Cultura y Artes

Leila Guerriero: ¡Comida!

 

La semana pasada se difundió un vídeo de Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela. En él no se lo ve haciendo nada reprobable o ilegal: simplemente, come. En un restaurante de lujo, en Estambul, pero tan solo come. El vídeo produjo enorme indignación en ciudadanos, políticos, medios: “Maduro come y el país se muere de hambre”. Ya en Venezuela, el presidente dio un discurso en el que explicó que, regresando desde China, había hecho una escala en Estambul donde aceptó una invitación para “almorzar con algunas autoridades”. Entonces muchos se preguntaron quién había pagado los doscientos dólares que cuesta comer en un sitio así. Eso, creo, es lo de menos. El verdadero desastre es que el vídeo en el que se ve a un presidente que come tenga la misma capacidad de viralizarse —y provoque los mismos decibeles de indignación social— que tendría un vídeo de alguien cometiendo un delito. La verdadera catástrofe es que un presidente deba explicar ¡por qué comió! y no vea, en el hecho de tener que dar esas explicaciones, un síntoma de gravedad épica. El jueves pasado tomé un taxi. Conducía una psicoanalista venezolana que vive en la Argentina desde hace tres años. Me dijo que la desanima hablar por teléfono con su madre, que vive en Caracas, porque desde hace meses solo le habla de comida: “Me cuenta que consiguió una lata de atún y la guardó; que va a ir a un sitio donde se consigue carne; me pregunta si aquí hay tomates. Solo habla de comida. Mi madre se transformó en un animal”. La encuesta sobre condiciones de vida en Venezuela reveló en febrero de 2018 que la pobreza extrema aumentó del 23,6% al 61,2% en cuatro años. Nicolás Maduro sostiene que “solo la revolución puede llevar al país a la felicidad” y que “en Venezuela no hay hambre”. El escándalo generado por el vídeo del presidente que come es toda una respuesta.

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