El Quijote de Terry Gilliam: Historia de un rodaje maldito
Terry Gilliam y Jonathan Pryce, durante el rodaje de «El hombre que mató a Don Quijote»
Si el lector hace uso de Google para indagar sobre la carrera del cineasta británico Terry Gilliam (1940), encontrará en el colosal buscador muestras de su extensa filmografía, pero también de cómo el nombre del miembro más liberal de los Monty Python parece haber vivido sus últimos años perseguido por la desgracia.
La razón no es otra que la película que Gilliam ha estado intentado completar desde 1998, «El hombre que mató a Don Quijote» y que, debido a una larga lista de infortunios, se ha pospuesto en múltiples ocasiones. Varios han sido, de hecho, los intérpretes que durante casi dos décadas han tratado protagonizar el cuento contemporáneo de Gilliam, como Robert Duvall o Johnny Depp y a quienes, finalmente, relevarán Jonathan Pryce y Adam Driver como Don Quijote y Sancho, respectivamente.
La testarudez del británico, más fuerte que su mala fortuna, logró que el filme terminara de grabarse el pasado mes de junio. Poco antes, ABC tuvo la oportunidad de acudir en Valsaín (Segovia), a aquel rodaje maldito que Gilliam se tomaba como si de su primera experiencia tras la cámara se tratase. «Soy tremendamente afortunado por poder seguir con este sueño», afirmó entonces el director de «Doce Monos». «No puedo ocultar que mantengo cierta tensión, sobre todo cuando veo el cielo nublado», dijo a modo de broma y haciendo referencia a las salvajes inundaciones que, años antes, habían frustrado otro de sus intentos por terminar la película. Más que una obsesión, explicó Gilliam, «esta película se ha convertido en un auténtico problema médico».
El cineasta, que dice no creer en las supersticiones, jamás ha querido tirar la toalla con una historia que, en absoluto, considera gafada a pesar de sus múltiples parones. Los problemas de «El hombre que mató a Don Quijote» han sido tantos que, incluso, existe una cinta que documenta la mala suerte de Gilliam, «Lost in la Mancha» (2002), una especie de «cómo no se hizo» que relata los escollos de un filme que parecía herido de muerte pero que el director ha resucitado gracias a su constancia.
Esa fue, de hecho, la principal cualidad de Gilliam que Jonathan Pryce, protagonista de la historia, destacó sobre el cineasta durante el rodaje en Valsaín. «Estoy seguro de que Terry ha tenido que sentirse frustrado en demasiadas ocasiones pero, sin duda, admiro cómo a pesar de los problemas jamás se ha rendido hasta dar por finalizado el proyecto de su vida».
Sin apenas modificaciones
El de «El hombre que mató a Don Quijote» es un guión repleto de tachones y nuevas páginas a consecuencia de los desastres meteorológicos, las mermas en el presupuesto y el constante relevo de sus protagonistas. A pesar de ello, Gilliam ha logrado mantener la estructura original de la historia y, «salvo alguna pincelada para adaptarla a los tiempos», la sinopsis permanece casi inalterable: Toby (Adam Driver) es un publicista que decide regresar al pueblo en el que rodó un cortometraje años atrás. Allí, se reencontrará con Javier (Jonathan Pryce), un zapatero convencido de ser Don Quijote y que, sin dudarlo, asegura que Toby es su escudero. «Mi interés siempre fue hablar sobre los sueños y la posibilidad de ver el mundo de otra manera», subrayó Gilliam.
Tornasol Films es la productora que ha dado alas a la cabezonería del director. La película, de 16,6 millones de presupuesto (en el año 2000 el montante ascendía a 32 millones), convierte a «El hombre que mató a Don Quijote» en el «producto más ambicioso para la compañía», aseguró el productor Gerardo Herrero.
Como Don Quijote, Terry Gilliam jamás se resignó a aceptar las trabas que la realidad ponía en su camino. Así lo aseguró el director tras grabar su último plano: «¡Quijote vive!».