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Armando Durán / Laberintos: Populismo y el impacto de Trump en América Latina

 

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   ¿Se pone el populismo de moda en el mundo? ¿O sólo se trata de encontrar la manera de explicar las razones del malestar creciente del ciudadano de a pie con un liderazgo político, cada día más distante e indiferente? En todo caso, esta es la explicación más simple para entender numerosas experiencias extremas, desde la aventura fascista de Benito Mussolini en la Italia de entreguerras, hasta la de Hugo Chávez en la Venezuela del nuevo y turbulento siglo XXI, incluyendo en el paquete la razón del reciente voto británico en favor de romper sus lazos de integración con la Unión Europea, el llamado Brexit. Estas incidencias en realidad responden a la misma imposibilidad del pueblo norteamericano a identificarse en la actualidad con sus líderes, sean demócratas o republicanos, y constituye la causa de mayor peso en la victoria electoral de Donald Trump sobre Hillary Clinton. También es, por supuesto, la razón de la derrota del “establishment” político estadounidense a manos de un hombre, quien por estar solo, más solo a medida que avanzaba su campaña electoral, no parecía tener oportunidad alguna de derrotar a Clinton, perfecta expresión de las cúpulas partidistas tradicionales, y sin embargo lo logró.

   Nadie puede aventurarse a vaticinar hasta qué extremos llegará Trump para administrar desde la Casa Blanca su prometida defensa “populista” de los derechos más individuales de ese ciudadano común estadounidense, que cada día se siente más desprotegido y alejado de sus líderes. Según los teólogos de esta visión de un futuro distinto de Estados Unidos, Trump aplicará firmes políticas públicas para enfrentar, tanto la intromisión del Estado en la vida diaria del ciudadano común, como la presencia en ella, cada día más hegemónica y despiadada, de las grandes corporaciones.

   En todo caso, podemos esperar que las primeras decisiones que tome Trump a partir del próximo 20 de enero irán dirigidas, en primer lugar, a desmantelar programas sociales, ¿socialistas?, como la asistencia médica gratuita promovida por Barack Obama, y a abordar el espinoso tema de los inmigrantes desde una posición de absoluta intransigencia, porque en definitiva, tal como sostenía John Quincy Adams para justificar la Doctrina Monroe, América, es decir, Estados Unidos, es para los americanos. Para nadie más. También podernos esperar que la política internacional promovida por su antecesor sufra un vuelco abrupto. En América Latina, ello significará modificar sustancialmente el apoyo de Washington a la política de paz duradera en Colombia promovida por su presidente, Juan Manuel Santos, y cuyo acuerdo final, a pesar de la votación popular en contra de los términos acordados, se firmó hace pocas semanas en Cartagena de Indias con la presencia de numerosos jefes políticos de todo el mundo, incluyendo a Barack Obama, que se hizo representar en el acto por John Kerry, sucesor de Clinton en el Departamento de Estado; en contra del proceso de normalización de las relaciones de Estados Unidos y Cuba; y el endurecimiento de la posición estadounidense frente al caso Venezuela.

   Alain Touraine en sus trabajos sobre las políticas de lo que él llamaba “nacional-populismo”, señalaba que en América Latina, y ahora, a todas luces, también en Estados Unidos con la victoria electoral de Trump el pasado martes, el populismo “es ante todo una política nacional popular que tiene al pueblo como esencia y a la nación como colectividad amenazada por la dominación externa y sus creencias internas”.

   En América Latina, la manifestación más cabal de esta forma de gobernar, el populismo nunca ha sido una ideología sino la combinación explosiva de un rechazo a las élites políticas y económicas tradicionales y la exaltación del pueblo como esencia nacional, aunque sólo fuera con el propósito de contar con el apoyo ciego de las masas. La encarnó Juan Domingo Perón, hombre fuerte de Argentina desde 1946 hasta 1955, para algunos dictador de derechas, para otros de izquierda, gracias sobre todo al liderazgo carismático de su esposa, Eva Perón.

   El general-presidente se inspiró directamente en el fascismo italiano, la versión del brasileño Getulio Vargas, quien desde el momento de asumir la Presidencia en 1930, hasta que un golpe militar lo sacó del poder en 1945, había puesto todas sus energías en la construcción de lo que él llamó el “Estado Novo”, ambiciosa visión a su vez del proyecto del chileno Arturo Alessandri Palma durante sus dos presidencias, de 1920 a 1925 y de 1932 a 1938, que se jactaba de gobernar para “mi querida chusma”, los que serían los  famosos descamisados de Perón y Evita.

   Habrá que esperar y ver el camino que trace Trump para satisfacer plenamente a esas decenas de millones de electores que hicieron largas colas para brindarle el apoyo de sus votos. Es de suponer, sin embargo, que en Bogotá, en La Habana y en Caracas, sus gobiernos hayan perdido el sueño. Santos, tras su reciente visita a Washington, había conseguido que Obama accediera a implementar una suerte de segundo plan Colombia, con la finalidad, entre otros objetivos, de financiar el elevado costo que significa incorporar la tropa de las FARC a la vida civil. También contaba Santos con el apoyo estadounidense para negociar con los jefes de las FARC las modificaciones al acuerdo firmado para hacerlo más digerible por la mayoría de la población colombiana, lo cual implica hacer concesiones muy importantes en áreas tan controversiales como la extradición de militantes de las FARC acusados de narcotráfico.

   Por otra parte, en Cuba ha venido creciendo la impaciencia de sus dirigentes políticos por la demora con que Obama ha gestionado la eventual suspensión del embargo comercial a la isla. Ahora, con el triunfo de Trump, consolidada la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso y teniendo en cuento el aumento de la influencia que tendrán en la Casa Blanca los parlamentarios republicanos de origen cubano que han sido reelegidos y que sostienen posiciones radicales en favor del embargo y del aislamiento de Cuba, las expectativas que generó Obama en el ánimo de Raúl Castro y la cúpula del poder político cubano entran en el oscuro territorio de lo que pudo haber sido pero no será.

   En cuanto a Venezuela, el triunfo de Trump alimentará las posiciones más intransigentes en el gobierno de Nicolás Maduro para descartar por completo un diálogo que precisamente propiciaba el gobierno Obama y que seguramente discontinuará Trump, y las de quienes en la oposición están a punto de perder la paciencia. En el marco de este nuevo ingrediente, el Vaticano, que hasta ahora marchaba de la mano estadounidense, sin duda se verá obligado a medir con exactitud las consecuencias que le acarrearía seguir respaldando en solitario la opción de un diálogo que cada día luce más imposible.

   Mírese como se quiera, con un triunfo electoral que significa volver a darle prioridad a los problemas domésticos, Trump puede hallarse en el mismo dilema que en su momento no pudo resolver Lyndon B. Johnson, cuando para financiar el incremento militar de Estados Unidos en Vietnam se vio obligado a abandonar el programa Gran Sociedad, la principal meta de su gobierno. Y que al hacerlo, sencillamente perdió la confianza y el favor de sus electores. En el caso de Trump, su opción sería reducir sustancialmente la presencia de Estados Unidos en el mundo para reencauzar esos recursos en la implementación de sus programas populistas. El mundo al revés y el porvenir incierto de políticas que ciertamente debilitarán la influencia estadounidense en el resto del planeta.  

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