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Ricardo Bada: Soledad Puértolas

Otro texto extraído del cajón de los recuerdos, un texto con veinte años a sus espaldas :

Petra Strien, una amiga muy querida, y una abnegada traductora del castellano al alemán, nos llamó un día, diciéndonos que estaba con Soledad Puértolas, la gran novelista española, y que ella (Petra) estaba muy cansada pero al mismo tiempo sabía que no la podía dejar sola (a Soledad, a pesar de su nombre, que casi la condena a estarlo). No, no la podía dejar sola porque se daba cuenta de que Soledad no se sentía bien, y pensaba que cenar juntos, ellas y nosotros, podría ser una linda cosa.

Le contesté que encantado, pero que, ¡¡¡por favor!!!, ni se le ocurriese llevar la conversación al terreno de la literatura española contemporánea para no poner en evidencia que no sé casi nada de ella y que, concretamente, a nuestra compañera de cena sólo la conocíamos de nombre. Petra me dijo que No Problem!  Y así fue que vinieron a buscarnos en el autito de la buena Petra y nos fuimos a cenar al restaurante Las Palmas, de nuestros tan queridos gallegos Otilia y Antonio.

La comida la recuerdo como buena, y la conversación la recuerdo como muy divertidaquienes me conocen aseguran que soy capaz de entretener incluso a un grupo de suizos del cantón de Berna. Al final, Antonio nos preguntó a qué nos podía invitar la casa, y yo respondí, perro pauloviano que soy, “Pues con un simbólico”. Soledad quiso saber qué cosa era ésa tan mallarmé, la de pedir un simbólico en un restaurante gallego de nombre canario en un suburbio alemán. Se lo expliqué, una explicación que no hace al caso pero en la que se sustenta la amistad que mantenemos desde entonces.

Una amistad que sobrevive a frases mías tan lapidarias como que “la lectura de la literatura española contemporánea no se cuenta entre mis vicios nefandos”. Pero es que a Soledad sí que la leo, y cada vez me gusta más lo que escribe. Tanto que hice una reseña entusiástica de su libro de cuentos Gente que vino a mi boda, un título que ya provoca a la lectura. Y que les recomiendo de todo corazón.

En “Gente que vino a mi boda”, el cuento que da título al volumen, hay un largo fragmento en el que la radio interviene como Deus ex machina. Y ese es un tema que me obsesiona desde hace décadas, la presencia de la radio en la vida cotidiana de los hispanoparlantes, y su reflejo en la literatura (Pinchar aquí). Por lo cual les copio a renglón seguido el fragmento de marras:

«Yo había sido una niña perfecta, no una niña corriente, normal –esa niña que debía estar detrás de la chica normal y corriente que yo era a los ojos de la familia de Ernesto–, sino una niña perfecta.

«Lo único que no hacía bien es precisamente esto que estoy haciendo ahora, lo único que hago en realidad, coser, porque mi vida ya se limita a coser, a sentarme en este rincón del cuarto tan bien provisto de todo lo que necesito, tan cerca de este mueble de cajones en el que se contiene mi universo, los hilos, las telas, las agujas, esta butaca en la que me hundo suavemente mientras la luz natural que se filtra por la ventana ilumina mis manos, y la música de la radio llena el cuarto, la música y la voz del locutor que irrumpe a veces para ofrecernos información, y, aunque preferiría escuchar menos palabras, sí quiero escuchar una voz de vez en cuando, sí quiero sentir que alguien me habla, que soy una de esas personas a las que hay que informar, hacerle saber qué orquesta toca, qué sinfonía, qué director o qué cantante van a estar allí, al otro lado de las ondas, no por curiosidad, a mí todo eso no me interesa nada, sino porque, al escuchar esa voz, me siento unida, desde mi rincón solitario, a todas las otras personas a quienes la voz del locutor se dirige también. Somos muchas, me digo».

 

 

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