Una derrota orteguista sin vencedor
Ortega está derrotado. Es una derrota estratégica. Evidente. Pero, fundamentalmente ocurre en el campo diplomático exterior, debida a errores propios de Ortega. Por acciones extraordinariamente criminales crecientes en contra de los derechos humanos, que le han aislado mundialmente. No obstante, es una derrota objetiva, esencialmente con una asfixia económica creciente que hace al régimen inviable. Pero, inviable sin un contrincante nacional que haya vencido a la dictadura.
La tesis tonta, de quienes pretenden eludir la lucha, es que Ortega reflexione y ayude a desmontar artificialmente su propio modelo dictatorial. Para eludir la lucha, necesitan que Ortega dirija su propia derrota táctica.
Esto crea un fenómeno contradictorio muy pocas veces visto, donde ocurre una derrota estratégica en ausencia de una derrota táctica nacional, lo que obviamente tiene como consecuencia la prolongación, por desgracia, no sólo de la represión, sino, de la crisis de gobernabilidad, con efectos devastadores sobre la sociedad.
Ortega sufrió, por sí mismo, una derrota estratégica política
En abril hubo una represión criminal en contra de los estudiantes, que conmocionó irreversiblemente a la nación entera, y provocó un repudio legítimo contra la criminalidad orteguista. Sus propios seguidores se le apartaron escandalizados. Sin embargo, este descontento no logró superar, espontáneamente, los defectos políticos que hacen parte de nuestra idiosincrasia. Y ocurre, cada vez más evidente ese fenómeno único, desastroso, de un régimen dictatorial derrotado como opción de gobierno por su propia torpeza, irracionalidad y crueldad, que sobrevive indefinidamente por falta de conducción revolucionaria del pueblo.
Conservar el poder no significa, sin embargo, gobernar. Es algo insólito, terrible, pero, ocurre especialmente con un pueblo muy atrasado, sin teoría revolucionaria y con un peso predominante de trabajadores informales (80 % de la PEA), sin vínculo colectivo laboral, por lo que prevalece una conciencia individualista, poco propensa a la acción social organizada, que difícilmente puede vanguardizar la lucha por transformar la sociedad.
¿Hacia dónde evoluciona, en consecuencia, un poder que no gobierna?
El absolutismo producía un anacronismo inestable con una contradicción explosiva al primer síntoma de crisis económica. Hoy, sin aguzar el oído se puede escuchar el crujido de la sociedad que se apresta a caer en pedazos a medida que el régimen, inviable, permanece en el poder. Y que arrastra la economía hacia la depresión (con un declive del PIB superior al 20 % en 2019).
El poder político de un Estado fallido se disuelve en una anarquía criminal. La falta de una victoria táctica nacional sobre Ortega nos conduce, inevitablemente, a la ruina como nación, nos lleva brutalmente a la guerra civil o a la barbarie.
Los conflictos políticos no se desarrollan ni se resuelven de acuerdo a los gustos personales. En ningún caso una sociedad se organiza a voluntad, como se hace un platillo para satisfacer el propio paladar con una receta predilecta de cocina. Por ello, hay que esforzarse por definir, metódicamente, la interrelación dialéctica entre medios y fines en esta nueva situación política.
El pueblo, derrotado militarmente, aún no ha sufrido una derrota política. Cuando la crisis económica supera cierto umbral, y se afecta gravemente la dignidad humana, los trabajadores caen en la degradación social y pierden la capacidad de luchar por reorganizar la sociedad. Por ello, la nueva etapa de lucha es decisiva.
La lucha de abril fue desigual, pero, con las leyes de la guerra
Nuestra juventud respondió heroicamente a una lucha desigual. A una lucha violenta, pero, desigual. Con piedras, huleras, bombas de contacto, morteros, contra armas de guerra moderna, de alto calibre y largo alcance, y contra tropas entrenadas, de criminales.
Una guerra tecnológicamente desigual, como la de flechas y hondas, de nuestros indios, contra armaduras, caballería, cañones falconeros de 2 km de alcance, espadas, ballestas, armaduras, lanzas, arcabuces españoles que reproducían espantosamente el trueno.
Aquella fue una guerra de conquista, aunque, por la tecnología desigual, se trató de una masacre de nuestros indios, de un genocidio infamante. También aquí ha ocurrido un genocidio en contra de nuestra juventud, un aplastamiento por el aparato dictatorial cuyo objetivo es la dominación absolutista. Desde el poder, fue una guerra de dominación por intereses miserables.
No hay genocidio pacífico, porque la paz unilateral no existe. La incapacidad de lucha frente a la agresión conduce a la derrota militar, con sus consecuencias dramáticas para los derrotados. Un pueblo que quiere la paz, aprende a luchar y a defenderse, como decía el escritor romano Vegecio en sus compendios de técnicas militares, «Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum».
La de abril fue una lucha desigual estática, fácil de cercar y de destruir, con grandes bajas para los rodeados, por sólo un puñado de criminales fuertemente armados.
Jomini, el teórico militar de la etapa napoleónica, escribe que la estrategia se realiza en función de la tecnología, y que la guerra desigual se ejecuta sobre las piernas de los soldados peor armados, con ataques tácticos rápidos y sorpresivos, no desde tranques estáticos. Los peor armados no pueden verse reducidos a una guerra de posiciones. La teoría es una forma metódica de enfrentar la realidad con probabilidades de éxito, haciendo a un lado las recetas de cocina.
Fue una lucha sin conducción y sin armas, que condujo a una derrota militar
Fue una lucha sin conducción y sin armas eficientes, sin municiones. Luego, de la destrucción de los tranques, con más de 400 muertos, siguió una guerra de persecución represiva contra todos los combatientes en retirada. Ocurrió un sálvese quien pueda de decenas de miles de combatientes. Con centenares de prisioneros y desaparecidos, de los más combativos.
La defensa es también una forma de guerra. El desbande desordenado tampoco es una lucha pacífica, sino, una derrota militar. Y es cuando ocurre, militarmente, la peor derrota.
Luego vino la captura de todos los enlaces de la logística, que ingenuamente guardaban su información en celulares. La captura de información organizativa y de enlaces logísticos sigue las leyes de la guerra.
Es una derrota militar grave, gravísima, que sirve al enemigo para consolidar su victoria en el terreno de la inteligencia militar.
La guerra de Ortega ha reducido los espacios de expresión popular
La guerra, aunque sea fundamentalmente unilateral, es un hecho de fuerza que tiene consecuencias políticas. Cualquiera ve que se han reducido espectacularmente los espacios de expresión popular, que previamente habían sido conquistados de forma explosiva por la juventud en todo el país. Se ha gestado un reflujo obvio en la capacidad de movilización, aunque el descontento latente se incremente.
Con la tesis infantil que esta rebelión ha sido una lucha pacífica, se ocultan las distintas fases de la derrota militar sufrida. Ha habido una guerra contra un pueblo inerme, incapaz de defenderse. Ha sido una masacre. Los políticos tradicionales alaban como estrategia ese desamparo. La debilidad no es una estrategia, como no lo es la esclavitud.
Pese al valor de la resistencia heroica de la población, la rebelión fue derrotada militarmente. Pero, pese a su victoria militar, Ortega fue derrotado políticamente, aunque por errores propios.
La energía revolucionaria continúa acumulándose al interno de la sociedad. De forma latente hay una contradicción explosiva, tanto por el avance de la crisis económica como por la experiencia de la represión sufrida. Rápidamente se gestará una nueva etapa de flujo de masas, con nuevas formas de lucha. Todo depende, sin embargo, de la conducción revolucionaria.
Ocurrencias ridículas de los nuevos dirigentes
La admiración conmovida por la combatividad explosiva de la juventud se ve socavada ahora por las orientaciones ridículas de los políticos tradicionales, los sembradores de apatía, que unidos bajo la UNAB han tomado la dirección de la rebelión en esta etapa de reflujo. Su estrategia combativa nacional es un ritual insulso de cambiar periódicamente el color de su vestimenta. El 18 de cada mes vestirán de blanco, y el 19 vestirán de negro.
Ahora, sin marchas, le llaman estrategia nacional a no consumir bebidas y tabaco por tres días. Alguien debería explicar su efecto combativo. Porque lo que no es combativo es deprimente e induce a la pasividad y a la indiferencia.
¡Se llama a que hombres y mujeres se pinten los labios de rojo todos los lunes! Piensan, probablemente, que los paramilitares huirán despavoridos los lunes, y que el pueblo con el pico rojo recuperará las calles ese día.
Y se llama a no consumir energía eléctrica a las 7 de la noche, por una hora diaria, indefinidamente. Esto, por el contrario, ayuda a Ortega.
Con el racionamiento propuesto a las 7 de la noche, no saldrá a generar energía la planta más ineficiente. Los costos energéticos del sistema se reducirán, mientras las tarifas no sufrirán descuentos. Hay, por consiguiente, mayor renta para la distribuidora. Los requerimientos de inversión, en nueva generación y en redes (los costos fijos del sistema), también se reducen con el racionamiento en las horas de punta. Además, las pérdidas técnicas se reducen (mientras permanece inalterable el factor de pérdidas reconocidas). Con el racionamiento propuesto, la importación de fuel oíl se reduce en 17 millones de dólares al año, fortaleciendo con ello las reservas internacionales de Ortega. En fin, todo esto es favorable a Ortega.
Mientras, por el lado del cliente, el costo de racionamiento para la población, o sea, la afectación en la producción de su propia renta de parte de los ciudadanos y de la industria que usan la energía provechosamente, a pesar del daño económico no conlleva ningún resarcimiento para la población, porque el perjuicio ocasionado por el racionamiento ha sido tontamente auto-infligido.
Es decir, esta medida tiene un efecto contrario, irracional. Da pena como propuesta de combate político.
Alternativa de poder nacional independiente
La historia es un sucederse de luchas, con saltos cualitativos en la sociedad, que a veces pueden ser dirigidos racionalmente por la teoría revolucionaria, gracias a un cúmulo de accidentes favorables excepcionalmente aprovechados. Esa es la labor del estratega.
Nuestro problema radica no sólo en la falta de una conducción revolucionaria nacional, sino, además, en que la comunidad internacional ni sabe ni puede ayudar a la transformación política del país. Las sanciones económicas influyen en el caos de la sociedad, no en su transformación progresiva, si en esta nueva etapa de lucha no se gesta, antes que ocurra la degradación social, una alternativa de poder nacional independiente.
El autor es ingeniero eléctrico.