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Una miserable farsa

“Yo no sé si tiene igual alegría un católico a quien se invita a Roma o un árabe que marcha hacia la Ciudad Santa donde se guardan los restos de Mahoma. En el caso nuestro no hay espejismos religiosos, pero indudablemente existen fe, confianza y cariño”. Así escribía el senador comunista Elías Lafertte tras visitar la Unión Soviética en 1931, mientras la colectivización forzosa del campo ordenada por Stalin dejaba entre 3 y 11 millones de muertos.

Lafertte no se enteró. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Por décadas se bromeó con que “cuando llueve en Moscú, los comunistas chilenos salen con paraguas”. Dependiendo de los intereses de la URSS, el PC chileno fue detractor o partidario de dictadores de izquierda como Fidel Castro (“aventurero pequeño-burgués”, lo llamaron en 1959), Mao y Tito.

En nombre del antiimperialismo, el PC chileno apoyó todas las maniobras imperialistas de la URSS: la invasión a Hungría en 1956 (“en defensa del socialismo y la paz”, dijeron); el aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968 ( “para impedir la exportación de la contrarrevolución”, según explicaron), y la intervención en Afganistán en 1979 (“frente a la conspiración externa, se recurre a la ayuda generosa y fraternal de la Unión Soviética”). Incluso cuando los comunistas chilenos combatían valerosamente contra la dictadura de Pinochet, respaldaban la represión a Solidaridad en Polonia, en 1981 (para “ayudar al pueblo polaco a aplastar la contrarrevolución”).

En 1939, la URSS pactó con la Alemania nazi para repartirse Europa central y oriental, y luego invadió Polonia, Finlandia y los países bálticos. El canciller de Stalin, Mólotov, proclamó que “no hay incompatibilidad” entre el comunismo y el nazismo. Volodia Teitelboim recuerda que en Chile hubo “discusiones a gritos hasta entrada la noche buscando una justificación coherente”.

No la encontraron, por cierto. Pero eso no impidió al PC chileno seguir defendiendo lo indefendible, “tratando de explicar lo sucedido a amigos no comunistas, estupefactos e indignados”, dice Teitelboim. Había en esta subyugación intereses financieros, como demostraron las investigadoras Evguenia Fediakova y Olga Uliánova. Pero, más que nada, lo que había era esa “fe” de la que hablaba Lafertte. En la era de las utopías, la URSS era el guía a la tierra prometida, y se la seguía con la certeza de estar del lado correcto de la historia.

Esa certeza, como sabemos, se derrumbó hace mucho. Pero el PC chileno aún respalda dictaduras, en un eco que sigue rebotando cuando la música ya se ha apagado.

En 2011 destacó a la tiranía hereditaria de Corea del Norte por su “lucha por la construcción de una próspera sociedad socialista (… y) la defensa de los intereses del pueblo coreano en contra de las maniobras del imperialismo norteamericano”. (Sí, “próspera”. Los coreanos del norte tienen un PIB per cápita de US$ 1.700 contra US$ 39.000 de sus hermanos del sur; viven 11 años menos, y son 5 centímetros más bajos que ellos).

En 2018 celebró que Vietnam “mantiene en alto las banderas del socialismo y hoy destaca entre los países de mayor crecimiento económico y social” (al parecer nadie les contó que la dictadura vietnamita comenzó a crecer cuando se volcó al capitalismo, siguiendo el modelo chino).

Ahora, el PC chileno cierra filas en torno a Maduro. La fraseología es la misma de 1956 o 1968: “extrema derecha golpista”, “salida fascista”. La ausencia de cualquier cuestionamiento al dictador de turno, también: “Maduro fue electo en un proceso transparente”, “el intento de golpe fue derrotado por el pueblo de Venezuela”, etc.

¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Puede el sufrimiento del pueblo venezolano aceptarse como un costo colateral en la gran marcha de la historia? ¿Alguien cree aún -como lo creían sinceramente con Fidel o Stalin- que el sacrificio vale la pena, porque el paraíso comunista está a la vuelta de la esquina?

El padre del comunismo moderno, Karl Marx, escribió que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

Ya sabemos cuál fue la gran tragedia del comunismo en el siglo 20. Hoy, Maduro es sólo la farsa.

 

10 de febrero de 2019.
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