DemocraciaDemocracia y PolíticaPolíticaRelaciones internacionalesViolencia

La creciente amenaza de Rusia al norte de Europa

Suecia abraza más de cerca a sus amigos, pero ¿se casará con la OTAN?

Nubes de guerra sobre Suecia.

ALGUNOS Estados tranquilizan a sus ciudadanos en tiempos difíciles. Otros prefieren no endulzar las cosas. «Un conflicto europeo mayor podría comenzar con un ataque a Suecia», advirtió el informe más reciente de la comisión de defensa del país. La electricidad sería limitada. La ingesta de calorías disminuiría. Decenas de miles podrían ser heridos. En junio, los 22.000 soldados voluntarios suecos fueron convocados para el mayor ejercicio sorpresa desde 1975. Por primera vez en casi 30 años, el gobierno ha escrito a millones de hogares exhortándoles a prepararse para lo peor. «Nunca nos rendiremos», advirtieron panfletos decorados con vívidos cuadros de edificios en llamas y tanques en movimiento.

El objetivo de Suecia es aguantar tres meses, hasta que llegue la ayuda. Estas tareas gemelas -convertirse en «algo indigerible para Rusia», como dice un analista, y asegurar que la caballería aparezca- serán prioritarias en la agenda de cualquier gobierno que surja del parlamento sin mayoría absoluta generado por las elecciones del 9 de septiembre. Suecia puede no ser miembro de la OTAN. Pero bajo Stefan Lofven, el primer ministro socialdemócrata sueco de los últimos cuatro años, ha maniobrado tan cerca de la alianza como ha sido posible desde el exterior. Al aplazar la cuestión de la adhesión directa, anatema para la izquierda, creó un espacio político que permitiera estrechar el triple abrazo de Suecia hacia Estados Unidos, la OTAN y sus vecinos. En 2016, el Parlamento aprobó un histórico acuerdo de «nación anfitriona» con la OTAN. El potencial papel de Estados Unidos en tiempos de guerra en Suecia fue una vez un secreto de Estado; ahora los planes de contingencia se pueden hacer abiertamente.

Esto no es sólo en beneficio de Suecia. Miles de tropas de la OTAN fueron enviadas a los países bálticos el año pasado para que sirvieran de línea de defensa en caso de cualquier agresión rusa. En una guerra, necesitarían un refuerzo rápido y masivo. Pero la ruta por tierra atraviesa la brecha de Suwalki, un cuello de botella con el enclave ruso de Kaliningrado por un lado y el aliado de Rusia, Bielorrusia, por el otro. Sería más fácil enviar refuerzos a través de Suecia y del Mar Báltico. Esa es una de las razones por las que Gotland, una bucólica isla sueca en medio de esas aguas, ha adquirido tanta importancia. Si Rusia se apoderara de ella, la ruta marítima también podría ser peligrosa. El año pasado, el ejercicio Aurora, en el que participó la mayor fuerza estadounidense jamás presente en suelo sueco, simuló ataques a Gotland. En enero, Suecia restableció allí una unidad militar, su primer regimiento allí desde la segunda guerra mundial.

Suecia también está cortejando a sus vecinos. Acordó intercambiar agregados de defensa con Noruega el año pasado, y compartir datos sobre la vigilancia aérea, en particular sobre los bombarderos rusos que merodean. Ha ido incluso más lejos con Finlandia, aceptando formar una fuerza aérea conjunta finlandesa-sueca «parcialmente integrada» y operando un grupo naval integrado que permite a los almirantes finlandeses comandar buques suecos, y viceversa. Niklas Granholm, de FOI, la agencia sueca de investigación de defensa, señala que los pilotos de combate suecos, finlandeses y noruegos se conocen por su nombre de pila tras los ejercicios aéreos semanales en el Alto Norte. Sugiere que esto podría convertirse en una «fuerza de ataque para toda la región nórdica y báltica».

Ya sea que los Socialdemócratas se aferren al poder o sean reemplazados por los Moderados de centro-derecha en los próximos meses, un consenso ha sido alcanzado. «Nos estamos dando cuenta de que Crimea no era una tormenta pasajera, sino un cambio climático», dice Anna Wieslander, directora de la Asociación de Defensa Sueca, refiriéndose a la anexión de la península ucraniana por parte de Rusia en 2014. Un diputado de izquierdas en el Parlamento sueco, el Riksdag, está abatido. «Nada cambiará», se queja de las elecciones. «Todos odian a Rusia».

De hecho, la dirección política de Suecia tendrá importantes implicaciones para la defensa. Los cuatro partidos de oposición que gobernaron hasta 2014, incluidos los Moderados, se han pronunciado a favor de la adhesión a la OTAN en los últimos años. Las encuestas indican que el apoyo público se mueve modestamente en esta dirección: 43% a favor y 37% en contra. Pero hay varios problemas.

Una decisión para el próximo primer ministro es firmar o no un tratado de la ONU que «prohíbe» las armas nucleares. Algunos socialdemócratas, incluida Margot Wallström, la Ministra de Asuntos Exteriores, están muy interesados. Pero pondría a prueba la relación de Suecia con Estados Unidos y la OTAN. Un obstáculo más serio es que cualquier esfuerzo moderado para incorporar a Suecia a la OTAN podría depender del apoyo de los Demócratas Suecos, de extrema derecha. El partido se opone a la afiliación por motivos nacionalistas, aunque su base, que cuenta con muchos antiguos votantes Moderados, podría ser más dispuesta. Un tercer problema es que Suecia es reacia a dejar en la estacada a Finlandia, si su vecino más pequeño se niega a adherirse. Mientras tanto, continúan las disputas, y Suecia abraza a la OTAN cada vez más fuerte: más de 2.000 de sus tropas se unirán a uno de los ejercicios más grandes de la historia de la OTAN el próximo mes.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The Economist

Russia’s growing threat to north Europe

War clouds over Sweden

Sweden hugs its friends closer, but will it tie the knot with NATO?

SOME states soothe their citizens in troubled times. Others prefer not to sugar-coat things. “A larger European conflict could start with an attack on Sweden,” warned the most recent report of the country’s defence commission. Electricity would be limited. Calorie intake would fall. Tens of thousands might be wounded. This was not idle talk: in June, all 22,000 Swedish volunteer soldiers were called up for the largest surprise exercise since 1975. For the first time in almost 30 years, the government has written to millions of households exhorting them to prepare for the worst. “We will never give up,” warned leaflets decorated with vivid tableaux of burning buildings and rolling tanks.

Sweden’s aim is to hold out for three months, until help arrives. These twin tasks—becoming “indigestible to Russia”, as one analyst puts it, and ensuring that the cavalry shows up—will be high on the agenda of whichever government emerges from the hung parliament produced by the election of September 9th. Sweden may not be a member of NATO. But under Stefan Lofven, Sweden’s Social Democratic prime minister for the past four years, it has manoeuvred as close to the alliance as it is possible to get from the outside. By deferring the question of outright membership, anathema to the left, he created political space to tighten Sweden’s triple embrace of America, NATO and its neighbours. A landmark “host nation” agreement with NATO was steered through parliament in 2016. America’s potential wartime role in Sweden was once a state secret; now contingency plans can be made openly.

This is not just for Sweden’s benefit. Thousands of NATO troops were sent to the Baltic states last year to serve as tripwires in case of any Russian aggression. In a war, they would need swift and massive reinforcement. But the overland route runs through the Suwalki Gap, a choke point with the Russian enclave of Kaliningrad on one side and Russia’s ally Belarus on the other. It would be easier to send backup through Sweden and over the Baltic Sea. That is one reason why Gotland, a bucolic Swedish island in the middle of those waters, has assumed such importance. Were Russia to seize it the sea route might also become perilous. Last year’s Aurora exercise, involving the largest ever American force on Swedish soil, simulated attacks on Gotland. In January, Sweden re-established a military unit there, its first new regiment since the second world war.

Sweden is also cosying up to its neighbours. It agreed to swap defence attachés with Norway last year, and to share data on air surveillance—particularly Russian bombers on the prowl. It has gone further with Finland, agreeing to form a “partially integrated” Finnish-Swedish air force and operating a joint naval group that lets Finnish admirals command Swedish vessels, and vice versa. Niklas Granholm of FOI, Sweden’s defence research agency, notes that Swedish, Finnish and Norwegian fighter pilots are on a first-name basis after weekly air exercises in the High North. He suggests this could be turned into a “strike force for the entire Nordic-Baltic region”.

Whether the Social cling to power or are ousted by the centre-right Moderates in the coming months, a consensus has taken hold. “We are realising that Crimea was not a passing storm, but climate change,” says Anna Wieslander, director of the Swedish Defence Association, referring to Russia’s annexation of the Ukrainian peninsula in 2014. One left-wing MP milling around Sweden’s parliament, the Riksdag, is glum. “Nothing will change,” he complains of the election. “Everyone hates Russia.”

In fact, Sweden’s political direction will have important implications for defence. The four opposition parties that governed until 2014, including the Moderates, have all come out in favour of joining NATO over the past few years. Polls indicate public support swinging modestly in this direction: 43% in favour and 37% against. But there are several hitches.

One decision for the next prime minister is whether to sign a UN treaty “banning” nuclear weapons. Some Social Democrats, including Margot Wallström, the foreign minister, are keen. But it would strain Sweden’s relationship with America and NATO. A more serious obstacle is that any Moderate effort to take Sweden into NATO might depend on the support of the far-right Sweden Democrats. The party is opposed to membership on nationalist grounds, though its base, numbering many former Moderate voters, might be more amenable. A third problem is that Sweden is reluctant to leave Finland in the lurch, if its smaller neighbour declines to join. Meanwhile, as the wrangling continues, Sweden hugs NATO ever-tighter: over 2,000 of its troops will join one of NATO’s largest-ever exercise next month.

Botón volver arriba