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Villasmil: Pompeo, García Pelayo y la oposición venezolana

 

Unas recientes afirmaciones del Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, acerca de la conducta divisiva de la oposición venezolana han vuelto a generar tormentas y discusiones.

¿Qué dijo Pompeo? “Ha sido sumamente difícil mantener a la oposición unida”; en el momento en que Maduro se vaya, todos levantarán la mano y dirán “soy el próximo presidente”; “siguen divididos sobre cómo enfrentar al régimen de Maduro”; “Maduro está principalmente rodeado de cubanos (…), no confía en los venezolanos”; “serían más de cuarenta personas las que creen ser el legítimo heredero de Maduro”.

Los problemas e infortunios del chavismo, bienvenidos sean. Dedicaré las próximas líneas a las tribulaciones opositoras.

Las palabras de Pompeo me han hecho recordar una de las muchas frases atinadas de Manuel García Pelayo sobre la política.

Para quienes no conozcan al eminente personaje, resumamos su vida: Manuel García Pelayo, jurista, politólogo, profesor universitario e intelectual español que naciera en Zamora en 1909. Preso a causa de la Guerra Civil de su país, comienza después de salir libre una muy brillante labor docente. Emigra a América a comienzos de los 50; primero Argentina, luego Puerto Rico y finalmente Venezuela, donde entre muchos méritos es fundador de la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Llegada la democracia a su país natal, el rey Juan Carlos le pide que forme parte del Tribunal Constitucional, entre 1980-1986, el cual llegó a presidir. En 1987 retorna a Venezuela, donde fallece en 1991. Publicó una amplia y meritoria obra, donde destacan, por ejemplo,  “Los Mitos politicos”, “Derecho Constitucional Comparado”, o “Idea de la Política”.

Manuel García-Pelayo, Presidente del Tribunal Constitucional, y el Rey Juan Carlos I de España

La frase de García Pelayo que comparto es sobre las cualidades que debe reunir todo político, y reza así: 1) saber qué se quiere o conciencia de finalidad; 2) saber qué se puede o conciencia de posibilidad; 3) saber qué hay que hacer o conocimiento de la instrumentalidad; 4) saber cuándo hay que hacerlo o sentido de oportunidad y 5) saber cómo hay que hacerlo o sentido de la razonabilidad.

Comencemos por defender, por hacer reconocimiento a los méritos, esfuerzos y logros de aquellos dirigentes políticos que de verdad, en los terrenos procelosos de la lucha contra la dictadura –recordando palabras célebres de Winston Churchill en la lucha de su pueblo contra el nazismo- han dado no solo su sudor, su esfuerzo, sus lágrimas sino incluso su sangre. El pueblo sabe quiénes son, y les agradece; hoy todos bajo el liderazgo de la Asamblea Nacional y su presidente, nuestro presidente Juan Guaidó.

Por otra parte, si atendemos al viejo dicho cervantino, en todas casas cuecen habas, y es posible que si se le hiciera un examen a parte del liderazgo partidista actual sobre estos puntos tan sensatos y claros que deben caracterizar a un político, destacados por García Pelayo, muchos rasparían. Algunos nunca han entendido, mucho menos practicado, con sinceridad y sentido de urgencia la necesidad de la unidad (indispensable para debatir sobre el “saber qué hay que hacer”); después de 21 años de chavismo siguen con sus diferencias, celos y reproches propios de ligas menores; al parecer, que entiendan que sin unidad no hay salida posible es tan difícil como explicarle qué es el colesterol a un Big Mac.

Como no están unidos, no se ponen de acuerdo sobre lo que quieren (salvo ser presidentes en un futuro indefinible en buena medida por sus errores), ni si lo pueden hacer, así como el cuándo y el cómo que menciona García Pelayo. Su deseo de poder individual es casi como el pecado original: deplorable, lamentable, pero inescapable. En esa historia tenemos ya muchos años.

A parte de la dirigencia partidista opositora criolla le caben las palabras de Rómulo Betancourt sobre la unidad de la izquierda venezolana en 1936: “son un menestrón político-confusionista”.

Algunos de sus discursos y mensajes son armas de destrucción masiva de la confianza ciudadana; sus errores no son deslices, sino evidencias; de tanto insistir en ellos, se han convertido en un estereotipo.

Juan Guaidó, en ejercicio de su mandato y liderazgo, debe promover un análisis de control de calidad de la oposición partidista. Los venezolanos sentimos que no son todos los que están, que hay mucho guavinoso y avispado todavía infiltrado.

Para lo ciudadanos, el asunto es simple: ser político democrático es no tener ninguna vinculación en la sombra o en el sol con el régimen; es desechar otras agendas, y acompañar el grito ciudadano exigiendo libertad. Ello implica apoyar con coraje y firmeza las tres premisas establecidas desde enero por Juan Guaidó: cese de la usurpación, un gobierno de transición, elecciones libres. En ese orden.

No se les pide que sean Mahatma Gandhi o Nelson Mandela, tan solo que trabajen mancomunadamente por la libertad. Ya habrá tiempo para las luchas políticas convencionales. Porque darle preponderancia a la ambición personal es, en estos momentos más que nunca, no solo deshonestidad, sino incluso traición.

 

 

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