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Maduro, el humanista

De los programas mañaneros que acostumbro a ver destaca “Los Desayunos de la Tele”, en Televisión Española. Sobre todo la sección donde el presentador y un buen panel de periodistas entrevistan a una personalidad, casi siempre de la política. En el caso que vale la pena referir en esta nota, el entrevistado hace ya algún tiempo fue Julio Anguita.

Para quien no lo conozca o recuerde, Anguita es un viejo comunista andaluz. Alcalde de Córdoba entre 1979 y 1986, secretario general del Partido Comunista entre 1988 y 1998, y coordinador general -entre 1989 y 2000- de Izquierda Unida, el partido que fundaron los comunistas hispanos en 1986, junto con otras organizaciones  radicales, para dar la impresión de que ya no lo eran tanto, habida cuenta de que la franquicia original se había venido a menos, como lo haría cierto muro berlinés pocos años después. Algo así como que a usted le va mal con su franquicia de KFC, y para hacerla más criollita, cercana y nativa, la llama Pollos Arturo. La misma vaina, pero con otras insignias. Vale la pena acotar que Izquierda Unida ha sido dentro del arco partidista español (junto a Podemos, con quien hoy está coaligado), el más fiel amigo del socialismo del siglo XXI.

Volviendo con nuestra entrevista. Preguntado acerca de qué significa hoy ser de izquierda, el hombre contesta tajantemente: “ser de izquierda es reivindicar los derechos humanos.” ¿Un comunista hablando de derechos humanos? Fin de mundo; es como oír a un pastor protestante de Mississippi defender el matrimonio gay.

Leszek Kolakowski les quitó la careta, hace ya algunos años. En el ensayo “Marxism and Human Rights” (de su libro “Modernity On Endless Trial”), el gran filósofo polaco da las claves fundamentales de la relación de la teoría y praxis marxistas con los derechos humanos. Para empezar, el concepto “derechos humanos” posee tres características esenciales: a) son válidos por la inherente dignidad de la persona humana; b) este orden es inmutable en cualquier región, zona o parte del mundo donde convivan seres humanos, y c) dichos derechos les pertenecen a personas concretas, a individuos, no a grupos sociales, razas, clases, castas, profesiones, sexos, naciones, u otras clasificaciones similares.

Para un marxista, en cambio, el concepto de libertad y la idea de unos derechos humanos son meras expresiones de una sociedad burguesa destinada a desaparecer (en el mar de la felicidad del que nos hablaba el difunto). Marx lo decía clarito: los derechos humanos implican una sociedad en la cual los intereses de cada uno están inevitablemente opuestos a los de los otros, una sociedad partida en trozos gracias a los deseos y aspiraciones privados. La llegada del comunismo, al destruir la división de clases y el conflicto que ella genera, hace inútil la idea de unos “derechos humanos” en lo que conllevan de derechos de la persona. Los derechos humanos no serían sino una fachada del capitalismo.

Todo comunista, especialmente en oposición, se vende como un humanista. Pero, estemos claros: cada vez que un marxista ha hablado de derechos humanos lo ha hecho como una mera concesión táctica. La conducta de parte de un marxista cuando lucha por derechos ciudadanos en los regímenes despóticos no socialistas (por ejemplo, las dictaduras militares clásicas), se transforma luego, apenas llegar al poder, buscando destruir esos derechos que se defendían en la oposición. Defienden la dignidad humana para luego menospreciarla.

El marxismo es, así, un moralismo disfrazado. En el caso venezolano, los autodenominados revolucionarios han tenido siempre claro que para triunfar tienen que destruir las raíces culturales de corte liberal en el pueblo venezolano. Y tienen años en esa tarea, con la Asamblea Prostituyente como su última expresión.

En un acto público el pasado 2 de septiembre, Delcy Rodríguez, presidente de dicho engendro ilegal, calificó a Nicolás Maduro como “humanista”. ¿Acaso lo es?

Los actos de violencia promovidos por el propio Maduro en estos cuatro meses de protesta realizada entre abril y julio de este año reafirman la idea fundamental del chavismo de que quienes tienen derechos son aquellos que acepten las reglas del proceso; y detrás de la guerra económica, hay confrontaciones propias del siglo XIX: burgueses contra proletarios, ricos contra pobres, usureros contra el pueblo, revolucionarios contra explotadores. Para Maduro, a su peculiar manera todo un humanista de corte marxista, o sea un anti-humanista, la vida no se define individualmente sino  como parte de acciones colectivas: por ello los venezolanos no salimos de una cola, una marcha, saqueos, tomas. En esta época de escasez tanto material como moral, la vida del venezolano se diluye en múltiples experiencias colectivas.

¿Costos? Los que el anti-humanista Maduro considere necesarios. Merece recordarse que no ha habido en la historia de la humanidad una revolución auto-denominada comunista donde no hayan muerto inocentes por el simple hecho de pertenecer a una clase social, a un cierto nivel de estudios, a una determinada religión, a un cierto tipo de ingreso económico. Por decir esta boca es mía, y quiero ser independiente de la ideología estatal.

Para Maduro el anti-humanista, la integración social y comunal se realiza sólo mediante la exclusión de otros, de los enemigos. Y el uso de la violencia -que Maduro no ha negado nunca que está dispuesto a usar la necesaria para mantenerse en el poder- genera la única legitimidad que a él le interesa, porque es a la que puede aspirar: un pueblo convertido en masa,  y que produzca una clara síntesis entre coerción y consentimiento, con el fin de generar la sociedad chavista perfecta: una sociedad de cómplices y de siervos de las pocas migas que caigan de la mesa petroestatal. Para el anti-humanismo madurista, quien se niega a convertirse en masa, es culpable. El centro de su política se basa en el desprecio del individuo, del pluralismo de ideas, de la deliberación, del diálogo. Intentar dialogar con Maduro es como tratar de asir humo. Maduro siempre preferirá una Venezuela destruida, pero comunista,  y no próspera pero capitalista.

Frente al sistema-de-vida, que todo humanista verdadero defiende, Maduro el-anti-humanista, ofrece un sistema-de-muerte. Por ello, las tribulaciones económicas no son nunca asumidas como problemáticas porque afecten a los individuos –recordemos que los marxistas desprecian tal concepto- sino porque podrían afectar la sobrevivencia del sistema-de-muerte. Y en esa grave coyuntura, entre dos sistemas absolutamente contrarios,  es que nos encontramos hoy los venezolanos.

Un comentario

  1. Amargo, redondo y sin desperdicio. Le recuerdo, sin embargo y sin vergüenza, al escritor, que yo soy blanco, pero izquierdista como Obama.

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