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Vida y ascenso del capitán Bolsonaro

Hijo de un dentista sin título, testarudo, polémico e inteligente. Retrato del político ultra que salió de una ciudad pequeña de São Paulo y que está a punto de presidir Brasil

Ambicioso, ultraderechista, misógino y nostálgico de la dictadura. El capitán retirado Jair Bolsonaro es el candidato con más probabilidades de convertirse en el futuro presidente de Brasil tras la segunda ronda electoral, el 28 de octubre. Un equipo de EL PAÍS ha investigado la trayectoria del aspirante: dónde se crio, cómo entró en el Ejército y en el mundo de la política, donde empezó de la nada y fue, poco a poco, hilando apoyos de sectores clave.

LA INFANCIA

Doña Narcisa, de 63 años, señala la escuela de paredes azules. “Fue ahí”, cuenta. “Estábamos todos los estudiantes ahí cuando de repente: pum, pum pum”. Era el 8 de mayo de 1970. Carlos Lamarca, un guerrillero que luchaba contra la dictadura brasileña (1964-1985), se refugió en Eldorado, una ciudad de 15.000 habitantes situada a 180 kilómetros al sur de São Paulo. Hubo un tiroteo. Un policía muerto. Carreteras cortadas, identificaciones masivas. Al final, el guerrillero consiguió huir y se llevó su lucha a otra parte. Pero aquel viernes quedó en la memoria de los habitantes de Eldorado. Impresionó a todos, sobre todo a los niños. Pero más que a nadie, a un adolescente testarudo, ambicioso y larguirucho llamado Jair Bolsonaro.

Hasta ese día, Jair, que tenía entonces 15 años, había destacado en el pueblo por su cabezonería y su inteligencia. También por su facilidad para mezclarse con los otros chicos. Pero tras la visita del guerrillero, descubrió la capacidad del Ejército para organizar a la sociedad civil. Empezó a tener algo claro en la vida. “Nos los decía, a todo el mundo y todo el rato”, relata Narcisa. “Iba a salir de Eldorado porque se iba a apuntar al Ejército”.

Los Bolsonaro habían llegado a Eldorado liderados por el patriarca, Percy Geraldo Bolsonaro, tras deambular durante años por varios pueblos del Estado de São Paulo. El padre ejercía de dentista sin título médico. Así sostenía a su familia de seis hijos. Llegó a ser célebre en la ciudad. Ahora, el hijo de aquel dentista sin homologar está a un paso de convertirse en presidente de Brasil. Todas las encuestas le dan como favorito en la segunda ronda frente a su rival, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores. Si vence, será el jefe del Estado más polémico de la reciente vida democrática del gigante sudamericano.

Para cumplir su obsesión y entrar en el Ejército, el joven Bolsonaro necesitaba algo que no tenía: dinero y estudios. Para lo primero contaba con un socio: quien entonces era su mejor amigo, Gilmar Alves. “Nos compramos una caña y nos pusimos a pescar para vender: todos los días íbamos al río, hiciera frío o calor”, recuerda hoy Alves, con el pelo completamente canoso, sentado en una cafetería de Registro, un pueblo cercano a Eldorado.

“Y mientras, estudiábamos. Teníamos que esforzarnos mucho porque en aquella época Eldorado no tenía buenos profesores: el de Historia te enseñaba Química, sin saber mucho”, prosigue. “Pero Jair es una de las personas más obstinadas que he conocido. Estudiaba 24 horas al día. Todo el mundo iba a los bailes de los clubes sociales y nosotros nos quedábamos empollando. Me decía que me fuese al Ejército con él, porque los presidentes eran todos militares y él iba a ser presidente”.

El plan salió bien. Gilmar llegó a estudiar Agronomía en Curitiba, y Jair entró en el Ejército. Durante años, los dos amigos mantuvieron el contacto. “Me llamaba de vez en cuando para pedirme mi opinión”, recuerda. “Oye, ¿qué opinamos de la prostitución? ‘Pues mira, Jair, es la profesión más antigua del mundo y hay que apoyar a las trabajadoras. Hay que rechazar a los que explotan a la mujer’. ‘Ya, ya. Pero es que me estoy aproximando a los evangélicos y no me conviene eso”.

Desde la izquierda, Bolsonaro, con compañeros del Ejército; en una competición deportiva; y pescando, una de sus aficiones.

La amistad acabó quebrándose. En abril de 2015, cada vez más convencido de que podía llegar a presidente. Bolsonaro habló, en una entrevista en televisión, de su amigo de la infancia. Tras décadas de proferir bravuconadas homófobas y racistas, tal vez para contrarrestar, esta vez soltó algo diferente: “Yo tengo un amigo gay, Gilmar, que vive en Registro”. Gilmar se quedó de piedra al oírlo. “Yo no soy gay”, dice. A la supuesta revelación le sucedió una campaña de acoso: por WhatsApp, en los bares, en la calle. “Allá donde fuera, alguien se me acercaba y me decía con una sonrisa: ‘Qué bien escondido tenías eso, maricón’ o ‘bueno, si el río suena, algo habrá’. Le llamé para que me diese explicaciones”, recuerda Alves. “Y me contestó: ‘Pero si yo no te he llamado gay”. Gilmar tiene muy claro cómo definir a su antiguo amigo: “Es un desequilibrado, que no piensa antes de hablar. Primero habla y luego lo trata de arreglar. Así quiere llegar a la presidencia, pero no de un sindicato, sino de un país. A mí me mostró algo que no conocía de él: que era un mentiroso”.

Eldorado ha cambiado en apariencia desde los años setenta. Donde había casas de barro y madera, ahora se levantan viviendas de hormigón y ladrillo. Han surgido parabólicas sobre los tejados. Pero sigue siendo un pequeño trozo de urbe en mitad del bosque. La rutina es la misma: trabajar, el bar, la casa. Y los problemas también: uno de ellos, como en el resto de Brasil, es la desigualdad. El dueño del mayor restaurante de la plaza es partidario de Bolsonaro; las empleadas de su cocina, negras, no. “Si ese hombre gana, los primeros en sentirlo seremos nosotros”, explica Ditão, un hombre gigante, negro, de gafas de metal. Está en la plantación de plátanos que le da de comer. “Los negros pobres estamos más expuestos que nadie a la opresión militar. Yo tenía nueve años cuando comenzó la dictadura en 1964; un día la policía detuvo a mi padre porque sí. Porque sí. ¿Sabes lo que hizo falta para que lo liberasen? Que fuese el dueño de la tierra que él trabajaba. El blanco”.

EL MILITAR

Bolsonaro salió de Eldorado para ingresar en una escuela de cadetes de la ciudad de Resende, en el Estado de Río de Janeiro, a final de los setenta. El país vivía la etapa más sangrienta de su dictadura. Centenares de jóvenes de izquierda que se oponían a los militares fueron torturados y asesinados. Y enterrados en fosas comunes. Muchos familiares aún no han encontrado sus restos pese a haberlos buscado durante años. Se han sucedido las campañas para buscarlos. En su despacho de diputado del Congreso, en 2009, Bolsonaro tenía un cartel en el que aludía despectivamente a una de esas campañas: “Los perros son los que buscan los huesos”.

En sus tiempos de teniente bisoño, Bolsonaro ya daba pistas de su personalidad. Unos documentos publicados por el diario Folha de S. Paulo el año pasado muestran que, en los ochenta, los oficiales consideraban que el joven Bolsonaro tenía “una excesiva ambición financiera y económica”. Lo que le llevó, entre otras cosas, a buscar oro ilegalmente junto a otros militares bajo su mando.

Fue, sin embargo, otro episodio el que le dio a conocer. En 1986, con 31 años, escribió un artículo en la revista Veja en el que se quejaba de los bajos sueldos de los militares, lo que, según contaba, incentivaba a muchos cadetes a dejar la academia. Fue detenido por el texto, arrestado durante 15 días y sufrió un proceso militar por indisciplina. También recibió 150 telegramas de solidaridad de todo el país y el apoyo de oficiales y sus esposas.

Entusiasmado con ese apoyo, desarrolló un plan que revela su temperamento. Según la misma revista, Veja, un grupo de oficiales del Ejército bajo su mando planeó, en 1987, la Operación Beco Sem Saída (callejón sin salida), que consistía en explosionar bombas de baja potencia en cuarteles y academias militares para protestar por los bajos salarios. Se zanjó el tema discretamente. El Tribunal Militar absolvió a Bolsonaro en 1988 de todas las acusaciones de indisciplina y deslealtad. Él niega el episodio, aunque tuviera que dejar el Ejército con el rango de capitán. Fue entonces cuando se fijó en la política.

Jair Bolsonaro, con su primera esposa, Rogéria Braga, el día de su boda.
Jair Bolsonaro con su primera esposa, el día de su boda

EL PARLAMENTARIO

Aprovechando la fama adquirida por defender las causas de los militares, consiguió un acta de concejal por la ciudad de Río de Janeiro en las elecciones municipales de 1988. “Tenía el respaldo de los rangos más bajos, pero los generales en su mayoría eran contrarios a él. Hoy se tiene la impresión de que siempre ha contado con el respaldo de todos. Pero muchos militares de alto rango le tildaban de oportunista. Cuando inició su carrera política muchos cuarteles prohibían su entrada”, explica un coronel bajo condición de anonimato.

Dos años después logró ser elegido por primera vez para un cargo nacional, como diputado por Río para el Congreso brasileño. Ahí ha permanecido durante seis legislaturas. “Siempre ha sido un político individualista que consigue su cuota de popularidad gracias a su carácter peculiar”, asegura el politólogo Eurico Figueiredo, director del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad Federal Fluminense (UFF). Se hicieron famosos muchos de sus discursos y algunas de sus entrevistas. En los noventa rechazó las privatizaciones puestas en marcha por el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso y declaró que el entonces presidente tenía que haber sido fusilado por la dictadura. Repetía que el régimen se había equivocado al no haber matado a más de 30.000 personas y que solo una guerra civil, y no el voto, cambiaría algo en el país. También ha respaldado a grupos policiales violentos, defiende la pena de muerte, es partidario de la reducción de la edad penal y de que la población se arme y asegura que está dispuesto a abarrotar aún más las cárceles brasileñas.

Con todo, nunca destacó en Brasilia, capital del país, donde ejerce como diputado desde hace 28 años. Nunca figuró entre los cien principales parlamentarios brasileños evaluados por instituciones independientes. De hecho, en todos sus años de diputado ha conseguido aprobar solo dos propuestas: una para aplicar el impuesto sobre los productos industrializados también a los productos informáticos y otra en la que autorizaba la utilización de una pastilla para curar el cáncer. Lo que en verdad le gustaba a Bolsonaro no era la oscura vida de un legislador parlamentario, sino la del político amigo de polémicas.

Sus colegas raramente lo escuchaban. Él mismo decía que no tenía prestigio. Cuando disputó la presidencia de la Cámara, en 2017, al actual presidente, Rodrigo Maia, de Demócratas (DEM), solo obtuvo cuatro votos de los más de 500 en liza. “Yo no soy nadie aquí. Nunca he tenido el honor de ser ni siquiera el vicelíder de mi partido. No lo he tenido porque nunca me voy a alinear con las orientaciones partidistas”, afirmó en 2011 ante la Cámara.

EL LOBO SOLITARIO

Era un lobo solitario que pasó por siete partidos diferentes —en Brasil la Cámara se divide en más de 30— y, elección tras elección, se preocupaba casi exclusivamente de defender los intereses de los suyos. De los 190 proyectos de ley presentados por Bolsonaro, el 32% estaba relacionado con los militares, el 25% con la seguridad pública y solo tres con temas económicos, dos con la salud y uno con la educación. Suele decir que, en todos estos años, ha sido más importante evitar que se votaran ciertas medidas que conseguir ganar sus batallas. Ahí mezcla lo verdadero y lo falso. Entre esto último, cita el kit gay, que él considera un intento para estimular la homosexualidad que en realidad era un proyecto de Haddad —entonces ministro de Educación— para luchar contra la homofobia en las escuelas, finalmente abortado por la presión de la Iglesia evangélica. “Si un chico tiene un desvío de conducta cuando es joven, hay que volverlo a poner en el buen camino, aunque sea con unos bofetones”, dijo en 2010.

Captura de vídeo en la que se ve a Bolsonaro tras el ataque en su contra, el pasado 6 de septiembre en Juiz de Fora (Minas Gerais).
Captura de vídeo en la que se ve a Bolsonaro tras el ataque en su contra, el pasado 6 de septiembre en Juiz de Fora (Minas Gerais).

Pasó por loco, por histriónico, un militar tomado a broma en plena democracia. Sin embargo, la virulencia de sus discursos antiguos es la misma que la de ahora. Ha propuesto en plena campaña el fusilamiento de los militantes del Partido de los Trabajadores (PT). Años antes insultó a una diputada del PT asegurando que no merecía ser violada por fea. Ha llegado a afirmar que es partidario de la implantación de un sistema de control de natalidad para la población pobre. “No podemos convivir con esta tasa de natalidad. Es algo que, lógicamente, beneficia a los Gobiernos corruptos y populistas: hay más ciudadanos que ayudan a que se perpetúen”.

Su participación en comisiones parlamentarias ha sido casi nula. Pero su presencia en el pleno está por encima de la media. En las últimas cuatro legislaturas estuvo por lo menos en el 90% de las sesiones. Su despacho es una oda a los militares. Hay imágenes de los dictadores del periodo 1964-1985 y, en los últimos años, se ha convertido en una especie de atracción turística en Brasilia. No es raro encontrar admiradores haciendo cola solo para sacarse un selfie con el parlamentario —preferentemente haciendo el gesto de disparar con las manos— o con su nombre escrito en la puerta.

Intenta pasar por un elemento ajeno a la política, por alguien que no goza de padrinos ni acoge protegidos. Sin embargo, tres de sus cinco hijos han sido elegidos para cargos legislativos: Flávio Bolsonaro es diputado estatal y senador por Río de Janeiro con votación masiva. Eduardo Bolsonaro ha sido reelegido diputado federal por São Paulo. Y Carlos es concejal de Río de Janeiro.

En las elecciones presidenciales de 2010 y de 2014 Bolsonaro ya llegó a pensar en presentarse, con un discurso anticorrupción y anti-PT. Nunca ha figurado entre los políticos implicados en los grandes escándalos de corrupción que han sacudido Brasil en los últimos años. Cuando le gritan homófobo, misógino, machista o fascista, responde de manera brusca: “¡Llámame corrupto!”.

Pero entonces no encontró ningún partido que lo admitiera. Se contentó con presentarse una vez más para un escaño en la Cámara de los Diputados. Al día siguiente de su elección, en 2014, analizó la composición del Congreso Nacional y notó que el conservadurismo había avanzado. Los representantes de la bancada BBB (bala, buey y Biblia, es decir, los que abogan por una despenalización de las armas y que centran sus discursos en la seguridad, los que representan a los terratenientes y ganaderos, y los diputados religiosos evangélicos). Era el momento de aproximarse más a ellos. A pesar de ser católico, volvió a juntarse con los evangélicos, se afilió al Partido Social Cristiano y fue bautizado por un pastor en Israel.

El año pasado cambió de partido otra vez. Se integró en el Partido Social Liberal, una formación pequeña y casi desconocida hasta ese momento. Ocupó los puestos clave y se reservó el control del dinero y de las subvenciones. En la primera reunión en su casa, en diciembre de 2016, había diez colegas. En la última, en abril de este año, un centenar. “Los diputados esperaban en la acera para poder entrar”, afirmó un diputado del DEM que entró en el grupo en la última reunión.

LA IGLESIA

Haberse casado tres veces y tener hijos de esos tres matrimonios distintos no le ha impedido ensalzar siempre el modelo de familia tradicional y su moralidad ultraconservadora para hacerse con el crucial apoyo de los votantes evangélicos. Sabe de qué habla. Sabe cómo hablarles. En 2006, en plena efervescencia de la era Lula, cuando la economía del país crecía bajo el Gobierno del que llegó a ser el presidente más popular de Brasil, un desalentado Bolsonaro conversaba en los pasillos del Congreso con un senador evangélico, Magno Malta. Ambos lamentaban la aprobación de lo que se conoció como ley antihomofobia, que establecía penas para quien discriminase a alguien por su orientación sexual. “No nos queda otra, vamos a tener que crear una candidatura”, pactaron los dos en aquel pasillo. Allí nació la idea de una candidatura y de un eslogan que hoy utiliza el excapitán: “Brasil por encima de todo. Dios por encima de todos”.

Entonces estaban casi solos. Pero conforme la candidatura de Bolsonaro se consolidaba, acabó atrayendo a casi todos los líderes religiosos. El fenómeno bola de nieve tomó forma. El mundo económico decidió inclinarse de su lado según las encuestas engordaban. Y los empresarios que antes se apartaban de él por encontrarle chabacano y vulgar, han decidido cruzar la línea animados por el Gobierno liberal y las bajadas de impuestos que promete. Los mercados le hacen también campaña: la Bolsa de São Paulo sube a cada sondeo ganador.

Meyer Nigri, dueño de la constructora Tecnisa, fue uno de los primeros empresarios que declaró su apoyo, en febrero. Justificó que existían cinco razones: era honesto, no era de izquierdas, entendía de seguridad pública, estaba bien asesorado y su acercamiento a Israel. Otro empresario que se ha unido a él es el controvertido Luciano Hang, dueño de una red de tiendas, investigado por aparecer en un vídeo reunido con sus empleados advirtiéndoles de que si ganaba el PT cerraría. Folha de S. Paulo asegura que Hang ha comprado servicios digitales para distribuir masivamente mensajes falsos a través de WhatsApp en contra del PT.

Bolsonaro, a bordo de un avión en septiembre. Abajo, el día que recibió una puñalada.

EL REY DE FACEBOOK

Bolsonaro es el rey de las redes sociales en un país adicto a ellas. Tiene siete millones de seguidores en Facebook, el doble de los que reúne, por ejemplo, el centenario periódico O Estado de S. Paulo (3,7 millones de seguidores). Su campaña discurre en buena medida por WhatsApp. El 66% de los electores brasileños consume y comparte noticias y vídeos sobre política por medio de esta red. Muchos contratan planes de telefonía móvil que incluyen solo el servicio de mensajes. Reciben la noticia, pero no hay Internet para contrastarla. Muchos expertos coinciden en que no hay nada que encaje tan bien con los algoritmos de las redes sociales como el tribalismo, el radicalismo y el histrionismo. El estilo bravucón que Bolsonaro ha practicado a lo largo de su vida ha encontrado el camino de expandirse. El larguirucho adolescente fascinado por los militares que tomaron su pueblo está a punto de triunfar y convertirse en el hombre más importante de su país. Su victoria pasa por ahí. Por indignarse ante todos por los monstruos que él mismo se inventa.

Información elaborada por Afonso Benites, Felipe Betim, Fernanda Becker, Regiane de Oliveira, Talita Bedinelli y Tom C. Avendaño.

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