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Ricardo Bada: Hímnica latinoamericana ¡Oh gloria indeglutible, oh júbilo letal!

 

La cosa comenzó porque le comenté a una amiga, la novelista argentina Susana Sisman, el desaguisado (en el más certero sentido de la palabra) que supone hablar de una “milanesa napolitana”, plato que vi en el menú de un restaurante de Montevideo. [En el Río de la Plata, milanesa es el nombre popular del escalope a la milanesa, y al decir allí “la verdad de la milanesa” se designa lo que un castizo llamaría “el quid de la cuestión”].

Susana me llamó al orden desde Buenos Aires porque según ella –yo ni entro ni salgo en el debate–, la milanesa napolitana es una invención argentina. Así es que le contesté: «No es que yo diga en ningún momento que sea un invento uruguayyyyo, sino sencillamente que la primera vez que vi la expresión escrita fue en una pizarra de un boliche de Montevideo.

Nada más, no se me ponga ya a pie firme, izando la bandera y cantando el himno, qué joder. Por cierto, ¿qué me decís de la segunda mitad de su segunda estrofa?:

“Se conmueven del Inca las tumbas
y en sus huesos revive el ardor,
lo que ve renovando a sus hijos
de la patria el antiguo esplendor”.

Aparte de la redacción, que es de escuela primaria, ¿qué me decís de los tanos, los gallegos, los rusos, los móicheles, los turcos y los gringoscomo hijos del Inca, che, qué me decís?»

[Los anteriores son los gentilicios con que los argentinos llaman redespectivamente a italianos, españoles, europeos del Este, judíos, oriundos del Próximo Oriente y rubios anglogermanos].

Susana me respondió: «Ni yo [me] sé esas ridículas estrofas de nuestro ridículo himno. Si a vos te choca tanto su redacción escolar, como el motivo del revuelque del Inca en su tumba, a mí siempre me chocó y me sigue chocando, al punto de no cantarlo jamás. Yo me niego a adherirme al fervor patrio cuando dice «o juremos con gloria morir». Yo, ni pienso. Si nada hay más lindo que «con gloria vivir”»

A mi vez le contesté: «De los himnos nacionales mejor no hablo. O sí, y te vas a matar de la risa con mis descubrimientos. Siempre recuerdo un momento sublime de La funambulesca historia del Dr. Landormy, de Arturo Cancela (un autor menor, pero en esa novela tiene escenas que rayan en lo genial, como ésta), cuando el Dr. Landormy tiene que resolver un problema urgente, sólo que está en la inauguración solemne de un Congreso Panamericano y no sabe cómo hacer para salir de allí y regresar sin que nadie se dé cuenta, pero su compinche argentino le dice que aprovecharán para ello el momento en que se interprete el himno nacional de El Salvador, porque por un acuerdo asimismo solemne de todos los países latinoamericanos, cuando hay un Congreso con todos ellos se interpretan todos sus himnos, variando su duración en proporción inversamente proporcional al número de kilómetros cuadrados de su territorio. Es una de las ocurrencias más despiporrantes del humor argentino, y también del no argentino, y de todos los tiempos».

Pues bien : Resulta que nuestro intercambio de correspondencia lo incluí en mi Diario, del que algunas veces hago extractos que después distribuyo por correo electrónico a un grupo de amigos. Lo que fue el caso con este diálogo epistolar, sin que pudiera imaginarme, ni muy de lejos, qué lodos iban a traer tales polvos.

Así, desde México D.F. (también llamado DFectuoso, y así mismo Detritus Federal), me llegó el siguiente comentario: «Muchos mexicanos se llaman Masiosare por el Himno Nacional, y me pongo de pie para un minuto de silencio. Firmado: La Subcomandante Laetitia desde las montañas del sur del Defe.

“Mas si osare un extraño enemigo,

profanar con su planta tu suelo

piensa oh patria querida que el cieeeeeelo

un soldado en cada hijo te dio,

uuuuunn soldado en cada hijo te dio”».

[Estrofa, diría yo, a todas luces anterior a la invención del aeroplano, gracias al cual el extraño enemigo no necesitará profanar con su planta el santo suelo de México, le bastaría y sobraría con bombardearlo desde la desdeñosa altura¿y qué cantar entonces?]

Por su parte, una amiga costarricense me señaló una estrofa impagable del himno de su país:

«Yo no envidio los goces de Europa,
la grandeza que en ella se encierra,
es mil veces más bella mi tierra,
con su palma, su brisa y su sol»

Y según me comenta, no es precisamente la palma un árbol emblemático de Costa Rica.

[Susana, al enterarse, comentó algo muy distinto: «Me imagino a las jóvenes ticas cantando «Yo no envidio los goces de Europa» mientras piensan «Ojalá pudiera ir de compras a Harrods, o a la Galerie Laffayette, y comer en Fouchon»»].

Claro que si se quiere, la cosa aún se puede mejorar, y así, aunque no se lo crean, la primera estrofa del himno de El Salvador comienza de este modo:

”De la paz en la dicha suprema,
siempre noble soñó El Salvador;
fue obtenerla su eterno problema”.

Ecco!

Algo más al Sur, en el himno peruano también hay tela cortada. ¿Qué me dicen de ese cañón que a fuerza de cebarlo un día lo van a oír en las playas españolas?:

”Nuestros brazos, hasta hoy desarmados
estén siempre cebando el cañón,
que algún día las playas de Iberia
sentirán de su estruendo el terror”.

Esperemos misericordiosamente que no haya nunca una fragua capaz de fundir ese monstruo, porque su cañonazo puede que sí lo escuchasen en Sanlúcar de Barrameda, pero lo malo es que antes dejaría sordos a los peruanos y a gran parte de los brasileños. Y no es para tanto, che.

Una amiga colombiana me contó por su parte, y a propósito de la estrofa inicial de su himno (“¡Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, / en surcos de dolores el bien germina ya!”), que ella y sus condiscípulas la cantaban así:

“Oh Gloria mascando chicle, Don Julio entre un costal
los frutos de Dolores y el tren de mi mamá”.

[Al leerlo, me hizo recordar a una lejana amiga brasileña que también cantaba con letra propia el comienzo del himno de su nación:

“Os valentes, os valentes brasileiros,

descendentes, descendentes do macaco”]

Metido ya en harina, decidí darme un paseo por toda la geografía hímnica latinoamericana,

y al hacerlo descubrí cosas que me hicieron abrir ojos como platos.

Por ejemplo, en el de Guatemala, esta estrofa que caracteriza a los esclavos como gourmets masoquistas:

“!Guatemala feliz…! que tus aras
no profane jamás el verdugo,
ni haya esclavos que laman el yugo
ni tiranos que escupan tu faz”.

Y en el de Honduras, una estrofa completa dedicada a enaltecer a un país extranjero, lo que es el colmo del altruismo en materia hímnica, que suele ser de un narcisismo carminativo:

“Era Francia, la libre, la heroica,
que en su sueño de siglos dormida
despertaba iracunda a la vida
al reclamo viril de Dantón;
era Francia que enviaba a la muerte
la cabeza del rey consagrado
y que alzaba soberbia a su lado
el altar de la Diosa Razón”.

En el Ecuador, en cambio, la visión de futuro no es precisamente muy optimista, pero no podía ser de otra manera en un país cuyo himno, en la primera estrofa, menciona un “holocausto”, de manera que ello casi explica esta otra que viene más adelante:

“Y si nuevas cadenas prepara
la injusticia de bárbara suerte
¡gran Pichincha! prevén tú la muerte
de la Patria y sus hijos al fin;

hunde al punto en tus hondas entrañas
cuanto existe en tu tierra: el tirano
huelle sólo cenizas, y en vano

busque rastro de ser junto a ti”.

Aunque lo que de veras me dejó lelo es que nada menos que en el país más racionalista y más laico y más no sé cómo definirlo, másserio, de América Latina, en la República Oriental del Uruguay, se permitieran en la versión original de su himno cuatro versos que parecen pensados para ponerlos al pie de una estampa de José Guadalupe Posada:

“Al estruendo que en torno resuena
de Atahualpa la tumba se abrió,
y batiendo sañudo las palmas
su esqueleto ¡Venganza! gritó”.

Pero sin embargo, todo ello se queda pálido ante la octava estrofa del himno colombiano.

Me contó también mi amiga que sus condiscípulas le preguntaban a veces por el significado de esa octava estrofa, y que ella les respondía: «Delirios de don Rafael Núñez», el ilustre autor de la letra. Y la consulta de aquellas (a la número 1 de su colegio) es bien comprensible, porque esa estrofa es algo de alquilar balcones, como donosamente se decía en Montevideo. Recordémosla juntos:

“La Virgen sus cabellos arranca en agonía

y de su amor viuda los cuelga del ciprés.
Lamenta su esperanza que cubre losa fría;
pero glorioso orgullo circunda su alba tez”.

Y eso no es todo : Mi gran amigo y coleccionista de versos chuecos, Daniel Samper Pizano,

me escribió, a propósito de esta estrofa: «Te faltaron las peloticas de la diéresis («y de su amor viüda»), que intercalan la sílaba faltante y, sobre todo, simbolizan los cojones de los héroes colombianos de la independencia. Y te mencionaré algo más del himno de mi sacra patria, y es el hecho de que allí se revela el secreto que permitió a los criollos inermes defenderse de las espadas, ballestas, caballos y armaduras de los españoles. Dice así dicho fragmento: 

“De Boyacá en los campos el genio de la gloria

con cada espiga un héroe invicto coronó.

Soldados sin coraza ganaron la victoria;

su varonil aliento de escudo les sirvió”.

Como ves, el tufo, halitosis o mal aliento (o los tres anteriores juntos, si es que se trata de pestes distintas) de nuestros valientes y desaseados soldados, les sirvió de coraza para espantar a los opresores. Si en aquella época hubiera existido el Kolynos, aún seríamos colonia».

Después de lo cual añadió: «Pregúntale a alguno de tus amigos argentinos por el gran guerrero de su país, el general Susvín, y lo que hacía con los españoles malvados». Con lo cual se estaba refiriendo a la primera estrofa de la canción La bandera (“Aquí está la bandera idolatrada, /
la enseña que Belgrano nos legó. / Cuando triste la Patria esclavizada / con valor sus vínculos rompió”), que se suele cantar inventando la existencia del general Susvín:

“Cuando triste la Patria esclavizada
con valor Susvín culos rompió”.

Un connotado malpensante, Andrés Hoyos, a quien iba dando cuenta de mis descubrimientos y me pidió que los resumiera en un artículo (este), acotó como contrapeso: “Ojo, que se excluye a España porque alguien tuvo el tino de hacer un himno sin letra. De lo contrario, estoy seguro de que figuraría”.

Y ahí, aunque no tengo un solo pelo de nacionalista ni patriotero, tuve que echarme al ruedo, contestándole: «Maestro, la única prestación intelectual española parangonable con el «Panta rhei» de Heráclito, el «Cogito, ergo sum» de Descartes, y el «Mejores no hay» de la Casa Philips, es tener un himno sin letra, y además el único en el mundo, ahora que al del Irak le infligieron un texto. Fíjese que el inferiocre general Franco le quiso poner letra y le dio el encargo a su ministro de Cultura, el poeta Pemán. Y vaya si se la puso, al concluir la guerra (in)civil, en 1939. Pero a mí me escolarizaron en el 44, y ya no se cantaba ni en las escuelas ni en ningún otro lugar, es decir: ¡¡ni siquiera Franco, en la cumbre de su poder por la gracia de Dios, pudo conseguir que los españoles cantasen pendejadas con música marcial!! Por favor, no minimice la mayor hazaña cultural de ese pueblo, después de La Celestina y de Don Quijote».

En fin

Señor, Señor, qué tonel de las Danaides y qué caja de Pandora… Hay que ver la cola que trajo aquella anotación en mi diario hablando de los himnos, acerca de los cuales, la humorista venezolana Ana Black me comentó: «Creo que, en general, nuestros himnos son como nosotros, intensos, exagerados, sufridos, desgarrados, en fin, como unos boleros épicos, patrióticos, pelempempóticos». ¡”Boleros épicos”!: genial. ¡Culebrones en verso!, añadiría yo.

Y Susana Sisman: «Es evidente que todos tenemos atragantado a nuestro himno nacional. ¿No creés que es un asunto que deberíamos elevar a la Unesco? ¿O por lo menos, cada uno a su respectivo Parlamento? Digo, proponiendo una Ley que obligue a renovar el Himno Patrio cada cuatro años, como los presidentes, a ver si los aggiornan y además dejamos de sufrir. Aunque cambiando presidentes también se sufre, qué va».

No sé, no sé, yo lo que más bien me atrevería a proponer, a fuer de malpensante, es que sucediese como en La funambulesca historia del Dr. Landormy, que hubiera una convención panamericana vinculante en la materia. Una convención en función de la cual se adoptase como himno de todos y cada uno de los países del Continente la última estrofa de la marcha «Ya el sol asomaba en el poniente», compuesta –como es público y notorio– por el Coronel Músico Nepomuceno de Alfa, y estrenada en una cena de camaradería del tercer Batallón de Artes, Oficios y Logística. Esa estrofa inmortal que dice así:

“El fragor de la lucha ya se extingue
por doquier de la muerte la amargura;
ya el odiado enemigo se distingue
alejándose deprisa en la llanura;
ya los fieros enemigos se alejaron
no resuena el ruido de sus botas
nos pasaron por encima y nos ganaron,
nos dejaron ─ en derrota.
¡¡¡¡¡Perdiiiiimos, perdiiiiimos, perdimos ─ ooootra veeeeeez!!!!!”

 

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