“Lo único bueno que deja la guerra en Colombia es la vuelta de la naturaleza”
Héctor Abad Faciolince publica ‘La Oculta’, una novela sobre las pasiones, la familia y la violencia
Si hay un resquicio positivo que puede dejar la muerte este es verde. Al menos en Colombia. “Lo único bueno que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, asegura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado de la vorágine de fuego enemigo, amigo e interesado, vivido allí durante las últimas décadas que ha ahuyentado a la gente de muchas zonas, sólo pobladas por la vegetación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la firma de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la tierra, sostiene el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos, realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a colonizarla? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo? Es un misterio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”.
Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera
Son interrogantes que rodean la publicación de su nueva novela: La Oculta (Alfaguara). Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país. “Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera”, reflexiona Abad Faciolince (Medellín, 1958).
La Oculta es una finca en el departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eternos miedos nacidos de sueños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores, amenazas, secuestros, incomprensiones, uniones, venganzas, rechazos, trampas, olvidos…
A la novela ha vuelto Abad Faciolince ocho años después de El olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa crónica novelada, que le dio prestigio y proyección internacional al abordar la impunidad del asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su padre, mientras reconstruye los pasos de su familia.
El escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”
Ahora, él, que en varias ocasiones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la ficción, aunque todo parezca más ficción”, vuelve a hechos reales para crear ficción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio, que heredan una finca en el suroeste de los Andes antioqueños, y la relación que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la vuelta completa a la historia de la finca, mientras desvelan piezas del puzle de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolince reconoce que “el escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una madre soltera con continuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que vive en Nueva York.
Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creativo a la vez que lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa finca hay temas y ecos de sus otras novelas: los sentimientos encontrados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano de Angosta, la mirada culta y metaliteraria de Basura, la violencia y el dolor de El olvido que seremos y la vena investigadora de Traiciones de la memoria.
“Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo, porque, dijo él, hay autores que se nutren de su propia historia. Solo que aquí es una relación fuerte con la tierra, a la vez que experimento una estructura y un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara: “En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”.
Así es que en ese desaburrir del retrato de la finca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la familia, las diferentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a personas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso imbricado y revestido de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria, escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos y la literatura los puede rellenar”.
Abad Faciolince se basa en la finca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y habló con muchas personas, desandó su origen que lo llevó hasta el siglo XIX cuando unos judíos conversos, marranos, procedentes de Toledo “creyeron que la tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser tierra de cafetales, luego de ganadería, hasta ser casa de campo. Y así muchas familias en Antioquia. Por eso somos tan apegados a la tierra. Lo primero que yo hice cuando tuve plata fue comprar una finca. Es así”.
En Colombia hay muchos despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años Colombia era puramente rural, hoy es urbano. Todos tienen gran añoranza de la tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es igual. Todos venimos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque sea para tener de donde irse”.
Y en Colombia en los últimos 150 años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante mucho tiempo por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde.
Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las ilusiones y las frustraciones de una finca-país. Es en lo que ha terminado el “no” de Héctor Abad Faciolince. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba a escribir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron, la gente se sorprendió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa.
Abad Faciolince miró alrededor y lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náufragos a la deriva del mundo”.