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Armando Durán / Laberintos: La madre de todas las marchas

 

 

   Quien en cualquier parte del mundo haya seguido los sucesos que han conmocionado estos días la vida en Venezuela no debe haber salido aún de su asombro. Estaba previsto que el pueblo venezolano tomara el miércoles 19 de abril las calles de toda Venezuela para repudiar, de manera contundente, a Nicolás Maduro y al régimen chavista. En definitiva, ese había sido el sentimiento que hizo posible la aplastante derrota del oficialismo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015.

Desde entonces, con el hostigamiento sistemático a la Asamblea Nacional, la suspensión porque me da la gana del referéndum revocatorio del mandato presidencial de Maduro previsto en la Constitución Nacional y el pasar por alto la convocatoria a elecciones regionales para elegir gobernadores y alcaldes en el último trimestre del año pasado, en medio de una crisis sin precedentes que ha terminado por hacerse auténtica y escandalosa catástrofe humanitaria, aquel sentimiento por sacudirse al régimen de encima no ha dejado de crecer cada día hasta transformar el urgente y real cambio político, tema central de la campaña de todos los partidos políticos en aquella consulta electoral, en el único objetivo a conquistar ahora, al precio que sea.

   Aún faltaba, sin embargo, una vuelta adicional a la tuerca totalitaria del régimen. El pasado mes de marzo, con las sentencias 155 y 156 dictadas por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, el máximo tribunal del país asumía las competencias que la Constitución le fija al poder legislativo. De esta retorcida manera, los magistrados encargados de velar por la vigencia de la Carta Magna, de un simple plumazo, sencillamente la eliminaron del horizonte nacional. Se trataba, en la práctica, de un golpe de Estado que rompía, sin el menor atenuante, el hilo constitucional, y dejaba sin efecto en Venezuela lo que aún quedaba del estado de Derecho. Esta decisión “revolucionaria” fue la infeliz gota totalitaria que rebasó la paciencia de los venezolanos y de la comunidad internacional, unánime por primera vez en su condena al régimen chavista. Sin duda, un instante decisivo en el turbulento proceso político venezolano.

   El país, sin embargo, jamás había sido escenario de tamaña demostración de indignación popular. Mucho menos que los habitantes de barrios como Petare, el Valle, Antímano, Quinta Crespo y Catia, hasta ahora supuestos bastiones del chavismo, se sumaran de manera decidida a la protesta y protagonizaran los días y las noches del miércoles y el jueves los más encarnizados enfrentamientos con los efectivos de la policía y de la Guardia Nacional. Por otra parte, ha sido ahora cuando los dirigentes políticos de la oposición, divididos desde hace mucho en cuanto a los objetivos y estrategias políticas a seguir, por fin parecen haber llegado a un acuerdo sobre la finalidad de la lucha y el diseño de una estrategia común para alcanzarla. Superado así el cisma interno, que tuvo su momento más penoso en 2014, cuando la estrategia de “La Salida”, como la llamaron sus promotores, Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, fue ostensiblemente rechazada por el resto de los dirigentes y partidos agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), todos parecen haber asumido por fin lo que hace tres años algunos consideraban un atajo innecesario y peligroso. El efecto de esta rectificación está a la vista. Centenares de miles de ciudadanos han marchado pacíficamente en Caracas y en las principales ciudades venezolanas exigiendo la restauración inmediata del hilo constitucional y han resistido sin miedo la cada día más brutal represión del régimen.

 

   El resultado fue el éxito de esta llamada madre de todas las marchas. Y sirvió para que los dirigentes de la oposición acordaran volver a las calles el día siguiente y todos los días que hicieran falta. Con la vista clavada, y creo que eso es lo más relevante de estas jornadas, no en las tramposas alternativas de eventuales diálogos gobierno-oposición o la imposible celebración de elecciones si no están perfectamente amañadas por los técnicos del Consejo Nacional Electoral, sino en el objetivo de provocar un cambio de presidente, gobierno y régimen en el menor tiempo posible.

 

   En su edición del pasado martes, el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, calificó la marcha convocada por la oposición para el miércoles 19 de abril de “acciones vandálicas promovidas por algunos sectores de la ultraderecha opositora, que buscan generar caos en el país y promover una intervención extranjera.” En su edición de este jueves repetía la mentira que había articulado Maduro de que la respuesta del pueblo “en defensa de su revolución” había logrado reunir en la avenida Bolívar a tres millones de personas. Grosera mentira cubano-venezolana, pues cualquiera que conozca Caracas y tenga un elemental sentido del ridículo sabe que en esa avenida avenida apenas caben poco más de 100 mil personas. Una realidad que permite comparar la inmensa impopularidad del régimen, su deprimente soledad, con el rechazo absoluto, no de una porción más o menos grande de Venezuela, sino de todo el país, a lo que Castro y Maduro pretenden imponerle a los venezolanos. Este repudio abrumador, puesto en evidencia en las calles de toda la geografía nacional, sin barreras ideológicas o territoriales, es lo que en realidad conforma la gran, permanente e irreductible madre de todas las marchas.

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