Después de Fidel, las instituciones
Salí de La Habana por última vez al final de la Cumbre Iberoamericana del año 2000. Tuve ciertas molestias con la oficina de Inmigración, problemas que se inventaban para incomodarme. Y, al Coronel de la Seguridad del Estado que me estaba entrevistando le hice una afirmación dura: «No volveré a Cuba hasta que se muera Fidel», le dije. Me miró con sorna y me contestó con una cierta contundencia: «Pues va a tardar». «Máximo dos años», me atreví a decirle. Se sonrió casi al borde del sarcasmo y terminó el coqueteo con una frase lapidaria: «Con Fidel nunca se sabe».
Pero ahora no está Fidel y yo puedo volver a Cuba, si me dejan los castristas que se quedan, que quedan muchos y mandando. Pero, en fin, con Cuba siempre hay que hacer cábalas que, a la postre, nunca se cumplen del todo.
Meses antes de la muerte de Franco, aquel hombre, se extendió por toda España una frase que se repetía en los medios informativos y en las tertulias políticas de todos lados: después de Franco, las instituciones. ¿Quería decir eso que la continuidad del régimen del general gallego estaba garantizada? ¿A qué instituciones se referían quienes corrían la voz con ese eslogan que hizo tanta fortuna? Acaba de morir Fidel Castro, algo más que un símbolo, gallego y cubano, blanco y dictador, genio de la dignidad para unos, sátrapa para otros.
Un día, hace ya bastantes años le pregunté a Gastón Baquero, el gran poeta cubano exiliado en España, cómo recordaría la historia a Fidel Castro y cómo aparecería su entrada en las enciclopedias dentro de un siglo. «Dictador del Caribe que vivió en Cuba en tiempos de Lezama Lima». Esa imagen poética resultaba espléndida, pero se quedaba ahí, en la poética. En la historia, Castro será juzgado como uno de los más grandes déspotas del siglo, sátrapa de un pequeño país del Caribe al que llevó un experimento revolucionario único que, sin embargo, pretendió extender por todo el continente latinoamericano. Sí, el pasado comienza ahora, pero, ¿ahora qué sin Fidel? ¿Las instituciones, la policía, el G-2, el Ejército (¡cuidado con el Ejército, mucho cuidado!), las familias derivadas del castrismo, el Partido Comunista? Y, ¿ahora qué?
La gerontocracia castrista ha sobrevivido, junto con el sistema impuesto, a cuatro generaciones orteguianas de cubanos. Ha sobrevivido a peripecias desastrosas y a situaciones asombrosas a las que condujeron las locuras del Loco, así llamado por el viejo exilio blanco de Miami, en la calle 8 y en su preferido lugar de reunión, el Versailles, que ahora celebra la fiesta mortuoria con ron y música incansable. Ha muerto el perro, pero los restos de la rabia continúan vivos, viejos, pero vivos, y el rencor está ahí, agazapado, adormecido por la política y el estupor que provocan estos dos acontecimientos estelares: la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro, el cáncer más incómodo que le nació a los Estados Unidos en América en el siglo pasado.
Dicen que ahora empieza de verdad el siglo XXI, pero lo que ha prometido Donald Trump en campaña es una locura detrás de otra. Con Cuba, Obama fue político y diplomático: caminó hacia adelante con una visión de futuro, pensando que los gerontócratas cubanos del régimen castrista desaparecerían en pocos años. Pero no contaba con Trump. En realidad, nadie contaba con Trump, ni siquiera el propio Trump, hasta que fue elegido presidente hace apenas 15 días, dos semanas y media antes de que se produjera la muerte de Castro. De modo que, lanzo la primera hipótesis de futuro, temeroso de equivocarme: si en Trump, con respecto a Cuba, manda la parte política, la apertura de la isla (más bien del archipiélago, que es lo que es Cuba) será un paisaje del pasado; si gana el comerciante que, sin duda, hay en Trump, entonces la cosa cambia y las relaciones entre Cuba, Estados Unidos y el mundo seguirán a trancas y barrancas como con Barack Obama. Dos campos de golf y una gran Trump Tower podían ser las primeras piedras de una buena amistad.
No encuentro ningún obstáculo al pensar así, salvo el ético (que es también el estético), y mi hipótesis de futuro, al menos en esta ocasión, quiere quitarle hierro al drama de incertidumbre en el que se abstraigan las ruinas del dios y de la revolución.
El poeta y periodista Raúl Rivero acertaba con la broma hace unos años cuando le preguntaba sobre la mortalidad de Castro. «Inmortal no es, pero es inmorible«, decía el poeta Rivero. ¿Es el símbolo de Fidel un símbolo inmortal para los cubanos? Esa es la cuestión. En las calles de La Habana, y en los teléfonos de los mejores que no tienen miedo, suena otra frase llena de contenido para quien quiera oírla: «Esto ya pasó, ahora nosotros». Pero queda el otro, contestan muchos que piensan que Raúl es tan inmorible como su hermano y que va a tardar en marcharse.
A pesar de ser un gran organizador y mucho más sensato que su hermano, Raúl Castro no tiene ni por asomo el carisma de Fidel y no es, en todo caso, un símbolo mayor del futuro de Cuba. Pero es, hoy por hoy, el amo del Ejército y lleva al Partido con tranquilidad y al tanto de todo lo que sucede en su país. Y aquí llegamos a la segunda hipótesis, tan arriesgada como la primera: el Ejército no aguantará el envite de la muerte del gran símbolo, y el día que comiencen los disgustos en las calles y el cubano diga colectivamente que no puede más, que La Habana no aguanta más, como reza la canción de Juan Formell y los Van-Van, entonces se negará a disparar un solo tiro contra los ciudadanos cubanos. Se negará a pegar un tiro al futuro, luego de haber estado esperándolo desde hace mucho tiempo. ¿Golpe de Estado, pues? Es una hipótesis que manejan en algún momento los más arriesgados analistas que, en el fondo, pueden estar confundiendo sus deseos con las realidades.
Y luego están, tercera hipótesis, las ruinosas instituciones de Cuba, fuera del Partido y el Ejército, poniendo al Ejército sin duda en primer lugar. ¿Lo que el Ejército quiera? Si el general Arnaldo Ochoa estuviera vivo no habría muchas dudas al respecto. Pero lo mandó matar Fidel Castro hace ya muchos años y los viejos y barrigudos generales del Ejército están ahora más barrigudos y viejos que nunca. Sólo los jóvenes, los hijos de Guillermo Tell, serán los llamados a tomar las riendas de un país cerrado al mundo por casi medio siglo.
Habrá que crear otra conciencia popular, además de la que ya une a todo el pueblo cubano: el hambre. Habrá que crear desde ahora el hambre de conciencia ciudadana y de libertad y de democracia que Cuba pide a gritos. Para romper el nudo gordiano del castrismo y alcanzar el mundo libre, habrá que desmantelar las roñosas instituciones castristas e instalarse en una conciencia de paz, dignidad y democracia nuevas. El pueblo cubano es capaz. Y las nuevas instituciones no pueden esperar mucho.
El otro día, en la calle 8 de Miami, vi una secuencia televisiva en la que aparecía una gran pancarta: «Se murió Raúl», podía leerse. Bueno, habrá que esperar un poco. Esperemos que no mucho.
Juan Jesús Armas Marcelo es periodista y escritor.