¿De Tiranosaurios a Chilesaurius?
Según unos, hay que esperar la extinción de los tiranosaurios isleños para que el país se haga más habitable. Según otros, cambiar su hábitat facilitará una evolución de esa agresiva especie hacia otra de naturaleza más afable.
Cuando supe del reciente descubrimiento en Chile de un dinosaurio herbívoro (el Chilesaurus), emparentado con los feroces Tiranosaurios Rex carnívoros, no pude dejar de hacerme una pregunta: si cambiase su hábitat, ¿evolucionarían los tiranosaurios que dirigen Cuba desde hace más de medio siglo? ¿A qué nueva especie darían lugar?
Salvando las distancias entre las ciencias naturales y la politología, algunos de los actuales debates sobre políticas a seguir con la Isla asemejan esa interrogante. Unos suponen que hay que esperar la extinción de los tiranosaurios isleños (dos de ellos en particular) para que el país se haga más habitable. Otros dicen que cambiar su hábitat facilitará una evolución de esa agresiva especie hacia otra de naturaleza más afable.
La desaparición hace 65 millones de años de los dinosaurios se atribuye generalmente a dos hechos súbitos y devastadores: el impacto de uno o varios asteroides y/o erupciones volcánicas en cadena. Cualquiera de las dos cosas debe haber generado desconcierto entre los dinosaurios. Los tiranosaurios políticos de Europa Oriental deben haber sentido una sensación similar —sorpresa, incredulidad, horror— al ver cómo la gente súbitamente los desobedecía y derribaba el Muro de Berlín o se abalanzaba a cazar a Ceaucescu en medio de uno de sus disciplinados actos de masas. Aquello era tan impensable a fines del siglo XX, como que se le cortase la cabeza a un rey antes de que Oliver Cromwell iniciara esa tradición europea con Carlos I en 1649.
No siempre los gobernantes, gobernados y acuciosos observadores pueden predecir cuándo puede producirse una súbita disrupción de la gobernabilidad en una sociedad que durante décadas ha tenido una apariencia apacible. Como les sucedió a los dinosaurios con las erupciones volcánicas y el impacto de asteroides, los tiranosaurios políticos pueden acostarse una noche sin saber que el siguiente amanecer será distinto a todos los que habían visto antes.
Pero tener que esperar por un futuro tan impreciso, e incluso improbable, alienta de manera legítima las iniciativas para alcanzar resultados a más corto plazo. De ahí la hipótesis de que quizás manipulando el hábitat de los tiranosaurios políticos se logre modificar su feroz comportamiento e incluso evolucionen hacia una nueva especie vegetariana.
Algunos de los que aspiran a transformar a los tiranosaurios políticos suponen que lo mejor es darles muchas zanahorias sin imponerles una dieta vegetariana. Para inducirlos a cambiar sus hábitos de vida suponen que lo más apropiado es no interferir en sus tradiciones alimentarias más allá de un sereno sermón ocasional sobre las bondades del vegetarianismo. Dejarlos hacer aunque siempre explicándoles la virtud de respetar valores universales. La premisa es que se puede domesticar a un tiranosaurio.
Pero los que caen víctimas de estos depredadores mientras se lleva a cabo ese experimento, expresan comprensibles temores. Basados en experiencias anteriores están persuadidos de que aun cuando alimenten con zanahorias a los tiranosaurios, no por ello dejarán de ser carnívoros. Esa es su naturaleza, aseguran. Los hechos a corto plazo parecen darles la razón, pero los creyentes en otorgar zanahorias unilaterales les dicen que eso es inevitable. Con gran sinceridad reconocen que el resultado final de su iniciativa es incierto, pero que hay que esperar algunos años para llegar a una conclusión definitiva sobre su efectividad.
Después de las concesiones unilaterales de EEUU a Cuba, los tiranosaurios isleños muestran un comportamiento dual. Por un lado, tienen frases de elogio hacia quienes prometen alimentarlos. Por otro, han arreciado, con renovada ferocidad, su cacería de disidentes, críticos, opositores, y otras especies «devorables». Se ven alentados por la distracción generalizada que provoca la expectativa de su eventual conversión a la vida vegetariana.
Los chistes de Obama en la cena anual con la prensa, la anunciada visita del Papa Francisco a Washington para pedir el fin del embargo, las giras a Cuba de empresarios estadounidenses y europeos, e incluso la ya próxima visita del presidente francés, François Hollande, ocupan las primeras planas, roban titulares y desplazan la atención de la escalada de violencia que paralelamente desarrolla el Gobierno de la Isla. Las víctimas de los tiranosaurios no reclaman que ninguno de esos gobiernos y empresarios acuda a liberarlos, pero esperan de ellos que presten cercana y continua atención al modo en que se van comportar esos voraces depredadores en este nuevo contexto.
Mientras extranjeros y cubanos reciben con esperanza la posibilidad —hasta ahora es solo eso— de que se avance y consolide una distensión entre Cuba y EEUU, el Gobierno cubano ha iniciado una ofensiva —más brutal y salvaje que la habitual— contra ciudadanos incómodos. En primera fila han situado a sus turbas paraoficiales que denominan «pueblo enardecido«. Allá dentro todo vale. Golpes, detenciones arbitrarias, asalto y destrozo de las viviendas de opositores —dieron fuego a una que servía de sede a la Damas de Blanco— medidas represivas contra mundialmente conocidos artistas cubanos como Tania Bruguera, a quien impiden salir de Cuba después de decomisarle el pasaporte —al igual que a Antonio Rodiles y Ayler González—, y el encarcelamiento sine die de otros como el grafitero Daniel Maldonado, El Sexto. Los tiranosaurios isleños han redefinido la llamada política de «zanahoria y garrote»: están abiertos a recibir zanahorias importadas y a repartir garrotazos de producción nacional.
Para hacerles fehaciente a sus pretendidos domadores que nunca abandonarán su naturaleza carnívora por cualquier cantidad de zanahorias que les ofrezcan, llevaron el espectáculo bochornoso de sus «actos de repudio» fascistas a Panamá durante la VII Cumbre de las Américas. Mezclar esbirros profesionales con ciertos intelectuales y personas de alguna valía en esos pogromos —para luego recibirlos a todos como héroes a su regreso— constituye una estrategia sucia y deliberada.
Se desea pasar el mensaje a toda la población de que no va a permitirse en lo adelante que un ciudadano comparta o dialogue con un subhumano, un «gusano contrarrevolucionario». En el Foro de la Sociedad Civil de la VII Cumbre de las Américas rehusaron sentarse con ellos en cualquier sala de un mismo edificio. Ni el oxígeno podían compartir con los disidentes, mucho menos ideas.
El deterioro de su imagen pública en Panamá fue considerable, pero lograron articular un claro mensaje dirigido a la población en Cuba: «Con gusanos no se discute; se les aplasta. No vamos a cejar en su persecución aunque mejoren las relaciones con Washington». Al atizar la polarización interna se desea evitar la contaminación ideológica, el «reblandecimiento» que puede venir como efecto colateral de cualquier mejoría en las relaciones con Washington.
No andan muy despistados esos tiranosaurios. La pasada semana no pudieron evitar que en las elecciones en dos distritos fuesen postulados dos «gusanos», uno de los cuales llegó a alcanzar el 44% de los votos. Debe preocuparles que 1.569.095 electores (casi el 20% del total empadronado) anularon sus boletas o se ausentaron en unos comicios que siempre movilizaban a más del 98% de votantes posibles. Tampoco la proliferación de banderitas de Estados Unidos debe ser de su agrado. Pero, por ahora, la reacción es acudir a las porras, no evolucionar hacia el vegetarianismo.
Sin embargo, es improbable que logren su propósito. En eso no le falta razón a sus pretendidos reeducadores.
El «imperialismo» es la fuente de casi el 70% de los alimentos importados y sus «mercenarios terroristas» en Miami envían remesas y paquetes por un valor superior al producido por cualquier sector económico, a excepción del ingreso por exportar servicios médicos. Los «mercenarios» pagan desde el exterior el servicio de la inmensa mayoría del más de un millón de celulares en Cuba. Al ciudadano común le va ser imposible renunciar otra vez a las relaciones con su tío «mercenario» de Hialeah del que depende ahora su subsistencia. Y para acabar de poner la ideología patas arriba ahora Raúl Castro ha alabado públicamente al presidente Obama en un cónclave regional.
Las primeras evidencias de desconcierto en este nuevo contexto se vieron en el video de una turba manifestándose contra un disidente a quien gritaban todo tipo de improperios. Cuando algunos —lapsus mental— quisieron entonar añejas consignas contra Estados Unidos alguien, angustiado, se encargo de advertirlos: «Eso no, eso no».
No han caído meteoritos —quizás nunca caigan—, pero el hábitat de los tiranosaurios isleños se va complicando. Al final quizás les resulten ingestas las zanahorias.