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Sentimentalismo y chavismo

En un excelente artículo publicado en El Diario de Caracas, a pocos días del fracasado golpe militar de febrero de 1992 (el 23 de marzo), titulado “Bolivarianos, Robinsonianos, Zamoranos”,  Luis Castro Leiva, que como pocos se dio cuenta de  dónde venía la peste chavista, señala que el bolivarianismo es un fenómeno de “saturación cultural”. Dicha saturación “hace del mito la sustancia del valor moral de las acciones y pasiones políticas.” Desde siempre, la racionalidad no ha sido una característica de los escarceos que sobre Bolívar, sus hechos y sus pensamientos, se han generado en una historia patria enferma de incomprensión –Castro Leiva habla de “pornografía cívica”- y que ha producido asimismo, más salvadores de la patria que estadistas.

Los aspirantes a salvadores como Chávez siempre han pensado que ellos actúan como lo hubiera hecho  Bolívar, de haber estado en la misma circunstancia. Son intérpretes de un guión mítico prescrito por la deformación de la figura y de la gesta del Libertador.

Otra consecuencia que apunta Castro Leiva: “todo bolivarianismo nada en el mismo credo, a saber, un sentimentalismo ético. Consiste esto en hacer de la moral un “affaire de coeur” fundamental: lo bueno, lo malo, derivan su validez del poder de la afectividad de nuestras conciencias. De allí que se encarne en la Patria y en su Padre, en el valor del patriotismo, en una guerrera, no hay ni siquiera un paso, es inevitable. Por ello, la condición necesaria para toda decisión política fundamental para ellos es un “entusiasmo patriótico.”

Es decir: “moralismo simple, puro, letal. La voluntad general en manos de un mito popular.”

En dicho artículo que, repito, fuera escrito apenas poco más de un mes después de “la batalla del  Museo Militar”, del “por ahora”, del arrobamiento de millones de compatriotas ante quien era pura y simplemente un traidor a la patria, Castro Leiva hizo una predicción que la historia probó cierta; estas son sus palabras: “Por eso puedo vaticinar que los Comandantes pasarán poco tiempo en prisión.”

Y es que el indulto a los chavistas no se dio por razones de Estado, pragmáticas, o racionales (basta recordar los variados argumentos esgrimidos para justificar la libertad para los conspiradores de febrero 1992): “el indulto siempre ha sido una convención moral para esta cultura sentimental: la clemencia es de rigor. Son parte fundamental de la tragicomedia de esta republiqueta de puras razones sentimentales.”

DESDE UN MUNDO DE SOMBRAS

Quizá lo anterior sirva para explicar las reacciones de buena parte de la dirigencia opositora ante la enfermedad y muerte de Chávez y su explotación sentimentaloide, silencio solamente interrumpido por expresiones de condolencia obvias. “Ojalá que se mejore”, “es preferible que se cure y así lo podemos derrotar en el 2012”, et cétera, se decía en aquellos momentos. A lo sentimentaloide se unía esa corrosiva plaga que es hoy “lo políticamente correcto”.

Parecía que no podían decir otra cosa porque –además de lo ya señalado- para algunos dirigentes opositores su universo político, discursivo, analítico, está fundamentalmente teñido entre otras cosas de una asunción del mundo como hecho administrativo, gerencial. Y lo peor es la inmersión en esa forma novedosa de antipolítica que consiste en negarle a lo político contenidos que un Rómulo Betancourt, por ejemplo, no habría tenido problema en caracterizar como telúricos. Que la política no es ni pura moralina emotiva ni mera frialdad analítica y tecnocrática es un hecho  poco conocido en estas tierras.

Frente a la irracionalidad y manipulación moral y sentimental del chavismo entonces se ofrece como alternativa lo administrativo, componente importante de la acción de gobierno, convertido sin embargo en alfa y omega de una acción de políticas públicas “modernizadora.” Quizá aquí habría una de las claves del porqué a la oposición le cuesta tanto ofrecerse al pueblo, ese pueblo que, como decía el mexicano Carlos Monsiváis, es “aquello que no puede evitar serlo, la suma de multitudes sin futuro concebible.”

Ese mismo pueblo que es acervo de sentimentalismo, y que posee como una de sus características más permanentes su indefensión y su manipulación.

Sumemos un sentimentalismo moralmente manipulador como el de Chávez y su ambición caudillista, con el credo tóxico nacionalista, la destrucción institucional y la corrupción más espantosa de la historia, y tenemos entonces la realidad ética deforme, irreal, cada vez más injusta, de ese desmadre que algunos todavía –con mucho de cinismo- llaman revolución.

EN CONCLUSIÓN

Es sólo partiendo de este terrible reconocimiento que la oposición podrá penetrar, con valores realmente democratizadores y republicanos, en esa maraña de gente confundida, atrofiada políticamente, que casi todos los dirigentes, públicos y privados, en rebatiña comunicacional, se pelean por alabar y alzar a unas alturas míticamente éticas solamente por su condición de “pueblo,” y sobre todo “pueblo descendiente de Bolívar”.

Se debe hacer política con mayúsculas, con una visión de país realmente cultural-política, no simplemente montar un circo de ofertas económicas moralmente criticables –que forman parte del ADN del campo chavista- como lo fuera en la acera opositora la tarjeta “Mi Negra”, en la campaña presidencial de Manuel Rosales, en 2006, o como lo es la actual propuesta de Henri Falcón de repartir el ingreso petrolero cual papelillo de carnaval. Una cosa es hacer una oferta que sea digna de ciudadanos, y otra distinta tratarlos como mendigos del Estado, en el modo en que el chavismo se ha empeñado en convertir a las mayorías, cada vez menos ciudadanas y más siervas; siervas por desgracia de un mito y una moral corruptos.

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