Hoy no respire en la Ciudad de México
Pueden los incendios extinguirse y llegar las lluvias estacionales, pero las PM 2.5 se quedarán alojadas en el organismo de los habitantes de la área metropolitana para siempre
Desde el viernes pasado, los 21 millones de habitantes de la Ciudad de México y la circundante área metropolitana se ahogan en un caldo de contaminantes producidos por una oleada de incendios forestales y quemas agrícolas, la circulación de más de seis millones de vehículos, miles de actividades industriales, y hasta el vecino volcán Popocatépetl, que tuvo una explosión el jueves por la mañana, lanzando al aire cenizas en una columna mayor a los 1.200 metros. Aún las lluvias que cayeron por la tarde del miércoles fueron ensuciadas por el aire.
Por la presencia alarmante de partículas suspendidas PM 2.5, van cuatro días de la contingencia ambiental declarada por el gobierno de la ciudad, con restricciones al uso de vehículos, cierre de escuelas primarias, recomendaciones de no hacer actividades al aire libre, y, en el caso de niños, adultos mayores, y personas con problemas respiratorios y cardiovasculares, de quedarse adentro de sus casas con ventanas y puertas cerradas. También recomiendan no cocinar con gas, leña o carbón. Entonces, a comer comida fría.
Puede disminuirse el manto de contaminación que cubre el Valle de México, pueden los incendios extinguirse y llegar las lluvias estacionales, pero las PM 2.5 se quedarán alojadas en el organismo de los habitantes de la área metropolitana para siempre. Y son carcinógenas.
No bastan las justificaciones políticas de funcionarios. Necesitamos una explicación honesta de los efectos de esta contaminación en la salud del ser humano, desde los recién nacidos hasta los ancianos y las mujeres encintas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), «se estima que la contaminación ambiental del aire, tanto en las ciudades como en las zonas rurales, fue causa de 4,2 millones de muertes prematuras en todo el mundo por año; esta mortalidad se debe a la exposición a partículas pequeñas de 2,5 micrones o menos de diámetro (PM 2.5), que causan enfermedades cardiovasculares y respiratorias, y cáncer.» Recientemente se ha establecido que respirar PM 2.5 acelera la muerte de personas con diabetes.
Lo que de entrada falta es que los gobiernos de la Ciudad de México y del país anuncien de inmediato las acciones pertinentes que tomarán para abatir esta contaminación monstruosa, empezando con la prohibición de la quema agrícola y un control auténtico —no retórico— del tráfico de automóviles y de la deforestación en las calles, parques, barrancas, bosques y campos del Valle de México (y del resto del país). Además, los métodos de comunicación con la población sobre esta emergencia ambiental han sido irrisorios.
Los funcionarios se disculpan, diciendo que no estaban preparados para esta contingencia, cuando el problema de la contaminación en el Valle de México es crónico y cotidiano. A causa de la terrible contaminación que se vivía en el invierno de 1985, ante la mirada indolente, por no decir ignorante, de los funcionarios responsables de la ciudad entonces, se me ocurrió escribir y publicar un manifiesto firmado por cien intelectuales y artistas de la talla de Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Manuel Álvarez Bravo, Juan Rulfo, Rufino Tamayo, Elena Poniatowska, Miguel León Portilla, Ramón Xirau, Margo Glantz, Francisco Toledo y yo mismo, que hicimos público el 1 de marzo de 1985. En la declaración, señalábamos: «Se habla de la crisis, del hambre, del desempleo como obstáculos para luchar contra la contaminación, pero siempre hay partidas de dinero para achicar y agrandar banquetas y pintar rayas en el pavimento, para las campañas de los candidatos a diputados y para las consultas populares sobre una contaminación por todas sabida, comida, respirada, vivida.» Nació el Grupo de los Cien. Nuestra presión llevó a la publicación diaria de los reportes de los niveles de contaminación en la ciudad (desde el 23 de enero de 1986); en el invierno 1988-89, cuando yo mismo recogí pájaros muertos en la Alameda central, denunciamos que la Ciudad de México era un valle de muerte, debido a las terribles inversiones térmicas; nuestra propuesta de restringir la circulación de vehículos un día de la semana fue adoptada a finales de 1989 como el programa Hoy No Circula.
En 1992, la ONU calificó a la Ciudad de México como la ciudad más contaminada del mundo. La primera contingencia ambiental se declaró el 16 de marzo de 1992, cuando el ozono alcanzó los 398 puntos IMECA. IMECA, el índice metropolitano de la calidad del aire, es el sistema de medición hechizo y obsoleto que los funcionarios han utilizado para contribuir a la confusión general, ya que la OMS y la mayoría de países miden los contaminantes en microgramos por metro cúbico. Es necesario homologar las mediciones de niveles en México con la práctica internacional.
Por la falta de política oficial para reducirla a niveles soportables para la salud humana, la contaminación ha sido una presencia constante en nuestras vidas.
Ahora la salud de 21 millones de personas está en manos de gente que alega no haber estado preparada para afrontar la emergencia. Son cómplices de la situación las secretarías de Salud y de Medio Ambiente, cuyos titulares han brillado por su ausencia.
Por sus respectivas trayectorias en el gobierno de la Ciudad de México, tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador (jefe de Gobierno 2000-2005) como la jefa de Gobierno actual, Claudia Sheinbaum (secretaria de Medio Ambiente 2000-2006), deberían estar enterados del gran problema ecológico que sufre esta megalópolis. Esperamos resultados, no discursos. Tenemos derecho a la vida.
Homero Aridjis es escritor, ambientalista y embajador de México en la Unesco.