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El Nobel para Dylan. ¿Qué significa?

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It’s either fortune or fame
You must pick up one or the other
Though neither of them are to be what they claim
Just Like Tom Thomb’s Blues

I

Hace muchos años que se menciona a Bob Dylan como candidato al premio Nobel de literatura, pero supongo que muy poca gente habrá imaginado que finalmente lo obtendría este año. El que ahora lo reciba tiene una clara implicación a la luz de las circunstancias que privan en los Estados Unidos. Es obvio que, al galardonar a Dylan, una figura emblemática de la cultura contestataria norteamericana, la Academia sueca transmite un claro mensaje anti-Trump.

Pero ello no significa que Dylan le deba el premio a Trump —sería paradójico que algo bueno se debiera a tan insoportable personaje—; Dylan es un poeta reconocidísimo desde hace mucho tiempo no sólo por quienes hemos crecido escuchando rock, sino por gente que, más allá de sus gustos musicales, ha puesto atención a lo que dicen sus canciones —a cómo lo dicen— y a los libros que ha publicado, desde los poemas en prosa recogidos enTarantula (1971) hasta Chronicles (2004), el primer tomo de sus memorias que lo llevó a ser mencionado como candidato al Nobel por primera vez.

Dylan quiso, muy tempranamente, dejar en claro que no sólo era un cantante de música folk y un compositor de canciones de protesta (como se decía en los años sesenta), sino que se consideraba a sí mismo como un escritor y que tomaba muy en serio lo que escribía. “Soy mis palabras”, dijo a la revista Newsweek en un reportaje que se publicó en noviembre de 1963, cuando tenía 22 años de edad y era apenas el autor de un par de discos: Bob Dylan (1962) y The Freewheelin’ Bob Dylan (1963). En este último destacaban dos piezas (“Blowin’ in the Wind” y “A Hard Rain’s a-Gonna Fall”) a partir de las cuales empezó a construirse la leyenda de Dylan como una suerte de representante de la izquierda norteamericana, cosa que a él nunca le gustó mucho, pero que era casi inevitable dado el inequívoco contenido de sus canciones.

II

Siempre se ha discutido si Dylan debe ser o no considerado como un gran poeta.

Un conocedor de poesía en lengua inglesa tan relevante como el británico Christopher Ricks, profesor en las universidades de Oxford y de Boston (y que en el ámbito de ese idioma suele ser comparado con su colega estadounidense Harold Bloom), ha escrito un libro  de más de 500 páginas (Dylan’s Visions of Sin, Ecco Press, 2004) dedicado al análisis detallado de los versos de Dylan. Especialista en poesía romántica inglesa, Ricks no ha vacilado en equiparar la poesía de Bob Dylan con la de John Keats, lo que, desde luego, desató una polémica. (Otro gran crítico, George Steiner, respetuoso de Ricks, diría tiempo después en una entrevista: “Debo decir en voz baja: no, no es cierto.”)

En todo caso, no hay duda de que, a diferencia de la de John Keats, que comenzó a difundirse y apreciarse sólo después de su muerte, la poesía de Dylan es tan popular que seguramente muchas personas la habrán disfrutado sin saber quién es su autor.

Y, por supuesto, los poetas más jóvenes de lengua inglesa, cuya formación ha estado marcada por el rock, reverencian a Bob Dylan sin reservas. Es el caso de Paul Muldoon, uno de los poetas británicos contemporáneos más conocidos y admirados en ambos lados del Atlántico, quien incluso ha convertido a Dylan en personaje de uno de sus poemas: “Bob Dylan at Princeton, November 2000”, recogido en The Captain’s Tower, un libro publicado en el 2011 para festejar los 70 años de Dylan, que reúne poemas de setenta autores —entre ellos tres poetas de la corriente beatnik: Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Michael McClure, cercanos a Dylan

Su influencia sobre muchos músicos y escritores contemporáneos es innegable. Comenzando por John Lennon, quien alguna vez dijo que las canciones de Dylan lo habían impulsado a tratar de escribir letras serias y con cierta profundidad, una miriada de cantantes y compositores buscó darle una buena calidad a sus canciones.

Gracias a ello el rock fue una buena fuente de poesía durante gran parte de los años 60 y 70, y contribuyó a fomentar la lectura de poesía en por lo menos dos generaciones de jóvenes (muchos se encontraron por primera vez con la poesía a través del rock, y en especial a través de las letras de Bob Dylan).

Subrayar el dato generacional es pertinente al hablar de este premio concedido a Bob Dylan, que no es un hecho tan insólito como quizás le parecerá a muchos. Primero, porque la Academia, evidentemente, está decidida a diversificar los géneros literarios premiables. Comenzó a hacerlo al premiar a Svetlana Alexievich. En seguida, porque Dylan no sólo ha sido premiado y distinguido dentro del circuito de la industria musical sino también en otros ámbitos. Una universidad norteamericana y una escocesa le han conferido doctorados honoríficos (la primera de ellas fue la Universidad de Princeton, en 1970; la universidad de Saint Andrews lo hizo doctor honorario en el 2004). Y en tercer lugar, porque no es el único cantante y poeta, el único trovador que ha recibido un premio de esta naturaleza. Apenas en febrero del 2011 España le confirió a Leonard Cohen, el premio Príncipe de Asturias por su obra poética.

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A diferencia de muchos otros autores que han sido distinguidos con el Premio Nobel, cuya obra es casi siempre desconocida para la mayoría del público, la obra de Bob Dylan se encuentra de una manera o de otra en cientos de millones de hogares. Así que la difusión no es en este caso uno de los beneficios que el premio acarrea.

Más bien me parece que con el premio a Leonard Cohen y con este premio a Dylan comienza a dibujarse una tendencia que se antoja infinitamente justa: la de reconocer el trabajo y el arte de quienes, acompañados de un piano o de una guitarra (por nombrar sólo dos instrumentos), también han construido poemas que iluminan nuestra vida.

 

Rafael Vargas
Poeta y traductor.

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