopoldo López, que todos han rechazado con firmeza, y el empleo a fondo de dos importantes poderes públicos, el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia, en teoría autónomos pero en la práctica meras dependencias del despacho presidencial, para hacer abortar la esperanza del revocatorio, su posposición, si las condiciones son propicias hasta nunca, o al menos hasta después del próximo 10 de enero, cuando una derrota de Maduro si bien lo dejaría cesante, no acarrearía la celebración de una elección presidencial en los 30 días siguientes, alternativa que le permitiría a los actuales gobernantes, con la excepción de Maduro, permanecer en el poder hasta febrero del año 2019.

 

   Descubierta a tiempo la maniobra y repudiada incluso por los sectores de la oposición que asistieron a la controversial primera reunión de representantes del gobierno y la oposición en el encuentro clandestino realizado en el balneario de Punta Cana, República Dominicana, el país no chavista, libre de distracciones contraproducentes, pudo al fin concentrarse en la tesis del revocatorio antes del 10 de enero, motivo más que suficiente para que Maduro y compañía se entregaran a la tarea de obstaculizar por todos los medios el desarrollo de una manifestación que sin la menor duda, como en efecto sucedió, tuvo el mayor de los éxitos y puso a Maduro y a su gobierno contra la pared. De manera muy especial, porque los estrategas del régimen acordaron celebrar la tarde de ese mismo jueves una contra-concentración de partidarios de Maduro en los alrededores de Miraflores y la convocatoria terminó en un auténtico y ostensible fracaso. Ni siquiera los empleados públicos, que estaban obligados a asistir al acto, acudieron a la convocatoria.

 

   Ese jueves perdió Maduro lo muy poco que le quedaba de popularidad y prestigio. Quizá por ello, o porque temía que algo parecido pudiera ocurrirle el próximo 17 de septiembre en la isla de Margarita, durante la Cumbre del Movimiento de los No Alineados, Maduro cometió el error de presentarse el viernes 2, al caer la tarde, en el muy pobre barrio margariteño de Villa Rosa. El tiro le salió por la culata. En lugar del baño de multitudes que esperaba darse en la isla, los vecinos del barrio, acosados por todas las miserias que se han aposentado en esa otrora perla antillana de Venezuela, lo recibieron a cacerolazos e insultos y obligaron a sus guardaespaldas a sacarlo del lugar corriendo y a toda prisa. La propaganda oficial trató de disimular el acoso ciudadano, primero, argumentando que aquellas carreras reflejan en realidad a un pueblo enardecido por el entusiasmo, y luego acusando a la oposición de haber intentado en aquel oscuro e infeliz rincón de Margarita un magnicidio, otro más en el catálogo bolivariano de los magnicidios, pero el registro gráfico de este ingrato incidente, según varios videos de aficionados transmitidos esa misma noche por la pantalla del popular canal YouTube, dejaba bien en claro que Maduro y su gobierno son ampliamente rechazados hasta por los sectores más marginados de la sociedad venezolana.

 

   La decisión del Tribunal Supremo de Justicia anulando “legalmente” la existencia de la Asamblea Nacional, cierra por ahora el círculo de una crisis política que no parece tener solución si no se produce un pronto cambio de gobierno. Por otra parte, las acciones y reacciones de la cúpula política de la oposición no parecen estar, en la opinión de cada día más venezolanos, a la altura del desafío que le presenta Maduro al país. Con lo cual se crea una situación de ingobernabilidad y caos, de muy difícil resolución. Por una parte, el régimen carece de la más mínima capacidad de respuesta ante eventos que de manera muy palpable ya se les han escapado de las manos. Como si en realidad en Venezuela no hubiera gobierno. Por otra parte, la oposición, encuadrada en la Mesa de la Unidad Democrática, alianza que hasta ahora ha sido electoral y muy poco más, tampoco parece tener una respuesta suficiente para obligar al régimen a cambiar de parecer y de conducta. Todo lo contrario. La comunicación entre la gran mayoría del país, indefensa y democrática, y la minoría gobernante, arrinconada por una impopularidad sin remedio pero armada y a todas luces dispuesta a llegar adonde deba llegar para permanecer en el poder, no encuentra por ahora un liderazgo que le indique dónde y cómo buscar una salida de esta suerte de parálisis social que sea convincente, que no se ampare en la negación de la realidad y, sobre todo, que resulte efectiva.

 

   En otras palabras, Venezuela, como nación, no da para más. Desde esta perspectiva agónica, no hay manera de impedir que más pronto que tarde salten los tapones de la indignación colectiva. No hay nadie, sin embargo, que pueda presumir todavía que algo sorprendente y novedoso ocurra antes de que sea demasiado tarde. Vaya, que uno siente que se aproxima el desenlace de la crisis, pero nada más. Lo único que puede vislumbrarse en este vacío insondable es el creciente malestar popular, acrecentado por la falta de liderazgo, la escasez de productos básicos y una inflación de la canasta alimenticia básica que el mes pasado experimentó un alza de más de 600 por ciento. Eso es lo que tenemos. Mientras tanto, Venezuela se precipita en el abismo de la dimensión más desconocida.                 

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