El desencanto castiga a los grandes partidos en México
México emitió su veredicto en las urnas. El PRI retuvo la mayoría simple, y posiblemente llegará a controlar la Cámara de Diputados con sus aliados y nuevos pactos. Este resultado, de confirmarse, puede interpretarse como un respiro mínimo para el presidenteEnrique Peña Nieto, pero no implica ningún cheque en blanco. Su partido, al igual que el PRD y el PAN, ha sido castigado y en el horizonte ha emergido un factor disruptivo: Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco. Un antiguo priista que con una candidatura independiente ha logrado quebrar el imperio de los partidos tradicionales y convertirse en gobernador de Nuevo León, el segundo estado más rico de México. Su triunfo alerta de que el desencanto ha empezado a ejercer el voto.
A primera vista, el tablero político conserva el equilibrio de fuerzas tradicional: el PRI, ocupando el primer lugar con mayoría relativa, por detrás el PAN (derecha) y en el tercer puesto el PRD (izquierda). Pero esta estabilidad es solo aparente. Ninguno de los tres partidos ha salido bien librado. El desgaste, según la primera proyección oficial, alcanza a todos y pone sobre la mesa el hartazgo del electorado, el mensaje quizá más profundo de estas elecciones.
El rendimiento del PRI en unos comicios en los que se competía en casi todos los terrenos (diputados, gobernadores, congresos estatales y ayuntamientos) constituían una de las grandes incógnitas. La noche de Iguala y la cólera desatada por los escándalos inmobiliarios vinculados a la esfera presidencial hacían presagiar un castigo que sólo podía paliar su legendaria maquinaria electoral. El desenlace, cuyas cifras exactas se conocerán el miércoles, ha dejado a la formación en la cuerda floja. No cae, pero se tambalea.
El PRI, con cerca del 30% del voto y entre 196 y 203 diputados, ha retrocedido aproximadamente una decena de escaños, y ha sido su aliado, el Partido Verde Ecologista de México el que, con una campaña basura, ha logrado un crecimiento lo suficientemente vigoroso como para salvar la estabilidad parlamentaria de la que disfruta Peña Nieto. “Si el PRI se ha salvado es porque su oposición es aún más débil”, señala el experto Francisco Abundis
Esta fragilidad del partido gubernamental, junto con su estruendoso fracaso en Nuevo León a manos de un independiente, abrirá con seguridad un periodo de reflexión interna. En este contexto cobra fuerza la posibilidad de un giro en el Gobierno e incluso la apertura de una crisis. El cambio de rumbo fijaría la trayectoria final del mandato de Peña Nieto, una vez culminada la aprobación de las reformas estructurales. Y serviría posiblemente para reactivar un ciclo político caracterizado por el agotamiento de fórmulas y el letargo económico.
Menos claros son los pasos que puede dar la izquierda. Los comicios han dejado patente su profunda fractura. El PRD, la fuerza hegemónica de este sector, se ha quedado a duras penas en pie. Su tercera plaza es un canto de cisne. Con sólo el 11% del voto (51 a 60 escaños), ha perdido de un solo golpe casi 40 diputados. Un pequeño ejército parlamentario que ha ido a parar a manos de Morena, el partido recién creado por el carismático Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato presidencial con el PRD.
La obtención de la cuarta plaza para López Obrador y la sangría sufrida por su rival marcan el punto de partida de una discusión que será larga. Vistos los resultados de las elecciones intermedias, ninguna de las dos formaciones tiene, de momento, fuerza suficiente para competir por la presidencia por separado. Pero la posibilidad de una alianza choca con un profundo resentimiento mutuo. La superación de esta dialéctica marcará el futuro de la izquierda mexicana.
Un problema similar, aunque de menor tono acosa al PAN. Las elecciones le sitúan como segunda fuerza nacional en número de escaños (105-116), pero su débil porcentaje de votos (en torno al 22%), inferior al de las presidenciales de 2012, no le permite cantar victoria. Esta circunstancia le puede pasar factura a su presidente, Gustavo Madero, que ahora tiene que enfrentarse nuevamente a los rescoldos del calderonismo. Margarita Zavala, la esposa del expresidente Felipe Calderón (2006-2012) ya ha anunciado su intención de disputarle el liderazgo del partido. De esta batalla, que se prevé amarga, saldrá con seguridad la constelación de alianzas internas que decida al candidato presidencial.
Las elecciones intermedias, junto al castigo a los partidos tradicionales, marcan también un cambio de ciclo. Peña Nieto entra en la fase final de su sexenio. Una etapa que en el sistema mexicano, sin reelección posible, lleva a los mandatarios por el camino del adiós. A partir de ahora, cada día que pase su autoridad irá perdiendo brillo, y a su alrededor, dentro y fuera del partido, se desatará un feroz combate por la sucesión. El presidente que llegó al poder prometiendo futuro será poco a poco devorado por el pasado, hasta llegar al eclipse total en 2018 con las elecciones presidenciales. Será esta lucha la que absorba la mayoría de las energías de los partidos. De momento, excepto Morena, ninguno tiene un candidato claro. Tampoco una posición de partida netamente ganadora. Las elecciones han dejado las espadas en alto.