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Esto no es un artículo sobre el machismo en la literatura

Se usa la misoginia como una especie de barrera protectora (pantalla total) para blindar de la crítica a toda obra escrita por una mujer.

Estamos hablando de prestigio. Esta semana se publicó un manifiesto, firmado por hombres y mujeres del mundo de la literatura, denunciando la poca presencia de mujeres en la Bienal de novela Vargas Llosa. La proporción era de trece hombres por tres mujeres en las mesas redondas, de cuatro hombres por una mujer entre los finalistas y de cinco hombres por una mujer en los miembros del jurado. El escritor Alberto Olmos ha dedicado su artículo semanal –es la primera de dos entregas– al asunto: ante la desigualdad numérica de hombres y mujeres publicados, premiados o invitados a festivales u otro tipo de tribunas públicas, el diagnóstico es que el mundo editorial es machista. Pero a Olmos esta conclusión le parece un tanto simplista –y con razón–. A su favor esgrime, entre otros, el argumento de que hay muchas mujeres con puestos de poder en editoriales, algunos nombres de escritoras admiradas de manera unánime y el hecho de que muchos de los libros más vendidos están escritos por mujeres. Pero no se trata del mercado ni de vender libros. Se trata de algo un poco menos tangible, y por eso más difícil de medir: se trata de prestigio.

Necesitamos chicas. Ahora la cosa ha cambiado, afortunadamente. Las mujeres tienen derecho a una voz pública. Las editoriales quieren publicar mujeres. Las mujeres leen más que los hombres. Y cada vez hay más mujeres escribiendo y publicando. Como si se quisiera reparar un error histórico, todo el mundo en el sector trata de corregir la desigualdad arrastrada: “necesitamos chicas” es una de las frases más frecuentes en redacciones y editoriales, o a la hora de montar una mesa redonda o un festival. Y tiene razón Olmos cuando dice que si algo tiene en la cabeza un programador es incorporar tantas mujeres como sea posible. Es muy difícil estar en el siglo XXI sin tener la idea de la máxima paridad posible en la cabeza. La paradoja es que nos hacen más caso, pero cuesta más que nos tomen en serio; es una de las quejas que oigo con frecuencia.

Efecto del realce de lo masculino. En un ensayo titulado “No son competencia” (recogido en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Seix Barral, 2017), la escritora Siri Hustvedt, Premio de las Letras Princesa de Asturias 2019, cuenta que en una conversación pública con el escritor noruego Karl Ove Knausgård le preguntó por qué entre todas las citas y referencias a escritores de los seis volúmenes de Mi lucha, solo aparecía una mujer, Julia Kristeva. La respuesta del escritor noruego fue breve: no son competencia. Esa frase disparó una interesante reflexión sobre el asunto que va mucho más allá del simple diagnóstico de la misoginia. En su artículo, Hustvedt da con el cerebro reptiliano del lector: estudios de doble ciego atribuían trabajos académicos a escritores fantasma y a escritoras fantasma, y (¡oh, sorpresa!) los escritores fantasma siempre tenían mejores calificaciones. Cita el trabajo de la lingüista y psicóloga Virginia Valian y los “esquemas de género implícitos”: “ideas inconscientes sobre la masculinidad y la feminidad que contaminan nuestras percepciones y tienden a sobrevalorar los logros de los hombres e infravalorar los de las mujeres”. Hay una viñeta de la revista Punch –que cita Mary Beard en “La voz pública de las mujeres”– que resume un poco la idea: “Es una sugerencia excelente, señorita Triggs. Quizá alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla.”

Contra los letrados. En Santa Teresa contra los letrados. Los interlocutores de su obra Aurora Egido analiza El libro de la vida de Teresa de Ahumada en relación con sus interlocutores: a quién va dirigido, quién espera que lo lea, etc. Presuntamente, el libro es una confesión y lo escribe a petición de su confesor. Pero eso es solo una verdad a medias: El libro de la vida, y Santa Teresa lo escribe muy consciente, es también un tratado místico. Lo que sucede es que sabe a quién se enfrenta, los letrados, y sabe que no está bien que una mujer escriba y encima pretenda dar lecciones de asuntos sobre los que no está autorizada a hablar o pensar. Por eso se rebaja: “da plena cuenta de esa lucha en la que Santa Teresa trata de defenderse de los letrados rebajando sus propios méritos como mujer e iletrada, adelantándose además a los juicios ajenos”, escribe Aurora Egido. Y sigue: “La palabra ‘experiencia’, machaconamente repetida, se alza contra las teorías de los más sabios varones. Y a ellos van dirigidos, para captar su benevolencia, los argumentos en los que afloran la feminidad y las pocas letras de la narradora”.

El argumento imbatible. La causa de la igualdad es una causa justa y noble. Muchas veces el trabajo de las mujeres se critica de manera injusta. Y muchas veces el trabajo de los hombres recibe críticas con saña por asuntos ajenos a la obra. Pero también se usa la misoginia como una especie de barrera protectora pantalla total para blindar de la crítica a toda obra escrita por una mujer. Y esa es una trampa en la que no deberíamos caer. Pero ¿quién puede renunciar a un argumento que defiende una causa noble y le da siempre la razón?

 

Aloma Rodríguez: (Zaragoza, 1983) es escritora. En 2016 publicó Los idiotas prefieren la montaña (Xordica).

 

 

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