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Editorial: Díaz-Canel contra la zona gris

Los vídeos de una conferencia del primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel que Antonio Rodiles develó y comentó agudamente, permiten avizorar cuáles son las estrategias gubernamentales para el futuro más inmediato, de cara a las «elecciones» de 2018 y a la transmisión de poder dentro de la nomenclatura.

Para quienes pusieron esperanzas en el rol de Díaz-Canel en caso de ser nombrado presidente, su discurso resulta un rotundo desmentido. Aunque pueden aducir que el actual vicepresidente no ha hecho más que actuar con la cautela debida, que si acaso se muestra talibán es porque habla ante los talibanes del PCC, y que habría que considerar su postura futura, cuando actúe con mayor libertad que la que ahora tiene.

Lo mismo se afirmó respecto a Raúl Castro en los últimos años de vida de su hermano mayor. Para esas esperanzas, Raúl Castro pasó del sanguinario que sacaría los tanques de guerra al hombre de familia desvelado por la economía de las otras familias cubanas. Únicamente había que esperar a que muriera Fidel Castro y a que el hermano menor encontrara la libertad de movimientos que merecía.

Por supuesto que, descontando a Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, todavía pueden aparecer nuevos candidatos en los cuales cifrar esperanzas de esta clase. Sin embargo, no se trata de tal o más cual líder, sino de un régimen obligado a cambiar para perpetuarse. Y el control de riesgos de esos cambios supone ahora, no solo la represión de la oposición política, sino también de una zona gris —ni Gobierno ni oposición— con una presencia dentro de la Isla como no se había visto desde 1959.  

«El día que nosotros pudiéramos [sic] cortar el dinero, se acabó la contrarrevolución. Porque funcionan por dinero, no funcionan por ideas», conjetura Díaz-Canel. Una frase que niega la historia de las oposiciones políticas en Cuba, ya que hubo oposición política antes de la circulación legal del dólar, y ha existido con y sin ayuda financiera desde el exterior.

De la zona gris, Díaz Canel afirma: «Promueven soluciones para todo». Lo dice con menos ironía que rencor, con el rencor de quien no encuentra soluciones para nada.

El primer vicepresidente mete en un mismo saco a la zona gris y la oposición política. Y promete que ambas fuerzas serán reprimidas, porque ambas son enemigas de la pervivencia del régimen que él representa ahora y podría representar próximamente desde un puesto más alto.

Aunque no se muestre dispuesta a reconocerlo, la zona gris necesita de la oposición política. La necesita para ser considerada ni negra ni blanca, y para lograr imponer al régimen algunos de sus reclamos. Y de poco le valdrá marcar distanciamientos con esa oposición pues no conseguirá gracias a ello inmunidad ante la represión que viene.

Por su parte, la oposición podría beneficiarse de los avances de la zona gris, aunque no necesite de ella para su existencia. En el mejor de los casos, la zona gris podría considerarse como un laboratorio provisional de la sociedad a construir en Cuba.

Tanto la oposición política como zona gris han sido declaradas enemigo a batir por el régimen. De la intervención de Díaz-Canel habría entonces que deducir que las acciones de ambas fuerzas, por desconcertadas que sean (y deban ser) entre sí, pueden arrancar del régimen libertades y derechos. Lo cual conduciría al cumplimiento de una aspiración que, no importa las diferentes vías adoptadas, comparten tanto la oposición como la zona gris: una legislación democrática que permita acceder a la gobernación del país, a las soluciones que el país necesita cada vez con más urgencia.

 

 

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