Yoani Sánchez: Hemiplejia ética, el triste caso de Ignacio Ramonet
En la misma universidad donde este martes Ramonet (derecha) presentó su libro, hace unos meses fue expulsada una estudiante de periodismo por su vinculación con un grupo opositor independiente. (UCLV)
Cuando en 2006 se publicó la entrevista de Ignacio Ramonet con Fidel Castro, muchos ciudadanos no perdieron la oportunidad de burlarse del título. «¿Para qué vamos a leer Cien horas con Fidel si hemos pasado toda la vida con él?», se escuchó en las calles, pero el periodista ni se dio por enterado.
Aquel volumen, de una marcada mansedumbre periodística que lo llevó a ser catalogado como una autobiografía del Máximo Líder, recibió algo más que risas. Le llovieron también las acusaciones de haber usado el «corta y pega» para hacer pasar como respuestas el contenido de viejos discursos.
Sin haber dado una explicación convincente sobre tales cuestionamientos, Ramonet ha vuelto a la carga con otro libro que esta semana promueve en varias universidades de la Isla. Este volumen tiene, también, uno de esos títulos que desata sonrisas de burla: El imperio de la vigilancia.
El pasado martes, el catedrático de Teoría de la Comunicación habló en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas durante la presentación de la obra publicada por la Editorial José Martí. Fue una agria diatriba contra la red de vigilancia global que ha tejido Estados Unidos para obtener información sobre ciudadanos, grupos y Gobiernos.
Ramonet sufre de hemiplejia ética a la hora de repartir responsabilidades y señalar a otros Gobiernos que invaden cada día la privacidad de sus ciudadanos
El libro hace especial énfasis en la complicidad de las empresas que gestionan los datos de los usuarios para sumarlos a esa telaraña de espionaje, intereses comerciales, control y subordinación, una maraña donde la sociedad moderna está atrapada y de la que urge soltarse, según el analista.
Hasta ahí no resulta diferente a lo que tantos ciberactivistas denuncian alrededor del planeta, pero Ramonet sufre de hemiplejia ética a la hora de repartir responsabilidades y señalar a otros Gobiernos que invaden cada día la privacidad de sus ciudadanos.
El hecho de que haya viajado hasta un país tan orwelliano como Cuba para apuntar con el dedo a Washington evidencia su escorada posición a la hora de investigar temas como el Big Data, la legalización de la vigilancia en la web y la compilación de datos de usuarios para predecir comportamientos o vender productos.
La Isla, donde la Seguridad del Estado (el Gran Hermano en este caso) vigila cada detalle de la vida de los individuos, no es la mejor plaza para hablar de ojos indiscretos que leene-mails ajenos, policías que supervisan cada información que cruza por la red y datos interceptados por poderes que los usan para someter a los seres humanos.
Esta nación, donde la Plaza de la Revolución mantiene un férreo control sobre la información y solo permite la difusión pública de discursos afines, debería estar entre los regímenes que denuncia Ramonet en su libro, pero, cosa curiosa, para el periodista hay vigilancias «malas» y «buenas», y en esta última parece encajar la que realiza el Gobierno cubano.
Esta nación, donde la Plaza de la Revolución mantiene un férreo control sobre la información, debería estar entre los regímenes que denuncia Ramonet en su libro
En la misma universidad donde este martes Ramonet presentó su libro, hace unos meses fue expulsada una estudiante de periodismo por su vinculación con un grupo opositor independiente. El imperio de la vigilancia no se anduvo con medias tintas y la botó con la complicidad de algunos coaccionados alumnos y dirigentes estudiantiles.
Pocos días después, los ciberpolicías que conforman ese ejército de control lanzaron una campaña de difamación contra la joven en las redes sociales. Para denigrarla usaron información sacada de sus correos electrónicos, sus llamadas telefónicas y hasta conversaciones privadas. Nuestro Gran Hermano actuó sin miramientos.
Hace unos años, la televisión nacional mostró el contenido de varios e-mail privados que habían sido robados de la cuenta personal de una opositora. Todo eso sin que mediara la orden de un juez, sin que la señora estuviera siendo procesada por un delito y, claro está, sin haber enviado un pedido a Google para que cediera el contenido que supuestamente debía ser publicado.
Ramonet no puede desconocer que la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa) mantiene un estricto filtro sobre cada mensaje de texto que envían sus clientes. El monopolio estatal censura palabras como «dictadura» y el nombre de los líderes opositores. Aunque los mensajes son cobrados, nunca llegan a su destino.
El exdirector de ‘Le Monde Diplomatique’ tampoco ha ido a una zona wifi de acceso a la web de esas que el Gobierno abrió después de años de presión ciudadana
El exdirector de Le Monde Diplomatique tampoco ha ido a una zona wifi de acceso a la web de esas que el Gobierno abrió después de años de presión ciudadana. Si hubiera estado en alguna de ellas, sabría que en esta Isla se ha repetido el modelo del cortafuegos chino para censurar innumerables páginas.
¿Sabe Ramonet que buena parte de los internautas cubanos usan proxys anónimos no solo para entrar a esas webs filtradas, sino también para proteger su información privada del ojo indiscreto del Estado? ¿Se ha percatado de que la gente baja la voz para hablar de política, forra los libros prohibidos o tapa con el cuerpo la pantalla de la computadora cuando visita un diario bloqueado como 14ymedio?
¿Se ha preguntado sobre el acuerdo entre La Habana y Moscú para abrir en Cuba un centro, bajo el nombre de InvGuard, que implementará un supuesto sistema de protección contra ataques en las redes? Justo cuando el Kremlin es acusado de haber manipulado a través de internet desde el Brexit hasta la crisis catalana y las elecciones estadounidenses.
Ninguna de esas respuestas podrá hallarlas el lector en el más reciente libro de Ignacio Ramonet, porque, al igual que aquella autobiografía de Fidel Castro que intentó pasar como una entrevista, este libro puede ser cuestionado por los cubanos desde el propio título: ¿Para que leer El imperio de la vigilancia si llevamos toda la vida bajo su dominio?