Fernando Mires: Las tres líneas del cambio histórico
No es casualidad. Podríamos afirmar que esas tres líneas forman parte de la naturaleza de los grandes procesos de cambio. Surgen bajo distintas rúbricas pero se parecen como una gota de agua a otra. Ya en los tiempos bíblicos actuaban como zelotas, fariseos y saduceos. Hoy pueden denominarse moderados, revolucionarios y realistas. O dialoguistas, radicales y políticos.
En la gran Revolución Francesa de 1789 aparecieron como girondinos, jacobinos y sans culottes. En la rusa de 1917 como mencheviques, bolcheviques y anarquistas. En la mexicana de 1910 como maderistas, zapatistas y villistas; y así sucesivamente.
Esas tres líneas son la constante de cada proceso de cambio histórico. Podríamos afirmar incluso que el aparecimiento de esas tres líneas es la prueba de que, efectivamente, un gran cambio histórico ha comenzado a tener lugar.
Esas tres líneas trazadas en lugares y tiempos tan diferentes, bajo condiciones tan dispares y entre personajes tan distintos, hacen pensar que para entender las razones de su persistencia hay que indagar en conocimientos que se encuentran más allá de la razón política. Me refiero a condicionamientos psíquicos.
En cierto modo, las tres líneas corresponden a diferentes posturas frente a la vida y por lo mismo, frente a la muerte. Líneas que no se hacen presente en todas sus dimensiones durante la realidad cotidiana sino en los momentos más excepcionales. Son los momentos del cambio histórico.
Todo gran cambio histórico en la medida que emerge cuando un pasado muere y un futuro comienza a nacer, trae consigo la posibilidad de un enfrentamiento entre la vida y la muerte. Por lo mismo, todo cambio histórico es un encuentro con la posibilidad de la muerte.
Hay quienes deciden enfrentar el cambio histórico poniendo en peligro sus propias vidas y, por supuesto, las de los demás, huyendo hacia adelante. Son los llamados radicales. En momentos de insurgencia suelen ser personas muy heroicas. Pero en periodos previos, cuando debe imperar la lógica de la razón por sobre el imperativo de las pasiones, pueden provocar grandes catástrofes.
Los radicales, por lo tanto, no son los que asumen bajo determinadas circunstancias posiciones radicales. Los radicales son siempre radicales, sobre todo cuando no hay que serlo.
Lo mismo, pero al revés, ocurre con su polo contrario: los moderados.
Los moderados enfrentan a la posibilidad del cambio histórico de otro modo: huyendo hacia atrás.
En periodos normales los moderados suelen ser muy importantes para administrar las grisuras del ajetreo político cotidiano. No así en los grandes periodos de cambio. Pues, como todo cambio es riesgoso, los moderados intentan negociar con los representantes del antiguo régimen, cediendo posiciones hasta llegar en muchos casos a la colaboración con el enemigo.
A diferencias de los radicales que se mueven sobre la base de principios abstractos, los moderados suelen actuar según conveniencias inmediatas, al margen de todo principio. Lo importante para ellos es que todo siga siendo igual.
Los moderados, por lo tanto, no son los que asumen bajo determinadas circunstancias posiciones moderadas. Los moderados son siempre moderados, sobre todo cuando no hay que serlo.
Los centristas en cambio, son aquellos que viven la política de acuerdo a sus circunstancias. Pueden aparecer como moderados cuando hay que dialogar (retrocediendo cuando hay que retroceder, cediendo cuando hay que ceder). Pero cuando llega el momento del enfrentamiento decisivo —entre lo que muere y lo que nace— suelen ser confundidos con los más radicales. Y efectivamente, en ese momento lo son.
Cada política tiene su momento. Cada momento tiene su política. Pero mientras los radicales exigen confrontación en momentos de diálogo, los moderados suelen exigir diálogo en momentos de confrontación.
No hay lugar más difícil en el curso de un proceso de cambio histórico que asumir una posición equidistante frente a los dos polos extremos. Ese lugar sólo puede ser ocupado por personas centradas, en condiciones de mediar entre sus propios deseos y pasiones y los intereses de los grupos que representan asumiendo en toda su intensidad el principio de realidad en contra de pasiones incontroladas y de concesiones desmedidas al enemigo.
No hay ningún cambio histórico exitoso en el cual no haya terminado por imponerse el centro político. No hay nada más revolucionario que el centro, entendiendo por centro el lugar que con-centra los puntos principales de la acción política. Por eso la salida es y será siempre por el centro. Nunca por las puntas.
El centro es la política.