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Divididos, escindidos y atomizados

 

Leo en la prensa sobre las desdichas del centro-izquierda italiano, evidenciadas en el partido Democrático, que surgiera al calor de las reinterpretaciones de la realidad socio-política a raíz de la caída del Muro berlinés y junto con él de las moribundas utopías del marxismo. En el partido Democrático se produjo la confluencia de dirigentes provenientes del socialismo democrático, de las corrientes más progresistas dentro de la Democracia Cristiana, e incluso de sectores defensores del ecologismo.

Dentro de la característica atomización de la política italiana, parecía que algo podía surgir de este ensayo unitario; de hecho, era la primera vez en toda la historia nacional que surgía un partido de izquierda producto de una fusión y no de una escisión.

Se las prometían muy auspiciosas: en 2014, en las elecciones europeas, lograron un 40% de los votos; pero casi inmediatamente, como si fuera producto de una maldición histórica, la división se hizo presente. En resumen, las encuestas hoy, previas a las elecciones del próximo mes de marzo, le dan un magro 20% de los votos.

El gran escritor e intelectual italiano Antonio Camilleri (padre del inmortal detective siciliano Salvo Montalbano), en entrevista reciente publicada en El País (Madrid), ha resumido la situación con contundente brevedad: “la izquierda italiana es un animal que se reproduce por escisión”.

Aquí podríamos estar a punto de concluir una breve nota sobre las aventuras y desventuras de la progresía en las regiones itálicas. Pero resulta que ese animal que menciona Camilleri al parecer se reproduce como las hormigas (que, pese a la fama de los conejos, son los seres que rompen todos los récords de fecundidad) en toda la dilatada geografía política del mundo.

Es tal la gravedad del asunto, que corremos el peligro de que las escisiones partidistas se hagan un hecho muy natural del paisaje político. Podría pensarse que quizá exagero, salvo que si agarramos un globo terráqueo y le damos vuelta para escoger con el dedo, al azar, un país determinado, nos encontramos con que el incendio que quema las opciones de la dirigencia política italiana se da en todas partes, en todas las familias partidistas, incluso en todas las agrupaciones auto-denominadas ideológicas, sean de centro, derecha o izquierda. Más que una institución de normas y reglas que proclaman y permiten una convivencia en aras de ideales vinculados al ejercicio del gobierno y del bien común, el partido político se está convirtiendo predominantemente en un campo de batalla interno, donde la sobrevivencia se alcanza solo cuando se le quita el cuero cabelludo al rival interno, donde sobreviven los más aptos para la degollina del contrario.

Si a lo anterior sumamos la aparición de toda una serie de movimientos nostálgicos de un pasado que nunca existió salvo en sus mentes (neocomunistas, socialistas siglo XXI o populistas de toda clase) la cosa no suena nada bien para la democracia liberal.

¿Tiene razón entonces el filósofo político británico Michael Oakeshott, cuando afirmaba que “la actividad política consiste apenas en un ejercicio de flotación en un mar de sinsentido”?

Veamos, telegráficamente, algunos ejemplos de este sinsentido:

-México: encabeza las encuestas para la presidencia Andrés Manuel López Obrador, que creó un movimiento personalista (Morena), luego de dividir al PRD –a su vez, división del omnipresente PRI-; Margarita Zavala, renunció hace unos meses al PAN (luego de 33 años de militancia), para aspirar a la presidencia del país como candidata independiente; su cargo más destacado hasta ahora ha sido el de Primera Dama, ya que es la esposa del ex-presidente Felipe Calderón (el tema de las “esposas” lanzadas a la política daría para muchos artículos).

Argentina: el peronismo, ejemplo histórico de conflictos divisionistas, está más dividido que nunca luego de la pasantía por el gobierno de la familia Kirchner. No hay manera de saber cómo se resolverá el diferendo de esa familia política, donde todo es valido, hasta que se pongan de nuevo de acuerdo, eso sí, solo temporalmente, y por razones fundamentalmente ligadas al retorno lo más pronto posible a la Casa Rosada.

Europa: Toda la familia socialista europea está en un estado de desorden y de descontrol que casi no hay país donde la rosa socialdemócrata no esté en peligro de marchitarse. En España el señor Pedro Sánchez se la está arreglando para destruir el legado de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE; llamémoslo Pablo Iglesias “el Bueno”), si no fuera por la ayuda que recibe, de otro Pablo Iglesias, “el Malo”, fundador de un esperpento cuasi-chavista llamado Podemos. En Francia, Emmanuel Macron llegó a la presidencia gracias entre otras razones al derrumbe ético y político del otrora poderoso partido de Francois Mitterrand (y de las opciones de derecha). En Grecia, el PASOK, fundado luego de la salida de los militares del poder, y que gobernara por muchos años, ha sido reducido en las dos últimas elecciones a menos de un 7% de los votos. En el Reino Unido, es notoria la división de los conservadores, principalmente por el tema de la relación con la UE, y la división de los socialistas, bueno, porque son socialistas.

Y, finalmente, otros ejemplos latinoamericanos (donde los animales políticos se reproducen no solo por escisión sino por corrupción): En Colombia, los asuntos de los política se han venido reduciendo a la rivalidad entre Uribe y su otrora heredero, Juan Manuel Santos. Uno extraña los tiempos en que la cosa se decidía entre Liberales y Conservadores. En Perú, se ha dado el muy extraño caso de que siendo un país con muchos logros y avances en lo económico, el partido de gobierno no ha presentado candidato en las dos últimas contiendas presidenciales. Los viejos partidos, como el legendario APRA, no han resistido el asalto de la corrupción y del populismo. En Brasil, la corrupción partidista es tan generalizada que, si fueran sinceros, el parlamento debería ser presidido por una foto de Al Capone (o de una muy meritoria trilogía nativa: Lula, Rousseff y Temer). En toda Centroamérica los escándalos y divisiones partidistas, o las nuevas agrupaciones fundadas solamente al calor de una ambición presidencial, se generan país por país. El último escándalo acaba de ocurrir en las elecciones presidenciales hondureñas.

¿Y qué decir de Venezuela? Luego de la división de la Mesa de la Unidad Democrática, le toca el turno al gobierno de protagonizar su propia jibarización. Las encuestas señalan claramente el rechazo a todos los sectores partidistas por parte de la gran mayoría de la población.

Al final, todos políticos liliputienses, en inteligencia y honradez. Cuánta razón tiene Enrique Santos Discépolo y su tango Cambalache.

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