Si la política es arte, lo es por la necesidad de conciliar planes y programas con una narrativa que capture la imaginación de la sociedad y movilice voluntades. Es la tensión entre la aridez de las políticas publicas, la gestión, y el romanticismo de la utopía, el relato. La gestión sin relato es la fría tecnocracia. El relato sin gestión es la demagogia en estado puro.
La disonancia entre ambos puede variar en el tiempo y de país en país. Por ejemplo, Trump llegó a la presidencia con un relato en la mano pero, aún hoy, desprovisto de un plan para hacerlo realidad. Macron llegó al poder con una visión eminentemente tecnocrática, y recién allí comenzó a articular una narrativa que le dé identidad a su nuevo partido.
Si resolver dicha ecuación es un desafío cotidiano, en temporada electoral ello se convierte en estrategia de supervivencia. Como en Argentina, donde a través de esta tensión se concreta la política. Es en esta disyuntiva que se cierra la campaña para las PASO, primarias abiertas simultaneas y obligatorias, algo así como el partido preliminar del de octubre.
Al ser abiertas y simultáneas, estas primarias se convierten en profecía auto-cumplida, ya que permiten comparar votos no solo dentro de los partidos sino entre ellos. Son elecciones de mitad de término, pero en un país donde cada vez que se vota todo esta en juego, no es exagerado decir que el futuro del sistema político depende de lo que ocurra hoy.
En sentido comunicacional, el gobierno instaló la campaña donde quería. Es Macri versus Cristina Kirchner. El objetivo es transparente: volver a 2015, cuando la entonces presidenta no era candidata pero la estrategia de la coalición Cambiemos, como su nombre indica, fue apuntar su mensaje a una sociedad exhausta por los doce años del interminable, y agresivo, relato kirchnerista.
Es una apuesta por la polarización, a sabiendas que, como entonces, dicha polarización está acotada por el piso alto y el techo bajo del kirchnerismo, es decir, sus dificultades para llegar al votante moderado e independiente. Cristina Kirchner es venerada por su base pero muy rechazada por los demás. Inclúyase en ese encono a no pocas fracciones del peronismo no kirchnerista y la aritmética produce optimismo en el gobierno.
Es un planteo inteligente porque además el oficialismo le juega el partido con doce cuando incluye en la cancha a María Eugenia Vidal, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, quien puso sobre sus hombros el cierre de la campaña en el distrito más importante del país, el que define todo. Es allí donde el peronismo creó el mito de su invencibilidad. La gobernadora sabe mejor que nadie porqué se trata de un mito.
Es que tener a Vidal como jugador numero doce duplica la ventaja. Vidal es el político, de ambos géneros y de cualquier partido, que mejor entiende y comunica la fundamental relación entre gestión y relato, ecuación que resuelve con una pasión que la hace creíble. Así fue su cierre de campaña, primero en un acto del oficialismo y luego en uno de los programas políticos de mayor rating.
Vidal es la anti-Cristina Kirchner. Sin maquillaje, joyas, ni peluquería y vestida con jeans gastados, habló de la pobreza como propia. Recalcó la importancia de las obras de infraestructura para el bienestar de los más necesitados, subrayando al mismo tiempo el perfil desarrollista del gobierno de Macri, a propósito de quienes insisten en llamarlo liberal.
Cloacas, desagües pluviales y pavimento para los barrios humildes no son mera gestión, son la utopía de quien persigue un modelo de sociedad en donde la política esté para servir, no para mandar. Con un sesgo casi psicoanalítico—se trata de Argentina, después de todo—varias veces usó la palabra “cuidar”. Cuidar a la gente, los vecinos, las familias, los niños.
Ni pueblo, ni clase, y ya casi ni nación, tal vez se estén consolidando nuevas categorías de comunicación política, o sea, una narrativa diferente a la anterior. La oposición insiste que funcionarias como Vidal son “la derecha”.
Castigó al kirchnerismo donde le duele. “No me vengan a hablar de pobreza a mí, que recorro el conurbano desde hace diez años, quienes ni siquiera se dignaban a medirla”. Para rematar con un “ganamos la provincia por las madres que perdieron sus hijos al narco, y que saben que el gobierno anterior le dio impunidad a ese narco”, dicho con visible emoción y empatía.
El kirchnerismo siempre dio por sentado que el pobre le pertenece, subsumido en el concepto de pueblo y usando el clientelismo como instrumento para ejercer sus presumidos derechos de propiedad. En el discurso de Vidal prevalece la autonomía. El pobre es un sujeto, es decir, en control de su subjetividad. Eso lo empodera, no tiene dueño. Sea de derecha o de izquierda, la gobernadora expresa un militante progresismo social.
Para quien la política es solo relato—y que, como en el kirchnerismo, se reproduce en tanto se pueda financiar la dominación clientelar—esta nueva horizontalidad confunde. Es que además está acompañada de la responsabilidad de la gestión.
@hectorschamis